/ martes 5 de diciembre de 2023

Alberto García Aspe, no entiende su exitosa carrera sin el apoyo de su familia

Hay personas que descubren su vocación muy pronto. Alberto a los 2 años duerme abrazado a un balón y a los 5 le anuncia a su mamá que quiere ser futbolista. Muy pronto demostrará que no bromea. Cuando la familia acude al Club Asturiano a inscribir en el equipo de futbol a los hermanos mayores, Alberto lleva en secreto sus documentos para hacer lo propio, a pesar de que le falten dos años para alcanzar la edad. Quién sabe cómo, pero consigue que lo admitan y empieza a jugar de portero, posición de la que lo mueven al año siguiente, en parte, por un problema en el oído.

A los 13 años, participa en un torneo internacional lleno de visores. Al terminar, recibe una invitación de Pumas. Tiene entonces “la” plática con su papá, quien le dice que necesita dos cosas.

Primero, pensar muy bien la decisión, porque es un paso distinto a los demás (ahora sí va en serio la cosa) y, segundo, no abandonar los estudios hasta concluir la carrera. El Beto escoge sin dudarlo la vía del sacrificio.

¿De dónde vienen esa voluntad y ese carácter? Buena parte de la explicación radica en el papá, a quien le aprende la tenacidad y la capacidad de trabajo. Es él quien le muestra muy pronto el tipo de vida que debe llevar para alcanzar su sueño. No le da falsas esperanzas y le exige siempre más.

Tres años pasa Alberto en la cantera puma. En el segundo, está a punto de tirar la toalla por problemas con uno de los entrenadores, pero aguanta. Debuta a los 17 años, en 1984. En siete temporadas, llega a tres finales de liga (gana una) y, tras mucho esfuerzo, se titula (¡cumplió!). En su penúltimo año se lesiona. La operación sale mal y la rehabilitación es lenta y dolorosa (teme no volver a caminar). Una vez más, se sobrepone con tesón. Lo tomaría como aprendizaje.

Vienen los años en el Necaxa. Para su cuarta temporada llega Manuel Lapuente, quien le propone dejar de ser medio izquierdo para convertirse en doble contención con salida. Dice que así va a llegar más a la portería, más franco, y que va a anotar más goles. El jugador no quiere, pero se deja convencer poco a poco y los resultados le dan la razón al hombre de la boina.

Tras jugar en River Plate y América, Alberto aterriza en Puebla para el Invierno 99. Ayuda al equipo a mantenerse en la máxima categoría, gracias a que infunde al vestidor hambre de triunfo.

Además, él vuelve a sentir la alegría y la emoción como al principio de su carrera. Se queda a un paso de disputar una final y, tras tres años en la institución, se retira como profesional.

Como seleccionado, acude a tres mundiales y supera todo tipo de pruebas. Días antes de un partido vital contra Estados Unidos en la eliminatoria para Corea-Japón 2002, Beto está seguro de que ganar es imposible, pero una carta motivadora escrita a mano por su esposa le cambia la perspectiva y encara el encuentro con otra mentalidad. El jugador no entiende su exitosa carrera sin el apoyo decidido de su familia.

Para Beto, su paso por Puebla fue ilusionante y maravilloso. Agradece especialmente a la afición, que lo recibió con los brazos abiertos y lo ayudó en todo. Se siente tranquilo de que correspondió con futbol y goles. Tan contento estuvo en Puebla que lleva veintitrés años viviendo aquí.

Hay personas que descubren su vocación muy pronto. Alberto a los 2 años duerme abrazado a un balón y a los 5 le anuncia a su mamá que quiere ser futbolista. Muy pronto demostrará que no bromea. Cuando la familia acude al Club Asturiano a inscribir en el equipo de futbol a los hermanos mayores, Alberto lleva en secreto sus documentos para hacer lo propio, a pesar de que le falten dos años para alcanzar la edad. Quién sabe cómo, pero consigue que lo admitan y empieza a jugar de portero, posición de la que lo mueven al año siguiente, en parte, por un problema en el oído.

A los 13 años, participa en un torneo internacional lleno de visores. Al terminar, recibe una invitación de Pumas. Tiene entonces “la” plática con su papá, quien le dice que necesita dos cosas.

Primero, pensar muy bien la decisión, porque es un paso distinto a los demás (ahora sí va en serio la cosa) y, segundo, no abandonar los estudios hasta concluir la carrera. El Beto escoge sin dudarlo la vía del sacrificio.

¿De dónde vienen esa voluntad y ese carácter? Buena parte de la explicación radica en el papá, a quien le aprende la tenacidad y la capacidad de trabajo. Es él quien le muestra muy pronto el tipo de vida que debe llevar para alcanzar su sueño. No le da falsas esperanzas y le exige siempre más.

Tres años pasa Alberto en la cantera puma. En el segundo, está a punto de tirar la toalla por problemas con uno de los entrenadores, pero aguanta. Debuta a los 17 años, en 1984. En siete temporadas, llega a tres finales de liga (gana una) y, tras mucho esfuerzo, se titula (¡cumplió!). En su penúltimo año se lesiona. La operación sale mal y la rehabilitación es lenta y dolorosa (teme no volver a caminar). Una vez más, se sobrepone con tesón. Lo tomaría como aprendizaje.

Vienen los años en el Necaxa. Para su cuarta temporada llega Manuel Lapuente, quien le propone dejar de ser medio izquierdo para convertirse en doble contención con salida. Dice que así va a llegar más a la portería, más franco, y que va a anotar más goles. El jugador no quiere, pero se deja convencer poco a poco y los resultados le dan la razón al hombre de la boina.

Tras jugar en River Plate y América, Alberto aterriza en Puebla para el Invierno 99. Ayuda al equipo a mantenerse en la máxima categoría, gracias a que infunde al vestidor hambre de triunfo.

Además, él vuelve a sentir la alegría y la emoción como al principio de su carrera. Se queda a un paso de disputar una final y, tras tres años en la institución, se retira como profesional.

Como seleccionado, acude a tres mundiales y supera todo tipo de pruebas. Días antes de un partido vital contra Estados Unidos en la eliminatoria para Corea-Japón 2002, Beto está seguro de que ganar es imposible, pero una carta motivadora escrita a mano por su esposa le cambia la perspectiva y encara el encuentro con otra mentalidad. El jugador no entiende su exitosa carrera sin el apoyo decidido de su familia.

Para Beto, su paso por Puebla fue ilusionante y maravilloso. Agradece especialmente a la afición, que lo recibió con los brazos abiertos y lo ayudó en todo. Se siente tranquilo de que correspondió con futbol y goles. Tan contento estuvo en Puebla que lleva veintitrés años viviendo aquí.

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