Andrés Manuel López Obrador tiene una tarea sencilla para elegir candidato presidencial en Morena, gracias a que Claudia Sheinbaum, la favorita del mandatario, encabeza todas las encuestas sobre intención de voto. Ayer mismo, un estudio de opinión difundido por El País le dio a la jefa de Gobierno de la Ciudad de México un 45 por ciento de las preferencias efectivas, contra 29 por ciento del segundo lugar, que fue para el canciller Marcelo Ebrard. Muy detrás quedaron el diputado federal Gerardo Fernández Noroña, con 12 por ciento; el secretario de Gobernación, Adán Augusto López, con 8 por ciento, y el senador Ricardo Monreal, con apenas 6 por ciento.
Los números del periódico español coinciden con el resto de las encuestas que se han hecho públicas hasta ahora. Por eso es que el mandatario mexicano no tendrá problemas para decidir quién será la candidata que arribe a la elección constitucional con muy altas probabilidades de convertirse en su sucesora. Si acaso, el conflicto que deberá sortear será en casa. Una vez preparado el terreno para formalizar la postulación de Sheinbaum, el presidente tendrá que hacer control de daños con los perdedores de la contienda interna, para evitar que las heridas se vuelvan fracturas que mermen el desempeño electoral de su partido.
El proceso de selección que se mira fácil allá, sin embargo, no tiene punto de semejanza con lo que sucede en la ruta para la definición del candidato a gobernador en Puebla.
López Obrador y Morena tienen aquí a Alejandro Armenta, un aspirante sobresaliente en las encuestas, pero que no goza del afecto presidencial y que permanece irremediablemente vinculado al grupo de Monreal. Cuentan con Ignacio Mier, un aspirante muy cercano a Palacio Nacional, cobijado por importantes amigos del mandatario, que, no obstante, no logra los niveles de posicionamiento que le acerquen un poco al puntero. Y tienen también a Julio Huerta, la carta del gobernador Sergio Salomón Céspedes, depositario de los beneficios que otorga el poder, pero de escasa trayectoria y conocimiento y que compite a contracorriente debido a su muy reciente incorporación.
Agregue a Claudia Rivera, la expresidenta municipal de Puebla que perdió en su intento de reelección y que, pese a ser ampliamente conocida, se debate entre opiniones a favor y otras (muy exaltadas) en contra. Su eventual postulación representaría un alto riesgo para el partido. Por último figura Olivia Salomón, la secretaria de Economía que quedó encarrilada tras la muerte de Miguel Barbosa y que funda sus esperanzas en la virtual nominación de la jefa de Gobierno de la capital del país. Los números de las encuestas, empero, no le ayudan para dar verosimilitud a su expectativa.
Definir al ganador de la contienda interna en Puebla requerirá de un proceso complejo. Hasta hoy no existe un aspirante en esa lista que reúna las dos principales características que busca el presidente en sus candidatos: identificación de ideales con su movimiento (que le garantice lealtad) y elevado potencial de voto para (sí se puede) arrasar en las urnas.
Arrasar, ya lo expusimos en la entrega pasada, puede depender en gran medida de la capacidad de movilización que otorgue el aparato gubernamental, hoy en poder de una administración morenista. López Obrador prioriza la lealtad y la obediencia, pero también desea ganar con un amplio margen para lograr la mayoría calificada en el Congreso de la Unión. Eso requiere de la suma de votos de todos los candidatos. No hay que olvidarlo.
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