/ martes 30 de julio de 2024

¡Ay Venezuela!

Es difícil evitar una opinión de lo que, visto desde aquí, sucede en Venezuela, considero que junto a la guerra en Ucrania y el momento político en gringolandia en vísperas de sus elecciones presidenciales, es uno de los grandes y graves acontecimientos de nuestro tiempo, por eso, sin trivializar su delicada situación vale la pena destacar algunos de los datos que diversas organizaciones internacionales hacen públicos para dimensionar una crisis que parece interminable; en Venezuela:

  • 95% de la población vive en pobreza;
  • 20% ha emigrado;
  • 82% no cuenta con acceso a agua potable; y,
  • 43% del territorio no tiene cobertura de internet.

Las cifras solamente reflejan la realidad de una sociedad que sobrevive entre la emergencia y la paradoja de coexistir sobre una de las mayores reservas de petróleo en el mundo.

Por otra parte, el régimen de Nicolás Maduro no aspira a la legitimidad interna, tampoco a la internacional. Aspira al crédito, imbuidos como estamos en un mercado cuya principal característica es la ausencia de humanidad, sabe que no le hace falta reconocimiento institucional en donde gobiernan los acuerdos comerciales.

Y es que, no nos engañemos, porque Maduro no lo hace, es un dictador y también un criminal, solamente comparado con Pinochet, aunque a estas alturas, la historia bien podría juzgar a este último sin tanta saña, pues al menos él, tuvo la decencia de retirarse cuando la sociedad le dijo que no.

Los que prefieren vivir en el engaño (su engaño) son los mismos que permitieron una construcción asimétrica del poder, ya sea por torpeza o porque declinaron voluntariamente la conciencia: la oposición.

A 26 años de que Hugo Chávez ascendiera al poder, la oposición fue sucesivamente incapaz de interpretar el nuevo paradigma, quizás pensaron que lo de Chávez era contingente, quizás que volviendo a sus principios y valores recuperarían el poder, quizás que negociando en el extranjero reconectarían con las simpatías locales, quizás, quizás, quizás, al final, es un hecho que la oposición se ilumina gracias a luceros emergentes como María Corina Machado y Edmundo González.

De suerte que, en México, más que tenerle miedo a una venezuelización del gobierno, debemos tenerle pavor a una venezuelización de la oposición.


Es difícil evitar una opinión de lo que, visto desde aquí, sucede en Venezuela, considero que junto a la guerra en Ucrania y el momento político en gringolandia en vísperas de sus elecciones presidenciales, es uno de los grandes y graves acontecimientos de nuestro tiempo, por eso, sin trivializar su delicada situación vale la pena destacar algunos de los datos que diversas organizaciones internacionales hacen públicos para dimensionar una crisis que parece interminable; en Venezuela:

  • 95% de la población vive en pobreza;
  • 20% ha emigrado;
  • 82% no cuenta con acceso a agua potable; y,
  • 43% del territorio no tiene cobertura de internet.

Las cifras solamente reflejan la realidad de una sociedad que sobrevive entre la emergencia y la paradoja de coexistir sobre una de las mayores reservas de petróleo en el mundo.

Por otra parte, el régimen de Nicolás Maduro no aspira a la legitimidad interna, tampoco a la internacional. Aspira al crédito, imbuidos como estamos en un mercado cuya principal característica es la ausencia de humanidad, sabe que no le hace falta reconocimiento institucional en donde gobiernan los acuerdos comerciales.

Y es que, no nos engañemos, porque Maduro no lo hace, es un dictador y también un criminal, solamente comparado con Pinochet, aunque a estas alturas, la historia bien podría juzgar a este último sin tanta saña, pues al menos él, tuvo la decencia de retirarse cuando la sociedad le dijo que no.

Los que prefieren vivir en el engaño (su engaño) son los mismos que permitieron una construcción asimétrica del poder, ya sea por torpeza o porque declinaron voluntariamente la conciencia: la oposición.

A 26 años de que Hugo Chávez ascendiera al poder, la oposición fue sucesivamente incapaz de interpretar el nuevo paradigma, quizás pensaron que lo de Chávez era contingente, quizás que volviendo a sus principios y valores recuperarían el poder, quizás que negociando en el extranjero reconectarían con las simpatías locales, quizás, quizás, quizás, al final, es un hecho que la oposición se ilumina gracias a luceros emergentes como María Corina Machado y Edmundo González.

De suerte que, en México, más que tenerle miedo a una venezuelización del gobierno, debemos tenerle pavor a una venezuelización de la oposición.