Muchas personas, especialmente los políticos, profieren siempre que se guían por valores y/o principios que jamás traicionarán, discurso que llega al hartazgo debido a la manifiesta mentira que están diciendo. Sabemos perfectamente que casi todos los políticos, en nuestro país, solo se guían por un interés que se mide en poder y dinero, así que es absurdo pensar que un gobernante nos salvará. También es cierto que cada persona tiene su precio, independientemente de calidad personal, esto lo digo por quien piensa que el pertenecer a un grupo vulnerable automáticamente te convierte en buen ciudadano.
Empieza el Buen Fin en su versión 2024, con la acostumbrada publicidad y furor que causa esta campaña publicitaria, la cual indudablemente es atractiva por la vocación, casi natural, de tener o poseer. Indudablemente ir de comprar es algo muy placentero, simplemente hay que tener presente un principio simple que evita muchos problemas: no gastes más de lo que ganas, además de otros contenidos referentes a educación financiera e inversión.
Hay quien dice que el motor del mundo es el amor, pero eso no es cierto, más en estos tiempos donde las relaciones afectivas abiertamente se consiguen en función de los recursos que alguien tiene y alguien que pide. Cada vez son más las escenas donde un señor maduro pasea con una jovencita que cree que está haciendo un gran “negocio” explotando a un viejito, cuando en la realidad la fémina está vendiendo lo más preciado que tiene una persona: el tiempo, la juventud y la dignidad. Desgraciadamente cada vez se vuelve más común y socialmente aceptado que las personas vivan cosificando su cuerpo, eso es prostitución y no tiene otro nombre.
También tenemos el caso de gente que nació muy pobre y luego acumula muchos millones, con los cuales tiene una vida exhibicionista y de excesos, autos lujosos, mujeres espectaculares y tantas otras cosas, como es el caso de algunos delincuentes organizados o políticos que tratan de compensar una infancia pobre.
Es aquí donde podemos empezar a mencionar las cosas que no se pueden comprar. Bien decía Sigmund Fred: infancia es destino, frase muy certera y nos enseña que nada, absolutamente nada, ni una montaña de monedas de oro, al estilo Rico McPato, puede compensar los traumas, complejos y problemas emocionales surgidos de unos lastimosos primeros años.
Quien haya tenido una infancia feliz o medianamente feliz, prácticamente tendrá una buena vida, independientemente de las condiciones en las que se desenvuelva. Es ahí donde hay que valorar el cuidado de los padres, los momentos en familia y las emociones gratas que son irrepetibles y no se compran con nada.
En alusión a eso, una persona puede conformar una serie de valores que tendrá a lo largo de su vida, si un infante vivió en un entorno sin violencia y reflexiona acerca de ello, muy probablemente también jamás golpeará a su mujer a o sus hijos, esa actitud es invaluable.
En ese sentido, también podemos hablar de una buena educación y formación inicial, elementos que determinan la forma de conducirse de una persona y que lo distinguen entre lo vulgar y lo fino, en el entendido de que un ser humano debe buscar la perfección y no admirar la ignorancia y la marginación, como ahora vemos en nuestro país.
Volviendo al tema de la afectividad, el amor sincero sí existe, pero es aquel que parte de dos factores: el amor en sí y la admiración, elementos que deben ir nutriéndose cotidianamente. Pienso ahora en una relación como la de J. Paul Sartre y Simone de Beauvoir, la cual se basaba en un atractivo y admiración que los condujo a un sentimiento que igualmente no se compra con dinero.
Concluimos que los recursos económicos son muy importantes, pero lo es más el saber cómo usarlos y con ellos contribuir a la búsqueda de la felicidad, la salud y la paz propia y de la familia, lo cual es el mejor tesoro de un ser humano.
@vicente_aven