Las palabras que se transmiten de persona a persona contienen la sabiduría que trascienden en el tiempo. Ilustración qué sin duda, mientras más se pone a prueba, se erige con más firmeza. Y como bien dicen las lenguas populares; no hay fecha que no llegue, plazo que no se cumpla y deuda que no se pague.
Como es bien sabido, todos los ciclos en algún momento culminan, haciendo impostergable el dejar un legado que deje en alto el sentir de una labor pulcra, que limpia de polvo y paja alance a incrustarse en la historia, el bienestar y el actuar cotidiano de quienes se ven trastocados por ese momento en el tiempo.
En lo particular, de mi formación motivada por las claras y contundentes enseñanzas que me dieron mis padres, les aseguro que tan importante es el terminar una tarea con calidad moral intacta y con la barbilla en alto, como el culminar con un profundo agradecimiento de frente a lo que viene, pues si bien, los logros son causalidades del esfuerzo; las oportunidades nos son otorgadas por la confianza de los propios y por qué no también de los ajenos.
De principios de marzo hasta este justo momento donde imprimo una a una las teclas de esta sucesión de letras es que me había desempeñado como el Coordinador del Instituto Nacional para el Federalismo y el Desarrollo Municipal, un espacio clave para el desarrollo de la nación, que me brindó una visión mucho más amplia de lo que es y lo que requiere un municipio. Una oficina donde por un lado el exsecretario Osorio Chong, a quien agradezco plenamente, me otorgó su plena confianza y, por otro lado, el secretario Navarrete Prida optó por mantenerme como titular al llegar a su gestión.
Dos momentos políticos de oportunidad para mi persona, momentos que trajeron consigo incontables enseñanzas, inmensurables experiencias y, claro, la oportunidad de tallar a mano la marca del legado personal.
Construir un legado en política y la administración pública no es sencillo, puesto que hacer que las palabras y las estrategias perduren requiere de una inmensa inversión de lo más preciado; hay que dejar con pasión la vida entera, hay que pensar en todo lo que pasa y lo que no puede pasar. Es el ver más allá de lo evidente todo lo que acontece, siempre bajo un marco que rige minuciosamente hasta el más mínimo actuar.
Para lograrlo, se requiere de un empeño que va más allá de la encomienda, es el innovar sin atropellar, es el respeto incondicional para cooperar y colaborar.
Cuando puse por vez primera un pie en la oficina, me encontré con un equipo de profesionales con la vocación de servir, una familia que dan día tras día con un inmenso patriotismo imprimiendo un esfuerzo inmensurable que de manera constante y sonante coadyuva para el desarrollo municipal; técnicos especializados en apuntalar los instrumentos que detonan en el más que exigido bienestar de las y los mexicanos.
A decir verdad, no todo fue miel sobre hojuelas, pues a partir del pronto diagnóstico era claro que los trabajos —en momentos— se sentían desarticulados y mecanizados, generando resultados que corrían en la sincronía de la reactividad, que si bien, alcanzaban las metas, estaban faltos de sinergias, retos e innovación.
Aunque no entraré en los detalles, al iniciar había que romper los paradigmas y enaltecer la encomienda. Meta personal que se logró a cabalidad, pues a lo largo de poco más de diez meses es que pudimos, en equipo, lograr reposicionar un instituto que, desde la monocromática, obtuvo la mayor de las relevancias en el mundo de la política municipalista federal.
Los resultados históricos a los que alcanzamos me exigen no desperdiciar la oportunidad de darles las gracias frontalmente a todos y cada uno de los expertos municipalistas con los que me encontré en este camino. No podría recapitular con justicia la enorme gratitud por el apoyo. Poderles, de verdad, agradecer el esfuerzo que se han dado.
No me cafeteen, ni me lloren, ni se me alegren, que no es que nos despidamos. Pues en la búsqueda de una realidad posible, arrieros somos y en el camino andamos.
Gracias.