/ miércoles 26 de octubre de 2022

Día de Muertos, la celebración que une a los vivos

Estamos en vísperas de una de las tradiciones más arraigadas de México, que además de llenar de colores, aromas y sabores el ambiente, nos remite al sincretismo de nuestro pasado indígena con el del propio mestizaje; me refiero a la celebración del Día de Muertos.


Y es que en nuestro país, aunque suene a una contradicción, la muerte se vive y se celebra. Basta ver como esta tradición es una de las que más proyecta a México en el extranjero e incluso la llevo a ser declarada en 2003, por la propia UNESCO, como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad.


Hay diversas versiones respecto a su origen, sin embargo, muchos investigadores consideran que éste se remonta a la época prehispánica en la cual los nahuas celebraban a los muertos en un ritual llamado Miccailhuitontli o Fiesta de los Muertecitos, que se conmemoraba en el mes de agosto de nuestro calendario, así como en la Fiesta Grande de los Muertos que se realizaba en el mes de septiembre.


De acuerdo con fray Bernardino de Sahagún, los antiguos decían que cuando morían no perecían, sino que de nuevo comenzaban a vivir. La muerte era parte de un ciclo constante.


Sin embargo, y a pesar de que a través de esta tradición e incluso de nuestra propia forma de expresarnos hacemos referencia cotidiana a la muerte con frases y dichos como: “boda y mortaja del cielo bajan”; “mujeres juntas, ni difuntas”; “de buenas intenciones están llenos los panteones”; “te espantas del difunto y te abrazas de la mortaja”; no es un acontecimiento deseado ni que al que no se le sufra. Considero que, por el contrario, en México celebramos la muerte por el gran respeto que le tenemos.


Oficialmente, según el calendario católico, el día 1 de noviembre está dedicado a Todos Santos y el día 2 a los Fieles Difuntos. Sin embargo, en la tradición popular de gran parte de la República Mexicana, el día 1 se dedica a los niños fallecidos y el día 2 a los adultos. No obstante, se dan una serie de variantes a lo largo del país: en algunos lugares se dice que el 28 de octubre es el día de los fallecidos de manera trágica, por violencia o accidente, mientras que el día 30 de octubre llegan las almas de los limbos, es decir, de los niños que murieron sin ser bautizados.


Es así que entorno a estas fechas se instalan en los hogares e incluso en muchos lugares públicos las tradicionales ofrendas, altares llenos de flores, veladoras y por supuesto comida, bebidas, frutas e incluso calaveritas de dulce y chocolate; que servirán para agasajar a los que ya partieron pero que se cree “visitan” en estas fechas a los que quedamos vivos.


Lo que desde niño me llama la atención de esta costumbre es la cohesión social que entorno a ella se evoca, ya que todos los miembros de la familia participan para vestir el altar. La comida es preparada por los integrantes de mayor edad, mientras los más pequeños colocan el papel picado o incluso la fotografía de los seres queridos a los que evocamos.


Sin duda podría decir que la celebración del Día de Muertos une a los que aún estamos vivos, ya que incluso son tiempos de reflexión en torno a un suceso que sabemos que tarde o temprano también nos llegará. Nos lleva a cavilar sobre lo efímero que es nuestro paso por este mundo y a valorar más a los seres queridos que nos rodean.


Por supuesto no quedan atrás las visitas al panteón para llevar flores e incluso en muchos pueblos “se vela” la llegada de los muertos. Normalmente, a estos ritos también se acude acompañado de la familia, pues es una manera de rendir culto al recuerdo de un abuelo, padre o hermano que ya partió.


Es por ello que esta tradición ha perdurado a lo largo de los años en nuestra cultura como mexicanos, porque es parte de un legado invaluable que se sigue transmitiendo de generación en generación, a través de la convivencia en familia.


Sigamos celebrando estas tradiciones, pero sobre todo la oportunidad que tenemos de poder disfrutarlas en vida con la compañía de los que más amamos, ya que a través de ellas se exalta el valor de SER HECHO EN MÉXICO.