La distancia que hay entre hacer campaña y gobernar está en la acción. Los planes y programas de gobierno requieren de un conocimiento pleno de la administración pública de que se trate, pero también de puesta en práctica. Dados los resultados que podemos apreciar, al menos en América Latina en pleno siglo XXI, cobra actualidad lo que Michel Foucault (1926-1984) planteó en su análisis sobre el arte de gobernar o “gubernamentalidad”, esa capacidad para gestionar el “bien común” de una nación, más allá de la racionalidad o la lógica de sistemas políticos.
Por supuesto que Focault consideraba un modelo político en el que hay una economía de poder ejercida de manera horizontal donde la libertad es un “medio moldeable sobre el que se aplican las más diversas estrategias de poder” (Enrique Valencia Mesa, Redalyc ,2014). Así que antes de ser una teoría política, el arte de gobernar es una propuesta de análisis para la lógica de lo social.
El cuestionamiento en las sociedades posmodernas es que se han aplicado técnicas para que las poblaciones tengan mejoras en sus vidas, pero persiste la pobreza, la inseguridad, la ausencia de servicios medios o de educación pública. ¿Por qué no hay mejoras? O ¿por qué hay mejoras pírricas? Hemos vivido a través de al menos un siglo de nuestra joven democracia múltiples mecanismos aplicados por los gobiernos elegidos, si consideramos que 1917 es nuestra formalización como República representativa, Democrática, Laica y Federal, en el artículo 40 de la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos.
Desde el Estado del Bienestar y gobiernos neoliberalismos hasta populismos y asistencialismos, los resultados del ejercicio del poder en nuestro país están a la vista; claro que una evaluación técnica vale mucho, si bien no significa gran cosa si no se toma en cuenta para corregir y mejorar lo que se señale. Bueno, en ese tenor, estamos a 10 años de Ayotzinapa, cuando 43 jóvenes normalistas desaparecieron y no se han encontrado, ni hay respuestas a preguntas que permanecen en blanco. La corrupción salta como impulsor de las voluntades esa noche del 27 de septiembre de 2014, pero no es suficiente, porque no hay manera de solventar las faltas.
¿Qué ha sucedido con los padres de las víctimas? Además de la pena por la irreparable pérdida de los hijos, sus trabajos, sus ánimos para buscar infructuosamente, sin acompañamiento y sin restitución, el gobierno queda a deber lo prometido: incluido el Grupo Interdisciplinario de Expertos Independientes (GIEI) para “llegar a la verdad” que fue desestimado cuando llegó a resultados similares a los que el gobierno anterior había llegado con la llamada “Verdad histórica”; o la condecoración en 2023 a Salvador Cienfuegos, que había sido detenido en 2020 por la Administración Antidrogas de Estados Unidos (DEA); y la sentencia desde la Presidencia de que “los grupos de derechos humanos, organismos internacionales y periodistas (…) tienen una campaña de desprestigio contra los militares”. Es aquí donde el arte de gobernar se va alejando en el tiempo.
En contraposición, se va acercando el término de la actual administración con la imposibilidad de ofrecer alternativas. El 1 de octubre llega una nueva administración, que promete continuidad a las prácticas ejercidas hasta ahora. No será suficiente conocer, el acercamiento con la sociedad es necesario, urgente. La técnica no es despreciable, pero el arte implica una conexión desde las emociones para gobernar, o sobrevendrá el fracaso con una “hoguera de vanidades”.
*Politóloga, profesora-investigadora. Miembro Fundadora de la AMECIP y secretaria de Membresías. Mail: margarita_arguelles@hotmail.com