Si bien el partido Movimiento Regeneración Nacional (Morena) celebra que en la próxima legislatura local tendrá 30 diputados, esta abrumadora mayoría, que la faculta para aprobar prácticamente cualquier iniciativa, lo obliga a fijar postura legislativa y sin pretextos, sobre asuntos que ha venido rezagando ese instituto a pesar de contar con más diputados que cualquier otra fuerza.
Los morenistas han venido postergando, por ejemplo, el tema de la despenalización del aborto y que ya es objeto de exigencia de grupos feministas para que lo aborden en la LXII Legislatura. Desde el mandato de Luis Miguel Barbosa Huerta este tema no avanzó, presumiblemente por petición del arzobispo Víctor Sánchez Espinosa.
Durante la administración que termina Sergio Salomón Céspedes Peregrina, el tema no transitó y ya en tiempos de Alejandro Armenta Mier el asunto seguramente volverá a estar presente. La buena relación del poder religioso con el futuro mandatario quedó de manifiesto con la visita del arzobispo al gobernador electo tras su operación reciente del tendón de Aquiles.
Ya se verá si las creencias religiosas pesan en el terreno legislativo.
Morena ya no podrá pretextar trabas de ninguna índole. Lo que se apruebe o deje de aprobarse no dependerá más que de sus legisladores. Si de verdad quisieran revertir el tema de la concesión del agua potable no tendrían impedimento parlamentario.
Tampoco si quisieran avalar la prohibición de las corridas de toros o la declaración especial de ausencia.
Sin oposición que les haga sombra, ahora los morenistas del Congreso local tienen frente a sí el reto de legislar sobre las exigencias que arrastran la actual y anteriores legislaturas.
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En contraste, del lado de la oposición, que resultó minimizada en el Congreso del Estado, queda la duda sobre si priistas y panistas continuarán operando como bloque antisistema o si comienzan a desvincularse uno del otro para rescatar un algo de identidad partidista.
A estas alturas del juego, tras perder en las urnas a uno de sus tres aliados (el PRD), a los panistas ya debe quedarles claro que su ruta política debe ir en un sentido distinto a lo que supusieron sería una alianza ganadora y retroceder unas décadas en su historia o apostarse por picar piedra para recuperar su peso como alternativa de gobierno.
Lo mismo desde el legislativo como en los espacios de regidurías y donde consiguieron el triunfo como autoridades municipales. Su tradición y origen como partido antisistema les debe dar cierta ventaja sobre el PRI a la hora de redefinir su papel, si no quieren encausarse al precipicio al que ya ha caído el Partido de la Revolución Democrática (PRD).
Para el Partido Revolucionario Institucional (PRI) vendrá un doble reto que irá, en principio, de despojarse de la carga negativa que arrastra y que ya quedó demostrado que en las urnas resta más de lo que suma a sus aliados. De no renovarse auténticamente podría incluso acompañar muy pronto al PRD al balcón de los sin registro.
Por lo pronto tocará verles desempeñarse, con nueve diputados locales (siete del PRI y dos del PAN) los próximos tres años frente a una mayoría del bloque morenista que no les necesita para concretar sus iniciativas.
Esta oposición, tan diezmada, evita que el gobierno en turno, tenga que recurrir al convencimiento, prebendas o amenazas para ampliar las adhesiones en temas coyunturales, como ha ocurrido en el pasado.