En el año de 1970 leí el libro del futurista norteamericano Alvin Toffler “El Shock del Futuro”, y su lectura hasta la fecha me sigue impactando. En aquel entonces Toffler argüía que la sociedad está llevando a cabo un cambio estructural gigantesco en el paso de una sociedad industrial a una súper industrial y postindustrial, cuya vertiginosidad sobrepasa y agobia a mucha gente. El grado tan acelerado de cambio tecnológico y por ende social deja a muchas personas desconectadas y sufriendo de desorientación y un insuperado estrés. Así, la mayor parte de problemas sociales son síntomas de este “shock del futuro”.
Las características de la sociedad postindustrial que vivimos pueden sintetizarse en la supresión de ramas enteras de la industria. Muchos bienes se han convertido en objetos desechables, ya que el costo de su reparación o limpieza es mayor que el de un remplazo nuevo debido a la producción en masa. Las personas cambian de profesión y lugar de trabajo frecuentemente y el trabajo se vuelve temporal, así como los conocimientos profesionales, que en lapsos de cinco a diez años se vuelven obsoletos. El diseño de los bienes caduca rápidamente y además es posible rentar cualquier bien, lo que elimina la necesidad de propiedad.
Sus siguientes libros “La Tercera Ola” y “Cambio de Poder” lo confirmaron definitivamente, llevando a Marshall Mc. Lujan a exclamar que “vivimos en una aldea global”.
Aficionado como soy a los temas sobre el trabajo, me llevaron a la lectura de “El Fin del Trabajo” de Jeremy Rifkin, que trata sobre la influencia de las nuevas tecnologías en los procesos de producción y sus consecuencias en el mercado del trabajo. La aplicación de nuevos procesos productivos en el mundo generan un desempleo estructural irresoluble aplicando los remedios tradicionales. Y esto tiende a agravarse con la aplicación de procesos de alta reingenierización de los procesos productivos, con la robótica, la informática y el control prácticamente horizontal de las estructuras administrativas. Ante este panorama, estado y mercado se muestran incapaces de dar respuestas reales al desempleo estructural profundo.
Alvin Toffler nos habla en su libro “La Tercera Ola” del paso de la industrialización a la tecnología del conocimiento, que indudablemente ha impactado en los procesos productivos de bienes y servicios. El Foro Económico Mundial habla ya de la desaparición de 5.1 millones de empleos netos entre 2015 y 2020; y el informe Mc Kinsey nos dice que cerca del 50% de las actuales actividades laborales son susceptibles de automatización y que 6 de cada 10 ocupaciones tienen ya en el presente más del 30% que pueden ser automatizadas.
Pero además tenemos otros temas no menores en el mundo del trabajo, que ha producido la revolución tecnológica, tales como la desaparición de la jornada de trabajo y el centro de trabajo y la confusión entre la vida profesional y la vida privada del trabajador, en relación con el teletrabajo o el derecho a la desconexión; las nuevas enfermedades del trabajo, como el estrés laboral o tecno estrés; la infoobesidad, la adicción al internet o el propio impacto emocional que supone que el compañero de trabajo sea un robot, y la necesidad de integrar los algoritmos y los riesgos que pueda producir su aplicación en la productividad o separación del trabajo.
Todo esto constituye indudablemente los nuevos retos de un Derecho del Trabajo eficiente y moderno acorde con la realidad de nuestro tiempo y transformación tecnológica, que de ninguna manera contempla nuestra reciente reforma laboral, por lo que habrá que ponernos a trabajar para lograr estar a la altura de nuestras circunstancias, con abruptos cambios en el mundo del trabajo.
Gracias Puebla. Escúchame mañana sábado a las 9 de la mañana en mi programa CONVERSACIONES, en ABC Radio, 12.80 de AM. Te recuerdo que “LO QUE CUESTA DINERO VALE POCO”