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La fuerza de voluntad y la estabilidad emocional no son nada sin el orden intelectual; fuerza, estabilidad y orden son las condicionantes del desarrollo personal, del conocimiento de uno mismo. Si un elemento de la triada está ausente, el mejoramiento del ser resultará imposible. La fuerza, la estabilidad y el orden conducen a la sabiduría, pero también hacia la conquista de un bien más elevado: el amor, entendido éste no como la expresión instintiva y pasional que satisface al sexo y a los deseos, sino como el anhelo genuino de trascender en la única cima que podrá librarnos del egoísmo: el otro.
El amor es compromiso, conocimiento, comprensión; amar es buscar la libertad del otro, pues con ella vendrá la propia. El amor nunca es solamente “yo”, no permanece pasivo en uno mismo, pues el amor no se reconoce la soledad. Es cierto que el amor nace con el conocimiento de uno mismo, pero siempre aspirando también al conocimiento del otro. El amor es acción, es resistencia, es una revolución que se levanta en contra de la oscuridad de la ignorancia y de sus pasionales huestes y si combate es con la firmeza de derribar los muros del egoísmo. Por ello es que el amor es un atentado en contra de uno mismo, en contra de nuestras máscaras, de nuestros anhelos implantados, de nuestras ideologías sembradas, de nuestro adoctrinamiento que lo único que ha hecho es convencernos de que la soledad y el refugio en uno mismo son la manifestación de la vida ideal; nada más alejado de la realidad. Si estamos solos, es porque no sabemos amar.
El amor no es para ignorantes. No es para quienes lo confunden con el sexo, con el erotismo y con el deseo. Cierto es que el sexo, el erotismo y el deseo participan en algo en el desarrollo de las primeras formas del reconocimiento mutuo, pero el amor va más allá de las necesidades de la carne y de los intereses del mundo. El amor es elitista, es exclusivo y no se lía con cobardes, con hipócritas, ni con embusteros. El amor es la sublimación del ser, es la superación de la materia, es el vislumbramiento de la Verdad. Quien ama es porque ha logrado aniquilar al ego, es porque ha superado a la máscara del yo, es porque le ha hecho frente a la falsa y corriente idea que enaltece una vida de soledad arrastrada por el consumismo de cosas que pretenden llenar el vacío espiritual en el que la mayoría de las personas se haya.
El amor es compromiso, con uno mismo, primero, y con el otro, después. ¿Porque cómo considerar entregarse al otro cuando no se han aplacado las tormentas propias? ¿Cómo esperar crecer con el otro cuando uno se ha negado a madurar? ¿Cómo vivir el amor en una sociedad cuyos adultos se comportan como niños que sólo buscan distraerse en actividades que enaltecen el ocio, al tiempo que desacreditan bienes atemporales como el Bien, la Belleza y la Verdad? No es gratuito que la soledad sea la constante de nuestra sociedad, cuando quienes la conforman están convencidos de que la libertad consiste en mantener empleos denigrantes que les permiten adquirir mediante deuda mercancías inútiles y que al poco tiempo se hacen obsoletas.
Si las relaciones de pareja hoy duran tan poco tiempo, es porque su sustento emotivo y sentimental está podrido. Qué común es que aquellos que dicen amarse expresen su “amor” mediante burlas, palabras hirientes, obscenidades e incluso agresiones físicas “menores” que no solamente han sido normalizadas, sino, además, ubicadas como ideales de una “relación sana”. Del grueso de relaciones afectivas de hoy en día, no hay duda de que la mayoría carecerán de amor. Indudablemente en esas relaciones podría existir cierto cariño, sin embargo, el cariño que se tiene por una persona es, en su naturaleza, el mismo que podríamos tener por un perro, un gato, una planta, una joya y cualquier otra forma de la materia que, en última instancia, es reemplazable. En el libro La conquista de la voluntad, el psiquiatra Enrique Rojas dice del amor:
«Es fácil enamorarse y difícil mantenerse enamorado. Todo amor grande encierra una pasión por lo absoluto. Con la degradación de la vida afectiva, a cualquier relación superficial y centrada en la sexualidad, la denominamos amor. Los amores humanos, dice C. S. Lewis merecen llamarse amor siempre que se parezcan a ese Amor, que es Dios. Se ha puesto de moda una fórmula intermedia, que elude el compromiso y salva el posible fracaso en este terreno: el concepto de pareja, como unión afectiva descomprometida. La convivencia es, ante todo, compartir, participar en la vida ajena y hacer partícipe al otro de la propia. Los puntos cardinales del amor son: Tener un conocimiento adecuado de uno mismo; esforzarse por rectificar aquellos aspectos de la personalidad que dificultan la relación cotidiana; el conocimiento del contexto en donde se desarrolla la convivencia; respeto y estimación recíprocos; la vida humana debe tener un orden. Si no se ordena el amor, si el corazón no está bien custodiado, las formas que puede adoptar la afectividad a la larga, llevan al vacío. Otros componentes del amor son: un sentimiento y una tendencia, los cuales deben apoyarse en unas creencias comunes; después, el amor debe ser con el paso del tiempo, no al principio, un acto de la voluntad y de la inteligencia y, finalmente, el amor hay que entenderlo como compromiso y dinamismo, pues el amor necesita aprendizaje, que encuentra en la convivencia su punto de inflexión. Ahí recae la importancia de la voluntad.»
El ignorante cree que sabe porque ignora que hay algo que no sabe, de la misma manera el egoísta cree que ama porque encuentra en el otro ciertas satisfacciones pasionales, pero así como el ignorante no sabe ni quiere saber, el egoísta no ama ni quiere amar, porque ello implicaría su propia aniquilación. Dice Agustín de Hipona que si el amor se termina, nunca fue amor; y Pablo de Tarso añade que los más grandes tesoros, sin amor, no son nada. Por la falta de fuerza, estabilidad y orden hoy somos testigos de una decadencia social de la que será imposible recuperarnos. La ignorancia, la hipocresía y la ambición son los asesinos del amor. ¿Hallaremos la manera de vencer a la soledad? No mientras confundamos al Amor con los amores humanos.