/ domingo 11 de agosto de 2024

El mundo iluminado / Codiciar y rechazar

elmundoiluminado.com

Todos los días, por la razón que sea, sufrimos. Algunos sufrimientos son mínimos, por ejemplo: sentir desánimo por no querer ir a trabajar, sentir molestia por no haber desayunado a tiempo o sentir enojo porque el agua de la ducha no está a la temperatura deseada. También hay otros sufrimientos que podríamos llamar mayores, por ejemplo: sentirse paralizado a causa de una condición grave de depresión, sentirse afligido porque las deudas aumentan en una relación inversamente proporcional al salario o sentir una profunda tristeza por el fallecimiento de un ser amado. Sin embargo, y sin importar si estamos ante sufrimientos mínimos o mayores, la constante en todo momento es lo que sentimos con respecto a la realidad que percibimos.

La realidad en sí misma es imposible de conocer, pues entre lo real que es y el yo que somos hay una separación, la cual torpemente pretendemos remediar a través del puente de la percepción. Es decir, por un lado está el mundo en sí mismo, tal y como es, ha sido y será; por otro lado está el yo, el cual no es lo que somos, sino lo que creemos ser y desde esa creencia que tenemos de nosotros mismos levantamos la creencia de lo que el mundo es, pero la creencia que tenemos del mundo y de nosotros es equivocada, pues está sustentada en la percepción, que a su vez depende de la experiencia y del conocimiento que a lo largo del tiempo hemos acumulado, por lo que aquello que creemos que el mundo y nosotros mismos somos, es más bien el reflejo de lo que sabemos y hemos experimentado, de tal suerte que la persona que sepa y haya experimentado más tendrá una perspectiva del mundo y del yo mucho más amplia que la de aquella persona que sepa y haya experimentado poco.

La percepción lo es todo en la vida humana, pues de ella se desarrollan nuestras ideas de lo bueno y de lo malo. La percepción nunca llega a ser plena, es decir, es imposible saberlo todo, pero la suma de percepciones permite elaborar consensos con respecto a lo que nos beneficia y nos perjudica, tanto en lo personal como en lo social. La percepción está en función de lo que se sabe y se ha experimentado, pero también de aquello que se nos ha dicho y hemos creído sin verificarlo, lo cual, en pocas palabras, corresponde a lo que conocemos como adoctrinamiento.

El adoctrinamiento es el procedimiento modelador mediante el cual se inculcan o siembran ideas en los individuos. Para que el adoctrinamiento se realice es necesaria la existencia de un agente activo (el que adoctrina) y uno pasivo (el que es adoctrinado). Son incontables las doctrinas a las que una persona puede enfrentarse, pero podrían abreviarse en doctrinas de corte religioso, que son las que nos dictan la manera de vivir en la dimensión de la metafísica, es decir, de todo lo relacionado con lo trascendente, lo álmico y lo eterno; y doctrinas de corte político, que son aquellas enfocadas en la dimensión de la física, es decir, de lo relacionado con lo social, con lo moral y con lo económico. Si bien las doctrinas religiosas y políticas se desarrollan en sentidos distintos, convergen en que ambas actúan a partir del mismo principio: el del sufrimiento.

Podría decirse que la sociedad contemporánea ha visibilizado los diferentes tipos de sufrimiento que una persona podría experimentar, pero esto es parcial y aparente, pues el hecho de que el sufrimiento se visibilice no quiere decir que se comprenda, es decir, podemos saber que el sufrimiento ahí está, pero al mismo tiempo ser inconscientes de por qué está, de cuándo y por qué se gestó y de cómo podría ser eliminado. La sociedad contemporánea ha hecho énfasis en el sufrimiento que cada quien padece, pero al mismo tiempo ha encontrado en este sufrimiento una oportunidad para acomodarse y victimizarse, convirtiéndose con ello en el centro de atención de otros tantos que también sufren y que, de la misma manera, esperan ser vistos, pero no para que su sufrimiento sea aminorado, sino para que su ego sea complacido, pues si bien el sufrimiento es incómodo, inconscientemente también genera cierto placer; de ahí que todo sufrimiento sea al mismo tiempo una trampa de la que pocos desean realmente salir.

Para quienes buscan, por su propio bien y por el de los demás, tomar las riendas de su sufrimiento a fin de disminuirlo (pues nunca podremos dejar de sufrir), el budismo propone el camino de las Cuatro Nobles Verdades, en el cual se definen las tres causas principales del sufrimiento. Si bien esta enseñanza fue elaborada por el Buda Gautama, la explica en una forma más o menos sencilla el psicólogo Charles T. Tart, en la obra Más allá del cerebro, la expansión de la consciencia, de la que podrían extraerse las siguientes ideas:

«La primera noble verdad nos dice que el sufrimiento es real y universal porque todos sufrimos. La segunda analiza las causas del sufrimiento. La tercera nos dice que el sufrimiento puede ser trascendido. Y la cuarta son prácticas para trascenderlo. Buda señaló tres causas principales del sufrimiento: La primera es la ignorancia, tanto porque ignoramos cuestiones mundanas, como a nosotros mismos, lo primero se resuelve con educación, pero lo segundo es más difícil. Caemos en el error de no saber que nuestra personalidad fue construida, es decir, no somos así, nos hicieron así. Las otras dos causas del sufrimiento son la codicia y la aversión. Así, de lo que me protege o me hace feliz, deseo más, pero de lo que me amenaza, intento alejarme; la vida es una oscilación entre codiciar y rechazar. La dinámica del sufrimiento se basa en la ignorancia, la codicia y la aversión, y conducen a una percepción distorsionada de nuestro propio ser, de las otras personas y del mundo.»

La gran mayoría de las personas vive en el error de creer que su personalidad corresponde a lo que son en realidad, pero no es así, la mayoría de las personas no es, sino que tan sólo aparenta ser y esto se debe al adoctrinamiento religioso y político de todos los días. Dejar de sufrir implica cambiar la manera en que pensamos en el vaivén del codiciar y rechazar.


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Todos los días, por la razón que sea, sufrimos. Algunos sufrimientos son mínimos, por ejemplo: sentir desánimo por no querer ir a trabajar, sentir molestia por no haber desayunado a tiempo o sentir enojo porque el agua de la ducha no está a la temperatura deseada. También hay otros sufrimientos que podríamos llamar mayores, por ejemplo: sentirse paralizado a causa de una condición grave de depresión, sentirse afligido porque las deudas aumentan en una relación inversamente proporcional al salario o sentir una profunda tristeza por el fallecimiento de un ser amado. Sin embargo, y sin importar si estamos ante sufrimientos mínimos o mayores, la constante en todo momento es lo que sentimos con respecto a la realidad que percibimos.

La realidad en sí misma es imposible de conocer, pues entre lo real que es y el yo que somos hay una separación, la cual torpemente pretendemos remediar a través del puente de la percepción. Es decir, por un lado está el mundo en sí mismo, tal y como es, ha sido y será; por otro lado está el yo, el cual no es lo que somos, sino lo que creemos ser y desde esa creencia que tenemos de nosotros mismos levantamos la creencia de lo que el mundo es, pero la creencia que tenemos del mundo y de nosotros es equivocada, pues está sustentada en la percepción, que a su vez depende de la experiencia y del conocimiento que a lo largo del tiempo hemos acumulado, por lo que aquello que creemos que el mundo y nosotros mismos somos, es más bien el reflejo de lo que sabemos y hemos experimentado, de tal suerte que la persona que sepa y haya experimentado más tendrá una perspectiva del mundo y del yo mucho más amplia que la de aquella persona que sepa y haya experimentado poco.

La percepción lo es todo en la vida humana, pues de ella se desarrollan nuestras ideas de lo bueno y de lo malo. La percepción nunca llega a ser plena, es decir, es imposible saberlo todo, pero la suma de percepciones permite elaborar consensos con respecto a lo que nos beneficia y nos perjudica, tanto en lo personal como en lo social. La percepción está en función de lo que se sabe y se ha experimentado, pero también de aquello que se nos ha dicho y hemos creído sin verificarlo, lo cual, en pocas palabras, corresponde a lo que conocemos como adoctrinamiento.

El adoctrinamiento es el procedimiento modelador mediante el cual se inculcan o siembran ideas en los individuos. Para que el adoctrinamiento se realice es necesaria la existencia de un agente activo (el que adoctrina) y uno pasivo (el que es adoctrinado). Son incontables las doctrinas a las que una persona puede enfrentarse, pero podrían abreviarse en doctrinas de corte religioso, que son las que nos dictan la manera de vivir en la dimensión de la metafísica, es decir, de todo lo relacionado con lo trascendente, lo álmico y lo eterno; y doctrinas de corte político, que son aquellas enfocadas en la dimensión de la física, es decir, de lo relacionado con lo social, con lo moral y con lo económico. Si bien las doctrinas religiosas y políticas se desarrollan en sentidos distintos, convergen en que ambas actúan a partir del mismo principio: el del sufrimiento.

Podría decirse que la sociedad contemporánea ha visibilizado los diferentes tipos de sufrimiento que una persona podría experimentar, pero esto es parcial y aparente, pues el hecho de que el sufrimiento se visibilice no quiere decir que se comprenda, es decir, podemos saber que el sufrimiento ahí está, pero al mismo tiempo ser inconscientes de por qué está, de cuándo y por qué se gestó y de cómo podría ser eliminado. La sociedad contemporánea ha hecho énfasis en el sufrimiento que cada quien padece, pero al mismo tiempo ha encontrado en este sufrimiento una oportunidad para acomodarse y victimizarse, convirtiéndose con ello en el centro de atención de otros tantos que también sufren y que, de la misma manera, esperan ser vistos, pero no para que su sufrimiento sea aminorado, sino para que su ego sea complacido, pues si bien el sufrimiento es incómodo, inconscientemente también genera cierto placer; de ahí que todo sufrimiento sea al mismo tiempo una trampa de la que pocos desean realmente salir.

Para quienes buscan, por su propio bien y por el de los demás, tomar las riendas de su sufrimiento a fin de disminuirlo (pues nunca podremos dejar de sufrir), el budismo propone el camino de las Cuatro Nobles Verdades, en el cual se definen las tres causas principales del sufrimiento. Si bien esta enseñanza fue elaborada por el Buda Gautama, la explica en una forma más o menos sencilla el psicólogo Charles T. Tart, en la obra Más allá del cerebro, la expansión de la consciencia, de la que podrían extraerse las siguientes ideas:

«La primera noble verdad nos dice que el sufrimiento es real y universal porque todos sufrimos. La segunda analiza las causas del sufrimiento. La tercera nos dice que el sufrimiento puede ser trascendido. Y la cuarta son prácticas para trascenderlo. Buda señaló tres causas principales del sufrimiento: La primera es la ignorancia, tanto porque ignoramos cuestiones mundanas, como a nosotros mismos, lo primero se resuelve con educación, pero lo segundo es más difícil. Caemos en el error de no saber que nuestra personalidad fue construida, es decir, no somos así, nos hicieron así. Las otras dos causas del sufrimiento son la codicia y la aversión. Así, de lo que me protege o me hace feliz, deseo más, pero de lo que me amenaza, intento alejarme; la vida es una oscilación entre codiciar y rechazar. La dinámica del sufrimiento se basa en la ignorancia, la codicia y la aversión, y conducen a una percepción distorsionada de nuestro propio ser, de las otras personas y del mundo.»

La gran mayoría de las personas vive en el error de creer que su personalidad corresponde a lo que son en realidad, pero no es así, la mayoría de las personas no es, sino que tan sólo aparenta ser y esto se debe al adoctrinamiento religioso y político de todos los días. Dejar de sufrir implica cambiar la manera en que pensamos en el vaivén del codiciar y rechazar.