/ domingo 1 de septiembre de 2024

El mundo iluminado / Cómo pelar la cebolla

elmundoiluminado.com

Los imanes son cuerpos generalmente de hierro que naturalmente producen un campo magnético con el que atraen hacia sí mismos a cuerpos metálicos que se quedan adheridos a su superficie, y la facilidad con que estos cuerpos podrán ser separados dependerá de la fuerza del imán. Algunos imanes son capaces de crear un campo magnético tan fuerte que resulta imposible separar de su superficie a los metales que han sido atraídos, haciendo con ello que el imán adquiera una forma distinta y que su eficacia disminuya, es decir, el imán no podrá atraer a más objetos, pero los que ya tiene adheridos a sí mismos no podrán separarse, es como si el imán estuviera “enfermo” debido a todo aquello que ha atraído hacia sí mismo en contra de su voluntad.

Si amarramos un imán y lo arrastramos por la calle, nos sorprenderemos de la cantidad de pequeños metales que el imán atrapó a su paso, minerales que no vemos, pero que están ahí en el suelo y que el imán ha atraído a sí mismo en contra de su voluntad, pues el imán no decide, sencillamente está en su naturaleza atraer todo aquello que a su paso sienta atracción por su campo magnético. Posiblemente si el imán tuviera cierta inteligencia sería más prudente al atraer a otros metales y se despojaría de aquellos que entorpecen su forma.

La superficie del imán, luego de un paseo por la calle, queda saturada de desechos debido a su natural magnetismo, así como a su falta de inteligencia para decidir, pero el mismo caso no deja de sorprender cuando quien se pasea por la calle no es un imán, sino nosotros mismos, quienes al volver a casa lo hacemos colmados de todo aquello que durante nuestro viaje hemos ido adhiriendo a nosotros mismos, quedando con ello igual o más sucios que el imán.

Las personas también somos imanes, pero aquello que atraemos a nosotros es de una naturaleza distinta a la de los metales. Como magnetos vivos, nosotros lo que atraemos, principalmente, son sensaciones, las cuales nos entran por los sentidos, que posteriormente convertimos en impresiones, es decir, en ideas. En resumen, es por los sentidos que nosotros creamos las ideas que tenemos, y lo que los sentidos captan es siempre en contra de nuestra voluntad, pues los sentidos tienen su propia autonomía; por lo anterior es que no podemos abrir los ojos y esperar que no veamos nada, como tampoco podemos hacer sonar un instrumento con la esperanza de anular su sonido; «el ojo no se cansa de ver ni el oído de oír», dice el Eclesiastés.

Los sentidos, como los imanes, atrapan todo lo que a su paso esté en conjunción con su naturaleza. Los ojos atraerán la luz; el oído, el sonido; el olfato, el olor; el gusto, los sabores; y el tacto, las texturas. Nada podemos hacer para exigirle a nuestros sentidos que no perciban aquello para lo que fueron diseñados, como tampoco podemos impedir que el magnetismo de los imanes atraiga a metales que le son compatibles, y es por esta incapacidad de controlar nuestros sentidos que paulatinamente y sin darnos cuenta nos vamos contaminando, nos vamos haciendo lentos, pesados, inútiles, siendo el final de todo ello la corrupción del ser.

El individuo contemporáneo, a pesar de todas las posibilidades que posee para ejercer una educación autodidacta que lo eleve, prefiere ser como el imán: irracional y magnético. El individuo contemporáneo no hace más que atraer hacía sí mismo todo aquello que no le beneficia en nada; por su negligencia, no hace más que añadir capas de mugre, de ignorancia, de enfermedad y de malignidad a su ser, de tal suerte que este individuo ha quedado sepultado debajo de capas que nada tienen que ver con él mismo, pero que, por su desinterés ante la vida, considera como propias, y aún peor: necesarias.

Cuando vamos añadiendo indiscriminadamente a nosotros mismos capas y capas de basura intelectual, emocional y física, es decir, cuando aceptamos contaminarnos con todo aquello que nuestros sentidos captan debido a nuestra incapacidad de controlarnos, es cuando la vida se torna hostil, decepcionante, angustiante, tediosa y aburrida. La mayoría de las personas no viven, sino que deambulan de un lado a otro movidas por sus prejuicios ante lo que suponen que es la vida, la realidad. Estas personas que han sido cubiertas por capas y capas de desechos se han alejado tanto de su centro que están lejos no ya de conocerse verdaderamente a sí mismas, sino de siquiera permitirse la posibilidad de preguntarse cualquier cuestión trascendente. El filósofo espiritual Osho, en su obra Intuición, se refiere a este fenómeno de la siguiente manera:

«La personalidad se asemeja a una cebolla: tiene muchas capas de condicionamientos tras las cuales se oculta el ser del hombre. El ser se encuentra detrás de tantos filtros que no puedes verlo. Del mundo, nunca te llega nada tal como es, tus sentidos lo falsean, después lo falsean tu ideología, tu sociedad, tu iglesia. Más tarde lo falsean tus emociones. Sólo ves aquello que tus filtros te permiten ver. Los científicos están de acuerdo con que solo vemos el dos por ciento de la realidad, el otro noventa y ocho no lo vemos. El dos por ciento que percibimos está fuera de contexto. El hombre vive gracias a las mentiras. el hombre no puede vivir con la verdad. El hombre es exactamente igual a una cebolla y el arte de conocerse a sí mismo consiste en descubrir cómo pelar la cebolla y llegar a su centro.»

Debido a nuestros prejuicios, del total de la realidad solamente somos capaces de percibir una cantidad mínima de sus componentes. Nuestros pensamientos y creencias nos limitan, pensamientos que son semejantes a todos aquellos desechos que atrapa un imán cuando es arrastrado por el suelo. Si estos desechos, que son los prejuicios, se han adherido a nosotros con demasiada fuerza, no seremos capaces de removerlos del todo, sin embargo, por muchas que sean las capas que nos cubren, siempre estaremos en la posibilidad de ir separándolas para acercarnos a nuestro ser, por ello es que filosofar es lo mismo que saber cómo pelar la cebolla.


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Los imanes son cuerpos generalmente de hierro que naturalmente producen un campo magnético con el que atraen hacia sí mismos a cuerpos metálicos que se quedan adheridos a su superficie, y la facilidad con que estos cuerpos podrán ser separados dependerá de la fuerza del imán. Algunos imanes son capaces de crear un campo magnético tan fuerte que resulta imposible separar de su superficie a los metales que han sido atraídos, haciendo con ello que el imán adquiera una forma distinta y que su eficacia disminuya, es decir, el imán no podrá atraer a más objetos, pero los que ya tiene adheridos a sí mismos no podrán separarse, es como si el imán estuviera “enfermo” debido a todo aquello que ha atraído hacia sí mismo en contra de su voluntad.

Si amarramos un imán y lo arrastramos por la calle, nos sorprenderemos de la cantidad de pequeños metales que el imán atrapó a su paso, minerales que no vemos, pero que están ahí en el suelo y que el imán ha atraído a sí mismo en contra de su voluntad, pues el imán no decide, sencillamente está en su naturaleza atraer todo aquello que a su paso sienta atracción por su campo magnético. Posiblemente si el imán tuviera cierta inteligencia sería más prudente al atraer a otros metales y se despojaría de aquellos que entorpecen su forma.

La superficie del imán, luego de un paseo por la calle, queda saturada de desechos debido a su natural magnetismo, así como a su falta de inteligencia para decidir, pero el mismo caso no deja de sorprender cuando quien se pasea por la calle no es un imán, sino nosotros mismos, quienes al volver a casa lo hacemos colmados de todo aquello que durante nuestro viaje hemos ido adhiriendo a nosotros mismos, quedando con ello igual o más sucios que el imán.

Las personas también somos imanes, pero aquello que atraemos a nosotros es de una naturaleza distinta a la de los metales. Como magnetos vivos, nosotros lo que atraemos, principalmente, son sensaciones, las cuales nos entran por los sentidos, que posteriormente convertimos en impresiones, es decir, en ideas. En resumen, es por los sentidos que nosotros creamos las ideas que tenemos, y lo que los sentidos captan es siempre en contra de nuestra voluntad, pues los sentidos tienen su propia autonomía; por lo anterior es que no podemos abrir los ojos y esperar que no veamos nada, como tampoco podemos hacer sonar un instrumento con la esperanza de anular su sonido; «el ojo no se cansa de ver ni el oído de oír», dice el Eclesiastés.

Los sentidos, como los imanes, atrapan todo lo que a su paso esté en conjunción con su naturaleza. Los ojos atraerán la luz; el oído, el sonido; el olfato, el olor; el gusto, los sabores; y el tacto, las texturas. Nada podemos hacer para exigirle a nuestros sentidos que no perciban aquello para lo que fueron diseñados, como tampoco podemos impedir que el magnetismo de los imanes atraiga a metales que le son compatibles, y es por esta incapacidad de controlar nuestros sentidos que paulatinamente y sin darnos cuenta nos vamos contaminando, nos vamos haciendo lentos, pesados, inútiles, siendo el final de todo ello la corrupción del ser.

El individuo contemporáneo, a pesar de todas las posibilidades que posee para ejercer una educación autodidacta que lo eleve, prefiere ser como el imán: irracional y magnético. El individuo contemporáneo no hace más que atraer hacía sí mismo todo aquello que no le beneficia en nada; por su negligencia, no hace más que añadir capas de mugre, de ignorancia, de enfermedad y de malignidad a su ser, de tal suerte que este individuo ha quedado sepultado debajo de capas que nada tienen que ver con él mismo, pero que, por su desinterés ante la vida, considera como propias, y aún peor: necesarias.

Cuando vamos añadiendo indiscriminadamente a nosotros mismos capas y capas de basura intelectual, emocional y física, es decir, cuando aceptamos contaminarnos con todo aquello que nuestros sentidos captan debido a nuestra incapacidad de controlarnos, es cuando la vida se torna hostil, decepcionante, angustiante, tediosa y aburrida. La mayoría de las personas no viven, sino que deambulan de un lado a otro movidas por sus prejuicios ante lo que suponen que es la vida, la realidad. Estas personas que han sido cubiertas por capas y capas de desechos se han alejado tanto de su centro que están lejos no ya de conocerse verdaderamente a sí mismas, sino de siquiera permitirse la posibilidad de preguntarse cualquier cuestión trascendente. El filósofo espiritual Osho, en su obra Intuición, se refiere a este fenómeno de la siguiente manera:

«La personalidad se asemeja a una cebolla: tiene muchas capas de condicionamientos tras las cuales se oculta el ser del hombre. El ser se encuentra detrás de tantos filtros que no puedes verlo. Del mundo, nunca te llega nada tal como es, tus sentidos lo falsean, después lo falsean tu ideología, tu sociedad, tu iglesia. Más tarde lo falsean tus emociones. Sólo ves aquello que tus filtros te permiten ver. Los científicos están de acuerdo con que solo vemos el dos por ciento de la realidad, el otro noventa y ocho no lo vemos. El dos por ciento que percibimos está fuera de contexto. El hombre vive gracias a las mentiras. el hombre no puede vivir con la verdad. El hombre es exactamente igual a una cebolla y el arte de conocerse a sí mismo consiste en descubrir cómo pelar la cebolla y llegar a su centro.»

Debido a nuestros prejuicios, del total de la realidad solamente somos capaces de percibir una cantidad mínima de sus componentes. Nuestros pensamientos y creencias nos limitan, pensamientos que son semejantes a todos aquellos desechos que atrapa un imán cuando es arrastrado por el suelo. Si estos desechos, que son los prejuicios, se han adherido a nosotros con demasiada fuerza, no seremos capaces de removerlos del todo, sin embargo, por muchas que sean las capas que nos cubren, siempre estaremos en la posibilidad de ir separándolas para acercarnos a nuestro ser, por ello es que filosofar es lo mismo que saber cómo pelar la cebolla.