/ domingo 22 de septiembre de 2024

El mundo iluminado / Como una abeja

elmundoiluminado.com

En la vida cotidiana es frecuente escuchar que alguien se exprese desde su “humilde opinión”. Esta expresión es ambigua y, por tanto, problemática, pues cada quien tiene una idea distinta de lo que la humildad es. Para algunos, la humildad mantiene un grado de semejanza con la bondad, por lo que el humilde, o la “humilde opinión”, serán buenos. Habrá quien entienda que la humildad está emparentada con la falta de recursos económicos, de ahí que “humilde” sea el eufemismo de “pobreza”. Políticamente, la humildad es propia de las personas por cuyas venas no corre ni una sola gota de sangre real, es decir, de linaje. La humildad, o la “humilde opinión”, podría ser también un reflejo de la ignorancia, es decir que aquella persona que antes de hablar advierte que emitirá su “humilde opinión” está anticipando su desconocimiento ante determinado tema, hablando sólo desde su limitada experiencia, por lo que la humildad podría ser también aquello que carece de expertiz. En menor medida, lo humilde es aquello que no tiene valor.

La humildad, filosófica y religiosamente, es entendida como una virtud porque mantiene una íntima relación con la prudencia, es decir que el humilde es capaz de ponerle un freno a sus pasiones. Considerando lo anterior, Cristo fue un personaje humilde en tanto que supo contener sus deseos, al igual que también lo hizo Sócrates cuando reconoció sus límites, y es que la humildad consiste, en parte, en tener bien identificadas las capacidades personales, tanto en lo físico, como en lo emocional e intelectual. Ser humilde, en este sentido, es saberse insignificante.

Es comprensible que en el imaginario colectivo la humildad proyecte una imagen vinculada con lo pequeño, con lo nimio, con lo bajo e irrelevante pues la palabra “humildad” es hermana de las voces “humanidad” y “hombre”, no en el sentido de “varón”, sino de especie. Estos tres conceptos nos llegan del latín humus, el cual significa “tierra”, de tal suerte que la humildad, como la humanidad encuentren su verdadero sitio debajo de las plantas de nuestros pies, en la cámara de tierra en la que todo organismo se descompone una vez que sus funciones vitales han concluido con su ciclo.

La palabra griega para “hombre” (en el sentido de especie y como sinónimo de humanidad) es “antropos” (ἄνθρωπος), palabra hermana de “antro” (ἄντρον) que significa “cueva”, la cual no es más que una entrada al centro de la tierra, a aquel crisol que todo lo consume con la única finalidad de renovarlo.

Saber que “antropos” y “humus” son la base de la palabra “humanidad”, “humano”, “hombre”, “humildad”, etcétera, no sólo nos permite tener mayor consciencia con respecto a la complejidad que circunda al término “humildad”, sino que, además, nos da mayor luz cuando recordamos aquel pasaje del Antiguo Testamento que dice: «porque polvo eres y en polvo te convertirás», y que podríamos parafrasear en formas como: porque nada eres y a la nada regresarás, idea que innegablemente es difícil de aceptar cuando uno posee un ego que no sabe de límites y que se niega a aceptar la idea de que un día morirá y será, junto con ello, olvidado.

La humildad, considerando lo anterior, si bien es generalmente utilizada como una excusa para externar cualquier idea deslindándose prácticamente de sus efectos, se torna ahora no sólo en un concepto complejo, sino en una posición ante la vida en la que uno reconoce su finitud en tanto que ha nacido para morir sin llegar nunca a conocerlo todo, ni siquiera una mínima parte. Por ende, aquel que se asuma como humilde lo hará en tanto que comprende su deber ante la práctica de la virtud, por lo cual, ser humilde es un acto pleno de toma de consciencia.

Si bien fue Sócrates uno de los primeros filósofos en abordar el tema de la virtud, fueron los estoicos los que la llevaron a la práctica. Recientemente, el escritor Ollie Snider recuperó el tema en su obra Estoicismo sin rodeos, en la que dice lo siguiente con respecto a la humildad:

«Practicar la humildad y evitar el orgullo es esencial en el mundo contemporáneo. Debemos realizar buenas acciones de manera desinteresada. Esta idea se asemeja a cómo una abeja produce miel o una vid da uvas temporada tras temporada, sin pensar en los frutos que produce. Los estoicos entendieron que somos seres racionales y sociales. Nuestra capacidad para cooperar y colaborar en sociedad nos diferencia de otras especies. La humildad no es signo de debilidad, sino una virtud. Requiere que seamos honestos, con nosotros mismos y con los demás, acerca de nuestras habilidades y nos mantengamos contentos con lo que somos. En la sociedad actual, a veces nos encontramos con el orgullo espiritual. Ocurre cuando las personas se sienten superiores a los demás debido a su práctica espiritual o filosófica. Esta actitud puede generar desprecio hacia aquellos que no comparten sus creencias o prácticas. La humildad no significa que no podamos distinguir entre lo que es valioso y lo que no lo es. No se trata de rebajar nuestras convicciones, sino de evitar la arrogancia y el sentimiento de superioridad. La práctica de la humildad es esencial para lograr una vida más significativa y compasiva. Aceptar nuestras limitaciones nos permite vivir con mayor tranquilidad y satisfacción.»

La humildad es una virtud y, por ello mismo, no es asequible a cualquier persona, sobre todo si consideramos que detrás de una “humilde opinión”, una verdadera humilde opinión, existe un acto de consciencia con respecto a lo que uno es en este mundo: un conjunto de huesos y de carne esperando a ser tierra de nuevo. La humildad, en este sentido, es la capacidad de reconocernos en el otro, de tener claros nuestros alcances y de saber que nada en esta vida debe de tomarse con demasiada seriedad y severidad, pues absolutamente todo está llamado a desaparecer, pero, a pesar de ello, es indispensable que encaminemos nuestros actos siempre a la búsqueda del bien personal y colectivo, sin esperar alabanzas, tal y como una abeja.

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En la vida cotidiana es frecuente escuchar que alguien se exprese desde su “humilde opinión”. Esta expresión es ambigua y, por tanto, problemática, pues cada quien tiene una idea distinta de lo que la humildad es. Para algunos, la humildad mantiene un grado de semejanza con la bondad, por lo que el humilde, o la “humilde opinión”, serán buenos. Habrá quien entienda que la humildad está emparentada con la falta de recursos económicos, de ahí que “humilde” sea el eufemismo de “pobreza”. Políticamente, la humildad es propia de las personas por cuyas venas no corre ni una sola gota de sangre real, es decir, de linaje. La humildad, o la “humilde opinión”, podría ser también un reflejo de la ignorancia, es decir que aquella persona que antes de hablar advierte que emitirá su “humilde opinión” está anticipando su desconocimiento ante determinado tema, hablando sólo desde su limitada experiencia, por lo que la humildad podría ser también aquello que carece de expertiz. En menor medida, lo humilde es aquello que no tiene valor.

La humildad, filosófica y religiosamente, es entendida como una virtud porque mantiene una íntima relación con la prudencia, es decir que el humilde es capaz de ponerle un freno a sus pasiones. Considerando lo anterior, Cristo fue un personaje humilde en tanto que supo contener sus deseos, al igual que también lo hizo Sócrates cuando reconoció sus límites, y es que la humildad consiste, en parte, en tener bien identificadas las capacidades personales, tanto en lo físico, como en lo emocional e intelectual. Ser humilde, en este sentido, es saberse insignificante.

Es comprensible que en el imaginario colectivo la humildad proyecte una imagen vinculada con lo pequeño, con lo nimio, con lo bajo e irrelevante pues la palabra “humildad” es hermana de las voces “humanidad” y “hombre”, no en el sentido de “varón”, sino de especie. Estos tres conceptos nos llegan del latín humus, el cual significa “tierra”, de tal suerte que la humildad, como la humanidad encuentren su verdadero sitio debajo de las plantas de nuestros pies, en la cámara de tierra en la que todo organismo se descompone una vez que sus funciones vitales han concluido con su ciclo.

La palabra griega para “hombre” (en el sentido de especie y como sinónimo de humanidad) es “antropos” (ἄνθρωπος), palabra hermana de “antro” (ἄντρον) que significa “cueva”, la cual no es más que una entrada al centro de la tierra, a aquel crisol que todo lo consume con la única finalidad de renovarlo.

Saber que “antropos” y “humus” son la base de la palabra “humanidad”, “humano”, “hombre”, “humildad”, etcétera, no sólo nos permite tener mayor consciencia con respecto a la complejidad que circunda al término “humildad”, sino que, además, nos da mayor luz cuando recordamos aquel pasaje del Antiguo Testamento que dice: «porque polvo eres y en polvo te convertirás», y que podríamos parafrasear en formas como: porque nada eres y a la nada regresarás, idea que innegablemente es difícil de aceptar cuando uno posee un ego que no sabe de límites y que se niega a aceptar la idea de que un día morirá y será, junto con ello, olvidado.

La humildad, considerando lo anterior, si bien es generalmente utilizada como una excusa para externar cualquier idea deslindándose prácticamente de sus efectos, se torna ahora no sólo en un concepto complejo, sino en una posición ante la vida en la que uno reconoce su finitud en tanto que ha nacido para morir sin llegar nunca a conocerlo todo, ni siquiera una mínima parte. Por ende, aquel que se asuma como humilde lo hará en tanto que comprende su deber ante la práctica de la virtud, por lo cual, ser humilde es un acto pleno de toma de consciencia.

Si bien fue Sócrates uno de los primeros filósofos en abordar el tema de la virtud, fueron los estoicos los que la llevaron a la práctica. Recientemente, el escritor Ollie Snider recuperó el tema en su obra Estoicismo sin rodeos, en la que dice lo siguiente con respecto a la humildad:

«Practicar la humildad y evitar el orgullo es esencial en el mundo contemporáneo. Debemos realizar buenas acciones de manera desinteresada. Esta idea se asemeja a cómo una abeja produce miel o una vid da uvas temporada tras temporada, sin pensar en los frutos que produce. Los estoicos entendieron que somos seres racionales y sociales. Nuestra capacidad para cooperar y colaborar en sociedad nos diferencia de otras especies. La humildad no es signo de debilidad, sino una virtud. Requiere que seamos honestos, con nosotros mismos y con los demás, acerca de nuestras habilidades y nos mantengamos contentos con lo que somos. En la sociedad actual, a veces nos encontramos con el orgullo espiritual. Ocurre cuando las personas se sienten superiores a los demás debido a su práctica espiritual o filosófica. Esta actitud puede generar desprecio hacia aquellos que no comparten sus creencias o prácticas. La humildad no significa que no podamos distinguir entre lo que es valioso y lo que no lo es. No se trata de rebajar nuestras convicciones, sino de evitar la arrogancia y el sentimiento de superioridad. La práctica de la humildad es esencial para lograr una vida más significativa y compasiva. Aceptar nuestras limitaciones nos permite vivir con mayor tranquilidad y satisfacción.»

La humildad es una virtud y, por ello mismo, no es asequible a cualquier persona, sobre todo si consideramos que detrás de una “humilde opinión”, una verdadera humilde opinión, existe un acto de consciencia con respecto a lo que uno es en este mundo: un conjunto de huesos y de carne esperando a ser tierra de nuevo. La humildad, en este sentido, es la capacidad de reconocernos en el otro, de tener claros nuestros alcances y de saber que nada en esta vida debe de tomarse con demasiada seriedad y severidad, pues absolutamente todo está llamado a desaparecer, pero, a pesar de ello, es indispensable que encaminemos nuestros actos siempre a la búsqueda del bien personal y colectivo, sin esperar alabanzas, tal y como una abeja.