elmundoiluminado.com
Nunca, en la historia de la humanidad, ninguna iglesia ni partido político ha conseguido un adoctrinamiento tan elevado y eficiente como el realizado por las redes sociales digitales. Millones de personas de todo el mundo comparten un pensamiento homogéneo y acrítico que irónicamente les produce la sensación de ser personas libres, cuando en realidad están sometidas.
Nuestros días son los días del “empoderamiento”, palabra que generalmente es utilizada por aquellas personas que suponen que han triunfado en la conquista de sí mismas. Las personas empoderadas asumen erróneamente que tienen poder debido a que poseen unas cuantas monedas, algunas mercancías y/o un empleo, sin embargo, lo que las personas que se asumen como empoderadas no ven, es que su empoderamiento no es más que el triunfo del verdugo sobre ellas mismas, pues, en esencia, una persona empoderada no es aquella que ha conquistado su libertad, sino aquella que replica incondicionalmente las reglas de un sistema económico esclavista, de tal suerte que la persona empoderada, no es más que un instrumento eficiente del capitalismo.
Ansiamos la felicidad, la anhelamos, la deseamos, la buscamos y suponemos que la hemos obtenido cuando una sensación de placer nos llega, pues somos incapaces de distinguir entre la felicidad y la satisfacción. Lo que se siente bien no necesariamente es la felicidad, podría tratarse tan sólo de su reflejo, de un espejismo, y es que mientras supongamos que la felicidad es algo que se puede comprar, algo que nos llega con la posesión de las cosas y de las personas, no la conoceremos verdaderamente.
Uno de los grandes males de la sociedad contemporánea es el exceso de positividad, la obsesión por que todo sea “bueno”, por que nada lastime, por que todos estén satisfechos. Idealmente parece una excelente manera de pensar, pero en la realidad se trata de un absurdo. Místicos, filósofos y pensadores de todos los tiempos han coincidido en que esencialmente vivir es sufrir, lo cual en nuestros tiempos se ha intentado negar, haciendo con ello un daño considerable, y es que en ese afán de que nadie sufra, lo único que se ha conseguido es exacerbar el sufrimiento, magnificarlo y polarizar a la sociedad; hoy, la convivencia parece un imposible.
El pensamiento homogéneo se caracteriza por su íntima relación con la ignorancia, la hipocresía y la ambición. El individuo contemporáneo cuestiona superficialmente los sistemas religiosos y políticos, al considerarlos como meras herramientas de control social, pero no repara en que también todo aquello que aprende de las redes sociales digitales y de los diferentes medios de comunicación opera bajo la misma lógica. El pensamiento homogéneo es lo que también conocemos como la opinión pública, un tipo de conocimiento no verificado que por su reiterada presencia social suele considerarse como real, sin embargo, el pensamiento homogéneo nunca será tal debido a que su superficialidad lo aleja de la verdadera comprensión de las cosas, de las personas, de los sucesos y, por ende, de la felicidad.
Nadie que piense de la misma manera como lo hace el grueso de la población podrá ser feliz, pues las ideas de la mayoría, la vox populi, es infundada y está influenciada por la hipocresía y ambición de las pocas mentes que verdaderamente se hallan en la cima social y que son quienes ejercen el verdadero poder. Sin embargo, ay de quien se atreva a pensar distinto a la mayoría, de esa que se autoproclama revolucionaria y tolerante, pues habrá de sufrir la condena y el exilio. El escritor Isra García, en su obra Escuela de estoicismo moderno, menciona:
«¿Por qué otra cosa si no es la felicidad soportaríamos todo el dolor y sacrificio? La única meta en la vida del noventa y nueve por ciento de las personas es encontrar la felicidad. Esa es la razón por la que compramos cosas que no necesitamos, vamos a la cama con gente que no amamos, actuamos como no somos para gustar a gente a la que no le importamos, e intentamos trabajar duro para obtener la aprobación de gente que no nos gusta. Hace unos años estaba embobado con la idea de ser feliz. Pensaba que lo era, hasta que descubrí que todo era un engaño. Compras algo, y crees que te hace feliz. Vas a un bar, y crees que eres feliz. Te citas con una persona que te gusta, se besan, y crees que estás tocando la felicidad. Haces lo que amas, o al menos eso es lo que dices. Te vas de vacaciones. Compras un nuevo coche, etcétera. No obstante, al final del día, antes de dormir, piensas: “¿Qué es lo siguiente que tengo que alcanzar para ser feliz?”. Bien, puedo decirte qué es lo siguiente: tú corriendo detrás de algo, aleatorio y sin mucha importancia, que crees que te hace feliz. La felicidad es la zanahoria a la que nunca acabas de dar ni un solo bocado. Es una ilusión, un rumor, pues la felicidad nunca puede depender de factores externos, sólo puede nacer en el interior de cada persona. La felicidad solo se puede alcanzar conociéndose a uno mismo, entrenando la mente, el cuerpo, las emociones y el espíritu.»
El tema de la búsqueda de la felicidad es, quizás, uno de los más trabajados a lo largo de la historia de la humanidad. En épocas pasadas, parece que la noción sobre lo que la felicidad es y el modo de hallarla eran más claros que ahora. Los antiguos comprendieron que no hay felicidad sin sufrimiento, y que no hay sufrimiento que no devenga en felicidad, pero hoy no es así, pues se intenta llegar a la felicidad evitando a toda costa el sufrimiento, lo cual es imposible.
Más que depender de la posesión de bienes materiales y de la abundancia económica, la felicidad es consecuencia del conocimiento de uno mismo. La sociedad contemporánea en ese afán de creerse empoderada ha terminado por convertir todo en un intercambio material en el que prima la satisfacción personal y la autocomplacencia, y como cada quien vive buscando su propio bienestar lo único que se consigue es prolongar más su estado de miseria. La felicidad consiste en saber detenerse y no en andar corriendo detrás de algo.