/ domingo 17 de noviembre de 2024

El mundo iluminado / Cosa de la mente

elmundoiluminado.com

Cuando nos vemos al espejo, ¿qué vemos cuando nos vemos? Estamos ahí, frente al cristal reflectante que replica nuestra forma, pero no lo que somos. Aquello que vemos en el espejo en el que nos reflejamos solemos confundirlo con nosotros, sin embargo, puesto que en realidad no sabemos quiénes somos, aquello que en el espejo se proyecta no podemos ser nosotros, quizás ni siquiera sea tampoco su sombra. Entonces, si no sabemos quiénes somos, cuando nos vemos en el espejo, ¿qué vemos cuando nos vemos?

El mundo de los fenómenos, es decir, el mundo de las causas y de los efectos lo percibimos por la vía de los sentidos, y como éstos los sentimos sumamente vívidos creemos que son reales, pero no es así, los sentidos no son más que una ilusión más, semejante a la de aquel reflejo nuestro proyectado en el espejo y que miramos creyendo entender, pero en realidad estamos muy lejos de ello; y así como no sabemos qué vemos cuando nos vemos en el espejo, tampoco sabemos qué sentimos cuando sentimos por vía de los sentidos.

La sombra en la que vivimos es tan luminosa que solemos confundirla con la luz, de la misma manera en que confundimos lo que vemos y lo que sentimos. Esta sombra luminosa, puesto que podemos percibirla, palparla y experimentarla, la confundimos con aquello que con mucha seguridad llamamos “la realidad”, aún cuando lo único que es real es que en realidad no sabemos nada de la realidad. Vamos de una sombra a otra y aún así quedamos cegados.

Pero volvamos al punto inicial, cuando nos vemos al espejo, ¿qué vemos cuando nos vemos? Lo que vemos, irónicamente, es aquello que no tiene forma física tangible ni concreta: la palabra. Cuando nos vemos al espejo, lo que vemos, o mejor dicho, lo que imaginamos, son palabras. Nos vemos frente al cristal reflectante y lo que se traza en nuestra imaginación son conceptos, etiquetas que pretenden definir lo observado, aún cuando somos incapaces de ver la multiplicidad de sus componentes. ¿Y es que cómo podríamos decir quiénes somos, cuando no somos conscientes de cada uno de los componentes que nos hacen ser?

Definir al ser implica saber y conocer. ¿Podríamos decir que sabemos y que conocemos? La realidad no es aquello que vemos con los ojos ni lo que percibimos con el resto de nuestros sentidos. La realidad es lo que se nos fuga y que se resiste a permanecer dentro de los límites de toda definición hecha por el lenguaje humano. Se dice que la principal diferencia que tenemos con respecto a los animales no humanos es que ellos son inconscientes tanto de su vida como del hecho de que algún día habrán de morir, ¿pero es que nosotros verdaderamente somos conscientes de ello? Cuántos de nuestra especie no deambulan de un lado a otro sin haberse cuestionado ni una sola vez quiénes son, qué es la vida y qué es la muerte. Quizás el animal no humano, al no ser esclavo del lenguaje, comprende mejor desde su incomprensión la realidad.

Nos miramos al espejo, miramos nuestra casa, nuestras cosas y las personas con las que compartimos nuestra vida; salimos a la calle y miramos más personas, más objetos, miramos el cielo, las señales de tránsito, los letreros de los comercios y un sinfín de elementos que damos por hecho que son reales y que existen en la realidad por sí mismos, pero no es así, pues lo que miramos, al ser la suma de definiciones inconclusas y limitadas, no es más que un espejismo.

La amplitud del mundo que nos rodea y de la realidad que habitamos dependerá de los límites de nuestras capacidades lingüísticas, es decir, que a mayor dominio del lenguaje, a mayor uso de las palabras que podamos hacer, más grande será el mundo que habitamos porque seremos conscientes de la variedad de sus componentes y posibilidades; por el contrario, a menor capacidad lingüística, más pequeño y limitado será el mundo que habitaremos, o quizás sea más preciso decir no el mundo, sino la jaula, pues lo que llamamos “la realidad” no es otra cosa que una cárcel mental. El maestro en budismo tibetano, Bruce Alan Wallace, lo explica de la siguiente manera en su obra El entrenamiento de la mente en siete puntos:

«El mundo que vemos es comparable a un espejismo, una ilusión, un eco o un reflejo en el espejo y compararlo a un sueño es muy apropiado. Recuerde un sueño que haya tenido, uno que fuera vívido. Cuando soñamos, es como si lo que ocurre en el sueño estuviera de verdad sucediendo. Todas las apariencias están ahí, pero ninguna de esas cosas está sucediendo. Observamos los fenómenos cotidianos como algo más concreto y tangible de lo que son en realidad, y eso nos desorienta. Nada existe independientemente de la consciencia o la denominación mental. Todo es simplemente cosa de la mente. Si incorporamos a la vida diaria esta práctica de pensar todo como un sueño, no nos inundemos la cabeza con ideas confusas. Hay que actuar sabiendo que los fenómenos no existen del modo que aparentan. La existencia de cualquier cosa depende de nuestra denominación mental de ella. Cuando yo observo la montaña junto al valle, ¿me doy cuenta de que su existencia depende de sus atributos? ¿Percibo que la existencia de esta montaña depende de la denominación mental de la misma, así como de sus propias causas y condiciones? Debo admitir que no. La montaña parece existir enteramente por derecho propio; allí está, completamente autosuficiente. Y se trata de una ilusión. En este sentido, la montaña no existe tal como aparenta; es onírica. Lo mismo puede decirse de cuanto nos rodea, y también de nosotros.»

Pensemos en una vivencia del pasado, ahora hagamos lo mismo con algún sueño que hayamos tenido y que nos haya parecido sumamente real, notaremos de inmediato que entre el recuerdo de lo vivido y el del sueño no hay diferencia, pues la naturaleza del recuerdo es la misma. ¿Cómo saber que lo que vemos en el espejo y lo vivido es real y no cosa de la mente?