/ domingo 23 de junio de 2024

El mundo iluminado / Detener las olas

elmundoiluminado.com

El mar ha sido, desde el principio de los tiempos, cautivador por los múltiples atributos que posee. Podríamos pensar, en primer lugar, en su inmensidad, la cual a la vista humana da el aspecto de ser infinita; conocemos la orilla del mar, pero no, su origen ni profundidad. En segundo lugar, el mar es admirable en tanto que cuando está calmo puede ser tomado por santuario de paz, pero cuando se haya embravecido es capaz de desaparecer no ya buques colosales, sino ciudades enteras que nunca más volverán a ser tocadas por el sol. Tenemos, en tercer lugar, la constante de su sonido y movimiento: el mar no sabe estar en silencio, como tampoco en un sólo lugar, irónicamente, el permanente sonido de sus aguas, por su monotonía, deja de ser perceptible para el oído, lo cual nos deja ver que el silencio puede lograrse aún con un sonido constante. En cuanto a su movimiento, contraparte de su sonido, es permanente; el mar no detiene nunca el arrastre de sus olas, las cuales no tienen miedo de precipitarse en la playa a pesar de que esto va en contra de la forma que las constituye, aunque, si lo meditamos bien, ni el mar ni sus olas tienen una forma definida, sino que ésta es cambiante; el mar es y no es al mismo tiempo. “Es” porque está ahí abarcando todo, pero “no es” por su carácter de impermanente.

El mar es infinito, como también lo es nuestra mente, la cual nunca cesa su movimiento ni su sonido. Conocemos lo que la mente nos muestra en las orillas del pensamiento, pero desconocemos su origen y profundidad. En el fondo del mar, como en el fondo de la mente, habitan monstruos que aprovechan la oscuridad para esconderse. Ni a los monstruos del mar ni a los de la mente los podemos ver, pero sí sentimos los efectos del miedo que producen. La mente, que empieza con la letra “m” de “mar”, no tiene una forma definida, sino que se va adaptando a las situaciones que nos rodean, por eso si el ambiente en el que estamos es sereno, la mente se moverá con lentitud y sosiego, acercándonos a estados de paz, pero si nos encontramos en circunstancias desfavorables, la mente se tornará en tormenta y destruirá todo aquello que nos constituye, pues el poder de la mente es tal que fácilmente puede enfermar al cuerpo. La mente nunca se detiene y sus olas, que son los pensamientos, nos llevan con ellas a capricho.

Pero no sólo el mar y la mente se mueven de manera incesante, sino que también la realidad entera lo hace. A ciencia cierta, es imposible saber lo que la realidad es, pues lo que llamamos “la realidad” no es más que lo que nuestra mente ha construido con lo que nos rodea. Es decir, no conocemos a la realidad en sí misma, sino la ilusión de realidad que nuestra mente elabora. Independientemente de ello, la realidad es ese “algo” que está más allá de nosotros y que no interrumpe su movimiento nunca. Desde el desconocido origen del universo y hasta este momento, la realidad nunca ha dejado de moverse, lo hace en el mar y en nuestra mente, como también en el cielo y en las nubes, en el sol y en el aire, en la tierra y en las plantas, en los animales y en el corazón que ahora mismo bombea sangre a través de nuestras venas. El universo se mueve, incluso, más allá de las regiones conocidas. Todo se mueve y nunca dejará de hacerlo, pues la inactividad es sinónimo, no de muerte, sino de fin de la existencia, siendo la muerte la continuación material de la materia bajo otras formas, pero el fin de la existencia es la nada.

Cuando los barcos en altamar se resisten al movimiento de las olas y marchan en contra, corren el riesgo de hundirse, por supuesto que es posible ir en contra y sobrevivir, pero el desgaste que implica es abrumador. Lo mismo ocurre con las olas del pensamiento, que cuando vamos en contra de ellas son causa de aflicciones y de enojo. Muchas son las ocasiones en las que las circunstancias de la vida no nos favorecen y buscamos la manera de oponernos a ellas y de negarlas, sin embargo, nunca la necedad ha mantenido un barco a flote en un mar embravecido, como tampoco una mente a flote entre pensamientos agitados. Si todo se mueve y si todo avance es irremediable, ¿para qué resistirse? Más conviene aprender a remar, a nadar y a sortear las olas, que luchar con ellas esperando que se detengan.

La terapeuta, Eline Snel, en su obra Tranquilos y atentos como una rana, dice: «No puedes influir en el comportamiento del mar. No puedes detener las olas, pero sí puedes aprender a surfear. Las personas tienen problemas, es así, sentimos tristeza, estrés y hay muchas cosas con las que tenemos que tratar. Cuando en tu vida estás realmente presente, entonces puedes observar la realidad, sin necesidad de reprimir nada, sin dejarte arrastrar, o de “simplemente no quererlo”. Y cuando ves las olas como de verdad son, puedes, a partir de la atención completa, tomar decisiones más acertadas y actuar después de haberlo meditado bien. Te das cuenta de que estás irritado tan pronto como ello sucede. Percibes que se te ha acabado la paciencia o que sientes deseos de dar una bofetada. Tan pronto te das cuenta, tienes una elección. De esta manera corres menos riesgo de verte arrastrado por tus emociones o por las de otro. Puedes detenerte un momento, esperar, tomarte un respiro. Observar la situación e identificar lo que sientes, piensas o quisieras hacer. Te vuelves consciente de las fuerzas que agitan las olas. Consciente de tu tendencia a reaccionar automáticamente y al mismo tiempo te ocupas menos de cómo “deberían de haber sido” las olas.»

Aprender a vivir no es sencillo. No porque nuestro cuerpo tenga vida significa que sabemos cómo vivir. Saber vivir, entre otras cosas, es saber andar entre las olas del pensamiento. Esperar que las olas estén siempre calmas es equivocado, como también lo es pensar que la tormenta de la mente se mantendrá por siempre. Todo fluye, ¿para qué resistirse? En todo este movimiento, una duda permanece: ¿Qué pasa cuando las olas, junto con nosotros, llegan a la orilla? ¿Será que desapareceremos en la arena del misterio o continuaremos bajo nuevas formas de movimiento? En paz, aceptemos lo imposible que es detener las olas.

elmundoiluminado.com

El mar ha sido, desde el principio de los tiempos, cautivador por los múltiples atributos que posee. Podríamos pensar, en primer lugar, en su inmensidad, la cual a la vista humana da el aspecto de ser infinita; conocemos la orilla del mar, pero no, su origen ni profundidad. En segundo lugar, el mar es admirable en tanto que cuando está calmo puede ser tomado por santuario de paz, pero cuando se haya embravecido es capaz de desaparecer no ya buques colosales, sino ciudades enteras que nunca más volverán a ser tocadas por el sol. Tenemos, en tercer lugar, la constante de su sonido y movimiento: el mar no sabe estar en silencio, como tampoco en un sólo lugar, irónicamente, el permanente sonido de sus aguas, por su monotonía, deja de ser perceptible para el oído, lo cual nos deja ver que el silencio puede lograrse aún con un sonido constante. En cuanto a su movimiento, contraparte de su sonido, es permanente; el mar no detiene nunca el arrastre de sus olas, las cuales no tienen miedo de precipitarse en la playa a pesar de que esto va en contra de la forma que las constituye, aunque, si lo meditamos bien, ni el mar ni sus olas tienen una forma definida, sino que ésta es cambiante; el mar es y no es al mismo tiempo. “Es” porque está ahí abarcando todo, pero “no es” por su carácter de impermanente.

El mar es infinito, como también lo es nuestra mente, la cual nunca cesa su movimiento ni su sonido. Conocemos lo que la mente nos muestra en las orillas del pensamiento, pero desconocemos su origen y profundidad. En el fondo del mar, como en el fondo de la mente, habitan monstruos que aprovechan la oscuridad para esconderse. Ni a los monstruos del mar ni a los de la mente los podemos ver, pero sí sentimos los efectos del miedo que producen. La mente, que empieza con la letra “m” de “mar”, no tiene una forma definida, sino que se va adaptando a las situaciones que nos rodean, por eso si el ambiente en el que estamos es sereno, la mente se moverá con lentitud y sosiego, acercándonos a estados de paz, pero si nos encontramos en circunstancias desfavorables, la mente se tornará en tormenta y destruirá todo aquello que nos constituye, pues el poder de la mente es tal que fácilmente puede enfermar al cuerpo. La mente nunca se detiene y sus olas, que son los pensamientos, nos llevan con ellas a capricho.

Pero no sólo el mar y la mente se mueven de manera incesante, sino que también la realidad entera lo hace. A ciencia cierta, es imposible saber lo que la realidad es, pues lo que llamamos “la realidad” no es más que lo que nuestra mente ha construido con lo que nos rodea. Es decir, no conocemos a la realidad en sí misma, sino la ilusión de realidad que nuestra mente elabora. Independientemente de ello, la realidad es ese “algo” que está más allá de nosotros y que no interrumpe su movimiento nunca. Desde el desconocido origen del universo y hasta este momento, la realidad nunca ha dejado de moverse, lo hace en el mar y en nuestra mente, como también en el cielo y en las nubes, en el sol y en el aire, en la tierra y en las plantas, en los animales y en el corazón que ahora mismo bombea sangre a través de nuestras venas. El universo se mueve, incluso, más allá de las regiones conocidas. Todo se mueve y nunca dejará de hacerlo, pues la inactividad es sinónimo, no de muerte, sino de fin de la existencia, siendo la muerte la continuación material de la materia bajo otras formas, pero el fin de la existencia es la nada.

Cuando los barcos en altamar se resisten al movimiento de las olas y marchan en contra, corren el riesgo de hundirse, por supuesto que es posible ir en contra y sobrevivir, pero el desgaste que implica es abrumador. Lo mismo ocurre con las olas del pensamiento, que cuando vamos en contra de ellas son causa de aflicciones y de enojo. Muchas son las ocasiones en las que las circunstancias de la vida no nos favorecen y buscamos la manera de oponernos a ellas y de negarlas, sin embargo, nunca la necedad ha mantenido un barco a flote en un mar embravecido, como tampoco una mente a flote entre pensamientos agitados. Si todo se mueve y si todo avance es irremediable, ¿para qué resistirse? Más conviene aprender a remar, a nadar y a sortear las olas, que luchar con ellas esperando que se detengan.

La terapeuta, Eline Snel, en su obra Tranquilos y atentos como una rana, dice: «No puedes influir en el comportamiento del mar. No puedes detener las olas, pero sí puedes aprender a surfear. Las personas tienen problemas, es así, sentimos tristeza, estrés y hay muchas cosas con las que tenemos que tratar. Cuando en tu vida estás realmente presente, entonces puedes observar la realidad, sin necesidad de reprimir nada, sin dejarte arrastrar, o de “simplemente no quererlo”. Y cuando ves las olas como de verdad son, puedes, a partir de la atención completa, tomar decisiones más acertadas y actuar después de haberlo meditado bien. Te das cuenta de que estás irritado tan pronto como ello sucede. Percibes que se te ha acabado la paciencia o que sientes deseos de dar una bofetada. Tan pronto te das cuenta, tienes una elección. De esta manera corres menos riesgo de verte arrastrado por tus emociones o por las de otro. Puedes detenerte un momento, esperar, tomarte un respiro. Observar la situación e identificar lo que sientes, piensas o quisieras hacer. Te vuelves consciente de las fuerzas que agitan las olas. Consciente de tu tendencia a reaccionar automáticamente y al mismo tiempo te ocupas menos de cómo “deberían de haber sido” las olas.»

Aprender a vivir no es sencillo. No porque nuestro cuerpo tenga vida significa que sabemos cómo vivir. Saber vivir, entre otras cosas, es saber andar entre las olas del pensamiento. Esperar que las olas estén siempre calmas es equivocado, como también lo es pensar que la tormenta de la mente se mantendrá por siempre. Todo fluye, ¿para qué resistirse? En todo este movimiento, una duda permanece: ¿Qué pasa cuando las olas, junto con nosotros, llegan a la orilla? ¿Será que desapareceremos en la arena del misterio o continuaremos bajo nuevas formas de movimiento? En paz, aceptemos lo imposible que es detener las olas.