/ domingo 9 de junio de 2024

El mundo iluminado / Escritos en el agua

elmundoiluminado.com

La idea de la muerte, la propia o la de quienes amamos, produce miedo. Por un lado, ese miedo se suscita por la idea de que con la muerte la persona desaparece, pero también el miedo viene por el enigma que la muerte sigue representando. Algunos consideran que con la muerte todo termina; otros piensan que la muerte es el momento en el que el alma se libera del cuerpo y asciende a la región sagrada; están también quienes conciben a la muerte como una simple transformación de la materia, la cual se transforma y perpetua en el resto de los seres animados; y restan los que no saben qué decir de la muerte, negándose, incluso, a la posibilidad de pensar en ella, pues creen que al hacerlo, la están invocando.

De todos los seres vivos de nuestro planeta, es el hombre el único que puede llegar a tener consciencia de su muerte. Sabemos que vamos a morir, o al menos lo suponemos, pues no faltan quienes sueñan que son eternos, y por eso mismo adaptamos nuestro comportamiento a nuestras expectativas de vida, pero también a lo que esperamos que ocurra después de que hayamos fallecido. Las religiones y los sistemas espirituales moralizan la vida a fin de intentar explicar lo que podría ocurrir con la expiración del cuerpo. Por lo anterior es que se tiene la idea de quien haya obrado bien en esta vida, vivirá bien en la siguiente, y por el contrario, quien haya mantenido conductas reprobables, padecerá más allá de la muerte, sin embargo, y como se dice coloquialmente, nadie ha regresado de la muerte para asegurarnos que efectivamente así es.

No sabemos cuándo ni cómo vamos a morir, sin embargo, podemos trabajar en nosotros mismos para bosquejar cómo nos gustaría que ocurriera. Si hay algo que podamos hacer ahora para influir en nuestro final, sería mejor comenzar de una vez y no posponerlo hasta que nuestras fuerzas comiencen a declinar. Esto es: si la muerte nos da miedo, lo ideal sería acercarse lo más posible a las ideas y hechos que aborden directamente el tema de la muerte; si la enfermedad nos da miedo, lo ideal sería eliminar los malos hábitos y quedarse sólo con los que nos garanticen una mayor estabilidad física, emocional e intelectual. Sin embargo, y a pesar de que lo anterior puede parecer una obviedad, lo cierto es que pocas personas toman realmente el control de sus vidas para transitar por esta experiencia de la manera más agradable posible.

Estudiar y comprender a la muerte no debe tener como objetivo resolver el misterio que representa, sino sencillamente que estemos dispuestos a aceptarla sin temor y sin importar si hay algo para nosotros después de ella. Estudiar y comprender a la muerte es necesario para comprender que cada día vamos muriendo de alguna manera y que nada podemos hacer para evitarlo. Todos los días morimos, ya sea en un nivel orgánico y palpable, o en un sentido menos tangible, como el emocional y el intelectual. Todos los días morimos y por eso no somos ya los mismos que éramos en edades más tempranas o en días recientes y pasados.

Pero si bien el acercamiento con la muerte nos puede ayudar a aceptarla, sólo sabremos si estamos preparados para enfrentarla cuando llegue el momento de expirar, o cuando nos encontremos en situaciones en las que aquellas personas que amamos se vean obligadas a apagar sus funciones corporales y con ello entregarse al enigma más perturbador de todos. La muerte nos estremece, además, porque nos hace ver que realmente no controlamos nada. La muerte nos demuestra que todo está fuera de nuestras manos y que la idea del orden no es más que un placebo. La monja tibetana Pema Chödrön, en su obra Tal como vivimos, morimos, lo explica:

«No disfrutamos de la incertidumbre, la inseguridad y la falta de fundamento. No buscamos la vulnerabilidad y la crudeza. Estos sentimientos nos incomodan y hacemos todo lo posible por evitarlos. Los cambios bruscos e impactantes trastornan nuestro mundo, pero ninguna experiencia de falta de fundamento es tan poderosa e inquietante como el final de la propia vida. Las grandes dislocaciones y retrocesos ponen al descubierto la verdad que subyace a nuestra experiencia: que no hay nada fiable a lo que aferrarse, y que nuestra sensación de una realidad sólida y estable es solo una ilusión. La manera en que afrontamos los cambios más pequeños en el presente es una señal de cómo afrontaremos los cambios más grandes que ocurran en el futuro. La forma en que nos relacionamos con las cosas que se desmoronan ahora presagia el modo en que nos relacionaremos con las cosas que se desmoronarán cuando muramos. ¿Es realmente un problema que tengamos tan poco control? ¿Es un problema que cuando planificamos nuestra jornada, rara vez resulte como habíamos previsto? ¿Es un problema que todos los planes estén escritos en el agua? Habituarnos un poco cada día a la falta de fundamento de la vida nos reportará grandes beneficios al final de la misma. La incertidumbre que acompaña a cada día y a cada momento de la vida sigue siendo una presencia desconocida.»

Buscamos controlarlo todo, pero la vida siempre es incierta. El refrán que dice: “haz planes y Dios se reirá de ellos” nunca había tenido tanta vigencia como ahora, pues en esta sociedad capitalista todo tiene una pretensión de ser planificable, de ser medible, de ser canjeable, pero la realidad es que tenemos todo en contra para que la vida sea como queremos que sea; el mundo nunca será a nuestra imagen ni semejanza.

Aceptar que la vida carece de fundamento, es decir, de estabilidad, nos exime de responsabilidades y permite vivir en paz. ¿Si fuera este el último día que fuéramos a vivir, podríamos decir que hemos sido felices, que hemos vivido como queríamos? Si la respuesta es negativa, no hay mucho tiempo para virar el rumbo. Se requiere de un segundo para que la existencia misma dé un giro inesperado; esto todos lo sabemos, pero casi siempre puede más la apatía que la voluntad y por eso nos mantenemos en una zona de confort y repitiendo “mañana lo hago”, pero ese tiempo puede no llegar, pues nuestros planes están escritos en el agua.