/ domingo 18 de agosto de 2024

El mundo iluminado / La elocuencia del silencio

elmundoiluminado.com

No hay persona alguna que no haya vivido la experiencia del “silencio incómodo”, al cual se llega una vez que resulta imposible seguir manteniendo viva cualquier conversación irrelevante. El silencio incómodo se experimenta luego de que hemos hablado del clima, del alza de los precios, del artista de moda, de cómo pasa el tiempo, de cierto tipo de injusticias y, en fin, de todo aquello que no nos importa y de lo que de alguna manera ya tenemos una respuesta que por momentos buscamos reafirmar en el otro a fin de evitar que el silencio se imponga, pues ello, por alguna razón, nos perturba.

El silencio no es uno sólo, sino que tiene muchas formas, por ejemplo: tenemos el silencio más inmediato, que es el que se consigue en un espacio en el que todos los sonidos, o al menos aquellos de los que tenemos mayor consciencia, desaparecen; para algunas personas este tipo de silencio también es incómodo y suelen enfrentarlo encendiendo el televisor o poniendo música; hay personas que aseguran que el silencio las enloquece y por ello es que necesitan de la presencia del ruido. Otro tipo de silencio es el que guardamos cuando necesitamos concentrarnos en alguna actividad. Uno más es el silencio místico, cuyo objetivo es despertar en nosotros capacidades superiores de concentración que nos permitan “conectarnos” con dimensiones superiores o divinas. También está el silencio que guardamos cuando escuchamos a alguien más, como en un salón de clases, o también cuando leemos un texto con la mente, aunque en este caso el silencio es parcial, pues los pensamientos “suenan”; considerando esto, quizás el silencio absoluto no existe, pues la mente siempre está pensando. Hay otros silencios como el que practicamos cuando nos sentimos molestos con alguien y le retiramos la palabra, pues con esto, de alguna manera anulamos al otro y le restamos importancia a su existencia. También está el silencio generado por el miedo, este silencio es paralizante. Y hay, en fin, otros muchos silencios más, como el que guardan dos personas que se aman y se miran, diciéndose todo con la mirada.

Independientemente de la naturaleza del silencio, parece que es un hecho que la mayoría de los silencios son incómodos para la mayoría de las personas, quizás esto se deba a que en el silencio escuchamos más a nuestros pensamientos, los cuales nunca guardan silencio, nunca se callan, y nos arrastran hacia una vorágine de imágenes y de significados que por su abundancia nos producen estrés y ansiedad.

El silencio favorece el contacto con uno mismo y quizás esto es lo que más le incomoda a las personas, pues casi nadie está dispuesto a confrontarse. La mayoría de nosotros preferimos vivir huyendo de nosotros mismos a través de distracciones externas que aparentemente nos liberan de cualquier responsabilidad y/o error que hayamos cometido, sin embargo, a pesar de que no nos detengamos a escucharnos a nosotros mismos, aquello que queremos evitar no desaparece, sino que aguarda por nosotros, pues la llegada del silencio es irremediable.

En el silencio habita ese otro que somos y lo notamos de una manera más palpable al anochecer, cuando recostados en la cama esperamos a que el sueño nos venza, logrando con esto evitar el peso del silencio sobre nosotros. Sin embargo, a medida que insistimos más en dormirnos rápido, menos lo conseguimos y una angustia acompañada de insomnio se manifiesta. Saber hacerle frente al silencio que nos confronta con nosotros mismos es el primer paso hacia la libertad, pero puesto que esta experiencia resulta incómoda y dolorosa, pocos aceptan asumirla.

El silencio aparentemente no dice nada, sin embargo, el silencio es irónico y por ello lo dice todo, aún cuando se trate de esos silencios incómodos en los que las personas buscan alejarse. Con toda seguridad, podemos afirmar que el silencio que más dice algo es el silencio de los enamorados, aquel que se nutre por las miradas y que llega después de que las risas y las conversaciones se han agotado y de que unos pocos o muchos besos se han gastado. El silencio de los amantes es un silencio confidente en el que ambos son cómplices de su pasión y unión. El silencio de los amantes calla para que los corazones hablen y las miradas se toquen, así lo refiere Alain Corbin en su obra Historia del silencio; leamos:

«Si te es dado descender un instante en tu alma hasta las honduras que habitan los ángeles, lo que recordarás sobre todo de un ser al que has amado profundamente no son las palabras que ha dicho o los gestos que ha hecho, sino los silencios que han vivido juntos; pues sólo la calidad de estos silencios ha revelado la calidad de su amor y de sus almas. Tal es el silencio activo, pues hay otro, el pasivo, el silencio que duerme, que no es otra cosa que el reflejo del sueño, de la muerte o de la inexistencia. Nuestra verdad sobre el amor, la muerte y el destino no hemos podido entreverla sino en silencio, en el silencio secreto de cada uno de nosotros. ¿No es el silencio lo que determina y fija el sabor del amor? Si estuviera privado de silencio, el amor no tendría sabor ni perfumes eternos. ¿Quién de nosotros no ha conocido aquellos minutos mudos que separaban los labios para reunir las almas? Es menester buscarlos sin cesar. No hay silencio más dócil que el silencio del amor, y es verdaderamente el único que es sólo nuestro. Pascal escribe que un amor en silencio vale más que el habla, pues hay la elocuencia del silencio que alcanza más que la lengua. ¡Qué bien convence un amante a su amada cuando queda sin palabra! Pero cuando cesa el silencio del amor comienza el vacío en que se apaga nuestra vida.»

Solemos confundir al silencio con el vacío, pues partimos del presupuesto de que el silencio es la ausencia de sonido y, por ende, es semejante a la nada, sin embargo, el silencio no es la nada, sino que lo es todo, pues en la experiencia silente se manifiesta nuestro yo real con toda su carga de pensamientos felices y de ideas incómodas. El silencio, que no es lo mismo que el vacío, nos permite reconocernos en el otro, quien nos habla desde la elocuencia del silencio.

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No hay persona alguna que no haya vivido la experiencia del “silencio incómodo”, al cual se llega una vez que resulta imposible seguir manteniendo viva cualquier conversación irrelevante. El silencio incómodo se experimenta luego de que hemos hablado del clima, del alza de los precios, del artista de moda, de cómo pasa el tiempo, de cierto tipo de injusticias y, en fin, de todo aquello que no nos importa y de lo que de alguna manera ya tenemos una respuesta que por momentos buscamos reafirmar en el otro a fin de evitar que el silencio se imponga, pues ello, por alguna razón, nos perturba.

El silencio no es uno sólo, sino que tiene muchas formas, por ejemplo: tenemos el silencio más inmediato, que es el que se consigue en un espacio en el que todos los sonidos, o al menos aquellos de los que tenemos mayor consciencia, desaparecen; para algunas personas este tipo de silencio también es incómodo y suelen enfrentarlo encendiendo el televisor o poniendo música; hay personas que aseguran que el silencio las enloquece y por ello es que necesitan de la presencia del ruido. Otro tipo de silencio es el que guardamos cuando necesitamos concentrarnos en alguna actividad. Uno más es el silencio místico, cuyo objetivo es despertar en nosotros capacidades superiores de concentración que nos permitan “conectarnos” con dimensiones superiores o divinas. También está el silencio que guardamos cuando escuchamos a alguien más, como en un salón de clases, o también cuando leemos un texto con la mente, aunque en este caso el silencio es parcial, pues los pensamientos “suenan”; considerando esto, quizás el silencio absoluto no existe, pues la mente siempre está pensando. Hay otros silencios como el que practicamos cuando nos sentimos molestos con alguien y le retiramos la palabra, pues con esto, de alguna manera anulamos al otro y le restamos importancia a su existencia. También está el silencio generado por el miedo, este silencio es paralizante. Y hay, en fin, otros muchos silencios más, como el que guardan dos personas que se aman y se miran, diciéndose todo con la mirada.

Independientemente de la naturaleza del silencio, parece que es un hecho que la mayoría de los silencios son incómodos para la mayoría de las personas, quizás esto se deba a que en el silencio escuchamos más a nuestros pensamientos, los cuales nunca guardan silencio, nunca se callan, y nos arrastran hacia una vorágine de imágenes y de significados que por su abundancia nos producen estrés y ansiedad.

El silencio favorece el contacto con uno mismo y quizás esto es lo que más le incomoda a las personas, pues casi nadie está dispuesto a confrontarse. La mayoría de nosotros preferimos vivir huyendo de nosotros mismos a través de distracciones externas que aparentemente nos liberan de cualquier responsabilidad y/o error que hayamos cometido, sin embargo, a pesar de que no nos detengamos a escucharnos a nosotros mismos, aquello que queremos evitar no desaparece, sino que aguarda por nosotros, pues la llegada del silencio es irremediable.

En el silencio habita ese otro que somos y lo notamos de una manera más palpable al anochecer, cuando recostados en la cama esperamos a que el sueño nos venza, logrando con esto evitar el peso del silencio sobre nosotros. Sin embargo, a medida que insistimos más en dormirnos rápido, menos lo conseguimos y una angustia acompañada de insomnio se manifiesta. Saber hacerle frente al silencio que nos confronta con nosotros mismos es el primer paso hacia la libertad, pero puesto que esta experiencia resulta incómoda y dolorosa, pocos aceptan asumirla.

El silencio aparentemente no dice nada, sin embargo, el silencio es irónico y por ello lo dice todo, aún cuando se trate de esos silencios incómodos en los que las personas buscan alejarse. Con toda seguridad, podemos afirmar que el silencio que más dice algo es el silencio de los enamorados, aquel que se nutre por las miradas y que llega después de que las risas y las conversaciones se han agotado y de que unos pocos o muchos besos se han gastado. El silencio de los amantes es un silencio confidente en el que ambos son cómplices de su pasión y unión. El silencio de los amantes calla para que los corazones hablen y las miradas se toquen, así lo refiere Alain Corbin en su obra Historia del silencio; leamos:

«Si te es dado descender un instante en tu alma hasta las honduras que habitan los ángeles, lo que recordarás sobre todo de un ser al que has amado profundamente no son las palabras que ha dicho o los gestos que ha hecho, sino los silencios que han vivido juntos; pues sólo la calidad de estos silencios ha revelado la calidad de su amor y de sus almas. Tal es el silencio activo, pues hay otro, el pasivo, el silencio que duerme, que no es otra cosa que el reflejo del sueño, de la muerte o de la inexistencia. Nuestra verdad sobre el amor, la muerte y el destino no hemos podido entreverla sino en silencio, en el silencio secreto de cada uno de nosotros. ¿No es el silencio lo que determina y fija el sabor del amor? Si estuviera privado de silencio, el amor no tendría sabor ni perfumes eternos. ¿Quién de nosotros no ha conocido aquellos minutos mudos que separaban los labios para reunir las almas? Es menester buscarlos sin cesar. No hay silencio más dócil que el silencio del amor, y es verdaderamente el único que es sólo nuestro. Pascal escribe que un amor en silencio vale más que el habla, pues hay la elocuencia del silencio que alcanza más que la lengua. ¡Qué bien convence un amante a su amada cuando queda sin palabra! Pero cuando cesa el silencio del amor comienza el vacío en que se apaga nuestra vida.»

Solemos confundir al silencio con el vacío, pues partimos del presupuesto de que el silencio es la ausencia de sonido y, por ende, es semejante a la nada, sin embargo, el silencio no es la nada, sino que lo es todo, pues en la experiencia silente se manifiesta nuestro yo real con toda su carga de pensamientos felices y de ideas incómodas. El silencio, que no es lo mismo que el vacío, nos permite reconocernos en el otro, quien nos habla desde la elocuencia del silencio.