/ domingo 28 de julio de 2024

El mundo iluminado / Nacer y desaparecer

elmundoiluminado.com

La monotonía se ha apropiado de nosotros. Todos los días nos parecen iguales, o al menos, repetitivos. Semana tras semana hacemos lo mismo esperando, pasivamente, a que la sorpresa rompa con la cotidianidad que nos absorbe. Sin embargo, la ruptura de la rutina difícilmente ocurrirá por sí misma, hay que buscarla, motivarla, fomentarla o nada pasará.

Se le atribuye al filósofo Sócrates la frase que dice que “una vida sin examen, no merece ser vivida”; esta sentencia quiere decir que la existencia propia solamente vale la pena cuando es sometida al ejercicio del autoanálisis, es decir, a la reflexión y consecuente comprensión de lo que estamos haciendo con nosotros mismos y con los demás. En síntesis, el llamado que nos hace el pensador griego es el de realizar una toma de consciencia, misma que supuestamente estaba manifestada en lo alto de un antiguo templo bajo la fórmula: “Conócete a ti mismo.”

Es casi seguro que la mayoría de las personas tengan en mente la importancia que desempeña en sus vidas el autoconocimiento, pero “tenerlo en mente” no es lo mismo que saberlo o comprenderlo a cabalidad. Cualquiera puede suponer que conocer y conocerse es importante, pero esta suposición podría estar más motivada por la costumbre que por la consciencia, es decir, las personas saben que saber tiene un valor superior en la vida porque la persona que sabe podría tener una calidad de vida mejor, sin embargo, a pesar de que la gente sabe que saber es importante, pocos quieren saber realmente, pues saben que saber no es fácil, sino que requiere esfuerzo, así como alejarse de los vicios, mismos que por el efecto de sensualidad y placer que producen, son difíciles de abandonar.

Saber, tomar consciencia de uno mismo, autoanalizarse y conocerse a sí mismo implica un esfuerzo mayor, así como una confrontación contra uno mismo y contra quienes nos rodean. Lejos de lo que podría suponerse, el “despertar espiritual” más que una experiencia placentera resultará dolorosa, pues nos terminará mostrando que todo aquello que dábamos por cierto no es más que una ilusión y que la única verdad que tenemos es que no conocemos ni comprendemos al mundo ni a las personas que nos rodean. Conocerse a uno mismo, es decir, hacer un examen de la propia vida, exige que reconozcamos que nosotros no somos los que pensamos que somos, y que aquello que nos construye (nuestra identidad) nos fue impuesto, de tal suerte que si yo creo algo de mí mismo, no es porque lo sea, sino porque otros me han convencido de que lo soy.

La autorreflexión en torno a quiénes somos y por qué nuestra vida es como así, es el primer paso para romper con la monotonía a la que el mundo contemporáneo nos ha orillado con sus actividades centradas en la productividad, la competencia, la rivalidad y la acumulación de bienes materiales. La autorreflexión o examen de la vida, como lo llama Sócrates, es lo que los místicos orientales llaman “meditación” y que realizan, según dice la orientalista Alexandra David-Néel en su obra Iniciaciones e iniciados del Tibet, en cuatro pasos: al salir el sol, al mediodía, durante el crepúsculo y antes de dormir.

Estos ejercicios espirituales cotidianos, o examen de la vida, o toma de consciencia (todas las civilizaciones hablan del mismo fenómeno) se tienen que realizar todos los días desde que nos despertamos y hasta que nos vamos a dormir; y aún durante el sueño, dicen los tibetanos, es necesario seguir trabajando en el conocimiento de uno mismo. Los ejercicios espirituales cotidianos se hacen así: «Al levantarse el sol, hay que pensar en cómo la cadena de causas y efectos que constituye al mundo nacen del Vacío. Al mediodía, el tema de la meditación consiste en tres frases enigmáticas: Mi cuerpo es semejante a una montaña; mis ojos son semejantes al océano; mi espíritu es semejante al cielo. A la puesta del sol, se realizan ejercicios respiratorios; al expirar se piensa: “Surge la ignorancia; existe”; al inspirar se piensa: “Surge el conocimiento; existe” y, al inspirar de nuevo: “No existe, se disuelve en el Vacío”; al dar un paso hay que pensar: “Nacen el cuerpo y el espíritu”; y al dar el paso siguiente hay que pensar: “Han desaparecido”. Finalmente, cuando vamos a dormir, hay que adoptar la “postura del león”, es decir, tenderse sobre el costado derecho, con la cabeza descansando en la palma de la mano derecha; en ese momento hay que pensar “Todo está vacío”, procurando perder la conciencia de lo que nos rodea. Al día siguiente, se repetirán los mismos cuatro pasos.»

Del ejercicio anterior, podemos entender las frases ligadas a la montaña, al océano y a los ojos de la siguiente manera. “Mi cuerpo es semejante a una montaña”, así como la montaña es castigada por las inclemencias de la naturaleza, nuestro cuerpo es sometido al torbellino de los estímulos externos, los cuales entran a nosotros y nos afectan porque tenemos abiertas las puertas de los cinco sentidos, puertas que es fundamental aprender a cerrar a fin de que lo ajeno no sea capaz de revolver nuestro interior. “Mis ojos son semejantes al océano”, la luz del sol y de la luna se refleja en la superficie del océano, y las nubes, con su sombra, oscurecen la misma superficie que está a expensas de lo que se refleja en el agua; de la misma manera, los objetos, las personas y las circunstancias se reflejan en nosotros, iluminándonos u oscureciéndonos porque somos incapaces de comprender de que lo que vemos es ilusorio. “Mi espíritu es semejante al cielo”, la bóveda celeste es infinita y en ella se forman nubes que avanzan y se transforman sin ir a ninguna parte, para luego desaparecer; la casa de las nubes no existe en ninguna parte y ellas se forman sólo para desaparecer al instante, como nuestros pensamientos, que no tienen origen ni final.

Lo que percibimos, no es real. La vida sin examen es monotonía. La felicidad es una toma de consciencia que nos muestra que somos nubes que sólo vienen a nacer y desaparecer.

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La monotonía se ha apropiado de nosotros. Todos los días nos parecen iguales, o al menos, repetitivos. Semana tras semana hacemos lo mismo esperando, pasivamente, a que la sorpresa rompa con la cotidianidad que nos absorbe. Sin embargo, la ruptura de la rutina difícilmente ocurrirá por sí misma, hay que buscarla, motivarla, fomentarla o nada pasará.

Se le atribuye al filósofo Sócrates la frase que dice que “una vida sin examen, no merece ser vivida”; esta sentencia quiere decir que la existencia propia solamente vale la pena cuando es sometida al ejercicio del autoanálisis, es decir, a la reflexión y consecuente comprensión de lo que estamos haciendo con nosotros mismos y con los demás. En síntesis, el llamado que nos hace el pensador griego es el de realizar una toma de consciencia, misma que supuestamente estaba manifestada en lo alto de un antiguo templo bajo la fórmula: “Conócete a ti mismo.”

Es casi seguro que la mayoría de las personas tengan en mente la importancia que desempeña en sus vidas el autoconocimiento, pero “tenerlo en mente” no es lo mismo que saberlo o comprenderlo a cabalidad. Cualquiera puede suponer que conocer y conocerse es importante, pero esta suposición podría estar más motivada por la costumbre que por la consciencia, es decir, las personas saben que saber tiene un valor superior en la vida porque la persona que sabe podría tener una calidad de vida mejor, sin embargo, a pesar de que la gente sabe que saber es importante, pocos quieren saber realmente, pues saben que saber no es fácil, sino que requiere esfuerzo, así como alejarse de los vicios, mismos que por el efecto de sensualidad y placer que producen, son difíciles de abandonar.

Saber, tomar consciencia de uno mismo, autoanalizarse y conocerse a sí mismo implica un esfuerzo mayor, así como una confrontación contra uno mismo y contra quienes nos rodean. Lejos de lo que podría suponerse, el “despertar espiritual” más que una experiencia placentera resultará dolorosa, pues nos terminará mostrando que todo aquello que dábamos por cierto no es más que una ilusión y que la única verdad que tenemos es que no conocemos ni comprendemos al mundo ni a las personas que nos rodean. Conocerse a uno mismo, es decir, hacer un examen de la propia vida, exige que reconozcamos que nosotros no somos los que pensamos que somos, y que aquello que nos construye (nuestra identidad) nos fue impuesto, de tal suerte que si yo creo algo de mí mismo, no es porque lo sea, sino porque otros me han convencido de que lo soy.

La autorreflexión en torno a quiénes somos y por qué nuestra vida es como así, es el primer paso para romper con la monotonía a la que el mundo contemporáneo nos ha orillado con sus actividades centradas en la productividad, la competencia, la rivalidad y la acumulación de bienes materiales. La autorreflexión o examen de la vida, como lo llama Sócrates, es lo que los místicos orientales llaman “meditación” y que realizan, según dice la orientalista Alexandra David-Néel en su obra Iniciaciones e iniciados del Tibet, en cuatro pasos: al salir el sol, al mediodía, durante el crepúsculo y antes de dormir.

Estos ejercicios espirituales cotidianos, o examen de la vida, o toma de consciencia (todas las civilizaciones hablan del mismo fenómeno) se tienen que realizar todos los días desde que nos despertamos y hasta que nos vamos a dormir; y aún durante el sueño, dicen los tibetanos, es necesario seguir trabajando en el conocimiento de uno mismo. Los ejercicios espirituales cotidianos se hacen así: «Al levantarse el sol, hay que pensar en cómo la cadena de causas y efectos que constituye al mundo nacen del Vacío. Al mediodía, el tema de la meditación consiste en tres frases enigmáticas: Mi cuerpo es semejante a una montaña; mis ojos son semejantes al océano; mi espíritu es semejante al cielo. A la puesta del sol, se realizan ejercicios respiratorios; al expirar se piensa: “Surge la ignorancia; existe”; al inspirar se piensa: “Surge el conocimiento; existe” y, al inspirar de nuevo: “No existe, se disuelve en el Vacío”; al dar un paso hay que pensar: “Nacen el cuerpo y el espíritu”; y al dar el paso siguiente hay que pensar: “Han desaparecido”. Finalmente, cuando vamos a dormir, hay que adoptar la “postura del león”, es decir, tenderse sobre el costado derecho, con la cabeza descansando en la palma de la mano derecha; en ese momento hay que pensar “Todo está vacío”, procurando perder la conciencia de lo que nos rodea. Al día siguiente, se repetirán los mismos cuatro pasos.»

Del ejercicio anterior, podemos entender las frases ligadas a la montaña, al océano y a los ojos de la siguiente manera. “Mi cuerpo es semejante a una montaña”, así como la montaña es castigada por las inclemencias de la naturaleza, nuestro cuerpo es sometido al torbellino de los estímulos externos, los cuales entran a nosotros y nos afectan porque tenemos abiertas las puertas de los cinco sentidos, puertas que es fundamental aprender a cerrar a fin de que lo ajeno no sea capaz de revolver nuestro interior. “Mis ojos son semejantes al océano”, la luz del sol y de la luna se refleja en la superficie del océano, y las nubes, con su sombra, oscurecen la misma superficie que está a expensas de lo que se refleja en el agua; de la misma manera, los objetos, las personas y las circunstancias se reflejan en nosotros, iluminándonos u oscureciéndonos porque somos incapaces de comprender de que lo que vemos es ilusorio. “Mi espíritu es semejante al cielo”, la bóveda celeste es infinita y en ella se forman nubes que avanzan y se transforman sin ir a ninguna parte, para luego desaparecer; la casa de las nubes no existe en ninguna parte y ellas se forman sólo para desaparecer al instante, como nuestros pensamientos, que no tienen origen ni final.

Lo que percibimos, no es real. La vida sin examen es monotonía. La felicidad es una toma de consciencia que nos muestra que somos nubes que sólo vienen a nacer y desaparecer.