/ domingo 15 de septiembre de 2024

El mundo iluminado / No sólo para nuestro beneficio

elmundoiluminado.com

Mucho se ha dicho ya con respecto a que el mundo que conocemos es sólo aparente, una ilusión, a pesar de esto nos resulta complejo no dejarnos cautivar por la sensualidad de las formas. El ser humano es un animal, pero muy diferente a cualquiera que lleguemos a imaginar, pues el animal que somos actúa, más que por instinto, por moral, la cual no se la debe tanto a su inteligencia, como a su consciencia.

Todos los animales poseen inteligencia, pero sólo el ser humano ha sido beneficiado con el tesoro de la consciencia, de la cual se derivan los sistemas morales que hemos creado, pero, además, la percepción del “yo”, es decir, el saber y darse cuenta de que existimos y de que cada uno de nosotros es diferente. Los animales no humanos tienen inteligencia, pero no saben que existen, mucho menos imaginan que habrán de morir, pues en ellos la idea del “yo” no existe.

Sabemos que vamos a morir, y aún sabemos que los otros también lo harán, por ello es que podría ser que en una noche nos despertemos asaltados por una aflicción relacionada con nuestra desaparición. Los seres humanos son los únicos animales sobre la tierra que pueden despertar a mitad de la noche a causa del temor que les causa la idea de su propia muerte, de su desaparición o la de quienes aman. En cambio, el resto de los animales, de las bestias, nunca conocerán el miedo relacionado con el aniquilamiento del ser.

Tenemos miedo a morir porque no hemos conseguido del todo desprendernos de nuestro apego a la materia, tenemos miedo a morir porque suponemos que la materia y el “ser” son lo mismo, sin embargo, nunca el vehículo es al mismo tiempo su pasajero. En este orden de ideas, el cuerpo es el vehículo y el pasajero somos nosotros, que ahora mismo atravesamos por una experiencia material, pero, aún sabiendo esto no podemos responder quiénes somos.

La vida es ilusoria y la verdad es una sola, pero así como no podemos renunciar del todo a la primera, no logramos comprender ni en lo más mínimo a la segunda, pues tanto la vida sensible como la verdad están más allá de la razón; la primera le corresponde al instinto, a lo que tiene principio y fin, mientras que la segunda es propia de lo eterno, de lo que no tiene principio ni fin, pero que siempre ha estado, está y estará.

La solución que los seres humanos hemos encontrado para hacerle frente a la muerte está, generalmente, en la religión, en ese sistema de creencias que al mismo tiempo que busca regular al alma, tiene intereses en controlar al cuerpo, de ahí que toda religión sea, esencialmente, un sistema político y, por ende, parcial y controlador. Pero más allá de las religiones, la vida espiritual, que busca resolver o al menos apaciguar el misterio de la muerte, ha hallado un gran desarrollo a partir de diferentes escuelas filosóficas, las cuales pueden o no tener semejanzas doctrinales con algunas religiones. La filosofía es para los buscadores espirituales un territorio más libre, menos ortodoxo, pero a la vez complejo, pues no da instrucciones precisas para vivir.

En ocasiones, lo que inició como un sistema filosófico espiritual puede convertirse en una religión, como es el caso del cristianismo, el cual inició siendo un movimiento filosófico–espiritual que algunos astutos tomaron para erigir una iglesia. La diferencia entre un sistema filosófico espiritual y una religión es que mientras que el primero exige una reflexión activa y crítica, la segunda demanda una obediencia ciega.

Mucho antes que el cristianismo, el zoroastrismo ya había experimentado una transición semejante, pues de haber iniciado como un movimiento filosófico–espiritual, pasó a convertirse en una religión. Este movimiento debe su nombre al filósofo–profeta Zoroastro, quien sin proponérselo dio pie para la consolidación de la religión mazdeísta, una de las primeras religiones monoteístas y que tuvieron una fuerte influencia en la posterior consolidación del cristianismo. El zoroastrismo, como filosofía, se mueve en la misma dirección que toda filosofía espiritual: la reflexión de la muerte, la separación cuerpo–alma, y la aspiración a la reconciliación con el dios verdadero, el cual es, en sí mismo, indefinible.

Zoroastro dejó sus enseñanzas en el libro del Avesta, datado aproximadamente en el siglo VIII a. C., aunque algunos dicen que Zoroastro nació hacia el siglo XIII a. C. Del Avesta se han hecho algunas síntesis de sus enseñanzas, siendo particularmente interesante una que fue elaborada en el siglo XIX por William Wynn Westcott y de la que podrían rescatarse estas ideas:

«No dirijas tu mente hacia las vastas superficies de la tierra, pues la planta de la verdad no crece sobre el suelo. Tampoco midas los movimientos del sol siguiendo reglas ya que él es conducido por la eterna voluntad del Padre, y no solo para tu beneficio. La progresión de las estrellas no fue generada para tu bienestar. No te inclines ante el oscuro y espléndido mundo, donde continuamente mora una profundidad pérfida. Te toca a ti apresurarte hacia la luz, de donde te fue enviada un alma provista de mente. Busca el Paraíso. Las cosas divinas no son entendidas por los mortales, que sólo comprenden el cuerpo, sino sólo por aquellos que, despojados de sus vestiduras, llegan a la cumbre. El hombre, por ser un mortal con inteligencia, debe reprimir su alma, para que no incurra en la felicidad terrestre y sea salvada. Huye de la multitud de hombres que marcha en masa y cuando puedas mirar ese fuego santo y sin forma, brillando relampagueante a través de las profundidades del universo, escucha la Voz de Fuego.»

La vida es ilusoria, la muerte del cuerpo, real. Zoroastro advirtió los riesgos de la sensualidad y enfatizó que este mundo místico no fue creado sólo para nuestro beneficio.


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Mucho se ha dicho ya con respecto a que el mundo que conocemos es sólo aparente, una ilusión, a pesar de esto nos resulta complejo no dejarnos cautivar por la sensualidad de las formas. El ser humano es un animal, pero muy diferente a cualquiera que lleguemos a imaginar, pues el animal que somos actúa, más que por instinto, por moral, la cual no se la debe tanto a su inteligencia, como a su consciencia.

Todos los animales poseen inteligencia, pero sólo el ser humano ha sido beneficiado con el tesoro de la consciencia, de la cual se derivan los sistemas morales que hemos creado, pero, además, la percepción del “yo”, es decir, el saber y darse cuenta de que existimos y de que cada uno de nosotros es diferente. Los animales no humanos tienen inteligencia, pero no saben que existen, mucho menos imaginan que habrán de morir, pues en ellos la idea del “yo” no existe.

Sabemos que vamos a morir, y aún sabemos que los otros también lo harán, por ello es que podría ser que en una noche nos despertemos asaltados por una aflicción relacionada con nuestra desaparición. Los seres humanos son los únicos animales sobre la tierra que pueden despertar a mitad de la noche a causa del temor que les causa la idea de su propia muerte, de su desaparición o la de quienes aman. En cambio, el resto de los animales, de las bestias, nunca conocerán el miedo relacionado con el aniquilamiento del ser.

Tenemos miedo a morir porque no hemos conseguido del todo desprendernos de nuestro apego a la materia, tenemos miedo a morir porque suponemos que la materia y el “ser” son lo mismo, sin embargo, nunca el vehículo es al mismo tiempo su pasajero. En este orden de ideas, el cuerpo es el vehículo y el pasajero somos nosotros, que ahora mismo atravesamos por una experiencia material, pero, aún sabiendo esto no podemos responder quiénes somos.

La vida es ilusoria y la verdad es una sola, pero así como no podemos renunciar del todo a la primera, no logramos comprender ni en lo más mínimo a la segunda, pues tanto la vida sensible como la verdad están más allá de la razón; la primera le corresponde al instinto, a lo que tiene principio y fin, mientras que la segunda es propia de lo eterno, de lo que no tiene principio ni fin, pero que siempre ha estado, está y estará.

La solución que los seres humanos hemos encontrado para hacerle frente a la muerte está, generalmente, en la religión, en ese sistema de creencias que al mismo tiempo que busca regular al alma, tiene intereses en controlar al cuerpo, de ahí que toda religión sea, esencialmente, un sistema político y, por ende, parcial y controlador. Pero más allá de las religiones, la vida espiritual, que busca resolver o al menos apaciguar el misterio de la muerte, ha hallado un gran desarrollo a partir de diferentes escuelas filosóficas, las cuales pueden o no tener semejanzas doctrinales con algunas religiones. La filosofía es para los buscadores espirituales un territorio más libre, menos ortodoxo, pero a la vez complejo, pues no da instrucciones precisas para vivir.

En ocasiones, lo que inició como un sistema filosófico espiritual puede convertirse en una religión, como es el caso del cristianismo, el cual inició siendo un movimiento filosófico–espiritual que algunos astutos tomaron para erigir una iglesia. La diferencia entre un sistema filosófico espiritual y una religión es que mientras que el primero exige una reflexión activa y crítica, la segunda demanda una obediencia ciega.

Mucho antes que el cristianismo, el zoroastrismo ya había experimentado una transición semejante, pues de haber iniciado como un movimiento filosófico–espiritual, pasó a convertirse en una religión. Este movimiento debe su nombre al filósofo–profeta Zoroastro, quien sin proponérselo dio pie para la consolidación de la religión mazdeísta, una de las primeras religiones monoteístas y que tuvieron una fuerte influencia en la posterior consolidación del cristianismo. El zoroastrismo, como filosofía, se mueve en la misma dirección que toda filosofía espiritual: la reflexión de la muerte, la separación cuerpo–alma, y la aspiración a la reconciliación con el dios verdadero, el cual es, en sí mismo, indefinible.

Zoroastro dejó sus enseñanzas en el libro del Avesta, datado aproximadamente en el siglo VIII a. C., aunque algunos dicen que Zoroastro nació hacia el siglo XIII a. C. Del Avesta se han hecho algunas síntesis de sus enseñanzas, siendo particularmente interesante una que fue elaborada en el siglo XIX por William Wynn Westcott y de la que podrían rescatarse estas ideas:

«No dirijas tu mente hacia las vastas superficies de la tierra, pues la planta de la verdad no crece sobre el suelo. Tampoco midas los movimientos del sol siguiendo reglas ya que él es conducido por la eterna voluntad del Padre, y no solo para tu beneficio. La progresión de las estrellas no fue generada para tu bienestar. No te inclines ante el oscuro y espléndido mundo, donde continuamente mora una profundidad pérfida. Te toca a ti apresurarte hacia la luz, de donde te fue enviada un alma provista de mente. Busca el Paraíso. Las cosas divinas no son entendidas por los mortales, que sólo comprenden el cuerpo, sino sólo por aquellos que, despojados de sus vestiduras, llegan a la cumbre. El hombre, por ser un mortal con inteligencia, debe reprimir su alma, para que no incurra en la felicidad terrestre y sea salvada. Huye de la multitud de hombres que marcha en masa y cuando puedas mirar ese fuego santo y sin forma, brillando relampagueante a través de las profundidades del universo, escucha la Voz de Fuego.»

La vida es ilusoria, la muerte del cuerpo, real. Zoroastro advirtió los riesgos de la sensualidad y enfatizó que este mundo místico no fue creado sólo para nuestro beneficio.