/ domingo 30 de junio de 2024

El mundo iluminado / Sólo está en la mente

elmundoiluminado.com

El solipsismo es la corriente filosófica que plantea que lo único existente es el “yo”, específicamente, la mente. Es decir: “solamente existo yo, y todo lo que me rodea, todo aquello que percibo son emanaciones elaboradas por mi propia mente. No hay personas, lugares, temperaturas, cosas ni situaciones, no hay bien ni mal, no hay noche ni día, no hay pasado ni futuro, no hay un comienzo ni un final, en resumen, no hay nada. La realidad no es más que lo que mi mente proyecta de manera incesante”.

Popularmente se dice que “cada cabeza es un mundo” y que “nadie escarmienta en cabeza ajena”, sin embargo, el solipsismo parece no equivocarse cuando postula que lo único que existe es este “yo” que se manifiesta y proyecta a partir y a través de la mente. “Los otros interactúan conmigo”, dice el solipsista, “el mundo manifiesta sus efectos sobre mí, pero cómo sé que todo ello no es más que un engaño de mi mente”. El solipsista, además, se dirá a sí mismo: “es cierto, quienes me rodean conversan ahora mismo conmigo, los percibo, pero realmente me es imposible verificar que algo es real fuera de mi propia mente; soy yo y los otros, pero sólo puedo dar cuenta y fe de mí mismo”. El solipsista es su propio alfa y omega.

Dejemos momentáneamente a un lado el solipsismo, pero mantengamos la atención en el tema de la mente humana, y es que aún cuando el solipsismo estuviera equivocado y verdaderamente los otros con los que compartimos el mundo existieran, es imposible saber lo que la realidad es. Cierto, tenemos nuestros cinco sentidos (algunos dicen que son más) y es por ellos que percibimos al mundo que nos rodea, pero percibir el mundo y percibir la realidad no son lo mismo, pues la realidad es lo que en verdad es, mientras que el mundo que percibimos a través de nuestros sentidos es en la medida en que estamos listos o no para sentir el entorno.

Lo real, la realidad, es lo que es en sí mismo y que no requiere de nuestra existencia para ser, sin embargo, por el hecho de que nosotros estamos subordinados a nuestra mente es que somos incapaces de experimentar lo real, y esto es porque la mente percibe la realidad no sólo desde las deficiencias que nuestros cinco sentidos podrían tener, sino que, además, desde la lengua materna que nos fue impuesta (lo contrario era imposible) por la cultura en la que nos desenvolvemos. Es decir, para los hispanohablantes su realidad será en la medida de que aquello que perciben se ajuste a la lengua española, mientras que para los anglosajones su realidad tendrá la medida de la lengua inglesa y/o alemana; y así sucesivamente con el resto de las lenguas del mundo: cada quien percibe su realidad en el marco de sus capacidades comunicativas. Así, una persona que posea una mayor competencia lingüística, tendrá un panorama de la realidad mucho mayor con respecto a una persona con dificultades en su comunicación. Cabe decir que este panorama de realidad que se tiene a partir de la lengua no refleja, de ninguna manera, lo real.

No conocemos la realidad, sino lo que nuestra mente, a partir del lenguaje, interpreta de lo que percibe por medio de los sentidos. Considerando lo anterior, la realidad es inasible para el ser humano, pues entre la mente y lo real siempre mediará el deficiente filtro del lenguaje. La realidad no es buena ni mala, más bien son buenos y malos los juicios que uno hace de las circunstancias; el tiempo no es frío o caluroso, sino que es la interpretación de la mente la que atribuye dichas significaciones en función de sus necesidades de supervivencia; y en resumen, todo aquello que percibimos lo desconocemos debido a que la interpretación que del mundo podamos hacer de alguna manera nos estorba.

La mente es nuestra casa, pero al mismo tiempo es nuestra cárcel, pues nos hace creer que aquello que se experimenta a través de los sentidos es lo real. Pero los sentidos son defectuosos, pues habrá quien pueda ver más que el otro, o estará también quien escuche menos que el otro, o que pueda oler más, o sentir menos o no saborear nada. Es decir, no hay una media exacta para los sentidos, sino que cada quien los tendrá regulados a partir de su buena o mala calidad biológica. Esto aplica también para la mente, una persona genéticamente fuerte podría tener una mente con más aptitudes para interpretar su entorno, pero, aún así, aquello que interpretará del medio distará de ser lo real. El filósofo Marià Corbí, en su obra Silencio desde la mente, explica así las dificultades para interpretar la realidad:

«La estructura de nuestra percepción, nuestro pensamiento y nuestro sentir, son los propios de un viviente necesitado, que precisa vivir del medio. La necesidad de depredar el medio para sobrevivir genera en nosotros una dualidad: el viviente y el mundo. Esa es la estructura de los vivientes, no la naturaleza de las cosas. Lo que una mosca, un pez, un perro o un humano perciben, interpretan que es la realidad y el valor que le dan, está en función de sus necesidades y de las acciones que deben desplegar para sobrevivir; no está en función del conocimiento de lo que la realidad es en sí misma. La percepción que tenemos de la realidad, la interpretación y valoración que hacemos de ella está en función de nuestra naturaleza de vivientes depredadores, no en función del desentrañamiento de la realidad. El mundo que los humanos percibimos y sentimos sólo está en la mente. El mundo de colores, de formas, de objetos, relaciones, interpretaciones y valoraciones está en nuestra mente, no en la realidad de lo que hay. La causa de nuestros sufrimientos es la identificación con ese paquete de necesidades, con ese sujeto de necesidades que somos, y la identificación con la dependencia de los objetos deseados. Identificarse con unas necesidades es identificarse con unas interpretaciones y valoraciones de la realidad.»

¿Es la experiencia humana colectiva o una proyección solipsista? Imposible saberlo cuando hemos constatado que el mundo que conocemos sólo está en la mente.

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El solipsismo es la corriente filosófica que plantea que lo único existente es el “yo”, específicamente, la mente. Es decir: “solamente existo yo, y todo lo que me rodea, todo aquello que percibo son emanaciones elaboradas por mi propia mente. No hay personas, lugares, temperaturas, cosas ni situaciones, no hay bien ni mal, no hay noche ni día, no hay pasado ni futuro, no hay un comienzo ni un final, en resumen, no hay nada. La realidad no es más que lo que mi mente proyecta de manera incesante”.

Popularmente se dice que “cada cabeza es un mundo” y que “nadie escarmienta en cabeza ajena”, sin embargo, el solipsismo parece no equivocarse cuando postula que lo único que existe es este “yo” que se manifiesta y proyecta a partir y a través de la mente. “Los otros interactúan conmigo”, dice el solipsista, “el mundo manifiesta sus efectos sobre mí, pero cómo sé que todo ello no es más que un engaño de mi mente”. El solipsista, además, se dirá a sí mismo: “es cierto, quienes me rodean conversan ahora mismo conmigo, los percibo, pero realmente me es imposible verificar que algo es real fuera de mi propia mente; soy yo y los otros, pero sólo puedo dar cuenta y fe de mí mismo”. El solipsista es su propio alfa y omega.

Dejemos momentáneamente a un lado el solipsismo, pero mantengamos la atención en el tema de la mente humana, y es que aún cuando el solipsismo estuviera equivocado y verdaderamente los otros con los que compartimos el mundo existieran, es imposible saber lo que la realidad es. Cierto, tenemos nuestros cinco sentidos (algunos dicen que son más) y es por ellos que percibimos al mundo que nos rodea, pero percibir el mundo y percibir la realidad no son lo mismo, pues la realidad es lo que en verdad es, mientras que el mundo que percibimos a través de nuestros sentidos es en la medida en que estamos listos o no para sentir el entorno.

Lo real, la realidad, es lo que es en sí mismo y que no requiere de nuestra existencia para ser, sin embargo, por el hecho de que nosotros estamos subordinados a nuestra mente es que somos incapaces de experimentar lo real, y esto es porque la mente percibe la realidad no sólo desde las deficiencias que nuestros cinco sentidos podrían tener, sino que, además, desde la lengua materna que nos fue impuesta (lo contrario era imposible) por la cultura en la que nos desenvolvemos. Es decir, para los hispanohablantes su realidad será en la medida de que aquello que perciben se ajuste a la lengua española, mientras que para los anglosajones su realidad tendrá la medida de la lengua inglesa y/o alemana; y así sucesivamente con el resto de las lenguas del mundo: cada quien percibe su realidad en el marco de sus capacidades comunicativas. Así, una persona que posea una mayor competencia lingüística, tendrá un panorama de la realidad mucho mayor con respecto a una persona con dificultades en su comunicación. Cabe decir que este panorama de realidad que se tiene a partir de la lengua no refleja, de ninguna manera, lo real.

No conocemos la realidad, sino lo que nuestra mente, a partir del lenguaje, interpreta de lo que percibe por medio de los sentidos. Considerando lo anterior, la realidad es inasible para el ser humano, pues entre la mente y lo real siempre mediará el deficiente filtro del lenguaje. La realidad no es buena ni mala, más bien son buenos y malos los juicios que uno hace de las circunstancias; el tiempo no es frío o caluroso, sino que es la interpretación de la mente la que atribuye dichas significaciones en función de sus necesidades de supervivencia; y en resumen, todo aquello que percibimos lo desconocemos debido a que la interpretación que del mundo podamos hacer de alguna manera nos estorba.

La mente es nuestra casa, pero al mismo tiempo es nuestra cárcel, pues nos hace creer que aquello que se experimenta a través de los sentidos es lo real. Pero los sentidos son defectuosos, pues habrá quien pueda ver más que el otro, o estará también quien escuche menos que el otro, o que pueda oler más, o sentir menos o no saborear nada. Es decir, no hay una media exacta para los sentidos, sino que cada quien los tendrá regulados a partir de su buena o mala calidad biológica. Esto aplica también para la mente, una persona genéticamente fuerte podría tener una mente con más aptitudes para interpretar su entorno, pero, aún así, aquello que interpretará del medio distará de ser lo real. El filósofo Marià Corbí, en su obra Silencio desde la mente, explica así las dificultades para interpretar la realidad:

«La estructura de nuestra percepción, nuestro pensamiento y nuestro sentir, son los propios de un viviente necesitado, que precisa vivir del medio. La necesidad de depredar el medio para sobrevivir genera en nosotros una dualidad: el viviente y el mundo. Esa es la estructura de los vivientes, no la naturaleza de las cosas. Lo que una mosca, un pez, un perro o un humano perciben, interpretan que es la realidad y el valor que le dan, está en función de sus necesidades y de las acciones que deben desplegar para sobrevivir; no está en función del conocimiento de lo que la realidad es en sí misma. La percepción que tenemos de la realidad, la interpretación y valoración que hacemos de ella está en función de nuestra naturaleza de vivientes depredadores, no en función del desentrañamiento de la realidad. El mundo que los humanos percibimos y sentimos sólo está en la mente. El mundo de colores, de formas, de objetos, relaciones, interpretaciones y valoraciones está en nuestra mente, no en la realidad de lo que hay. La causa de nuestros sufrimientos es la identificación con ese paquete de necesidades, con ese sujeto de necesidades que somos, y la identificación con la dependencia de los objetos deseados. Identificarse con unas necesidades es identificarse con unas interpretaciones y valoraciones de la realidad.»

¿Es la experiencia humana colectiva o una proyección solipsista? Imposible saberlo cuando hemos constatado que el mundo que conocemos sólo está en la mente.