/ domingo 2 de junio de 2024

El mundo iluminado / Una criatura de sentido

elmundoiluminado.com

Si asumimos como posible la existencia de dimensiones que están más allá de la experiencia humana, más allá de la vida que ahora mismo representamos, tenemos que el puente entre lo que fue y lo que será es la corporalidad; la materialidad; el conjunto de huesos, músculos, órganos y sistemas que nos constituyen como organismos biológicos. El cuerpo, en este sentido, es la experiencia de tránsito que liga la idea primigenia con la obra consumada. Por el cuerpo es que somos, aunque sin ser del todo el cuerpo y por eso es que cuando éste cae una entidad diferente, algunos la nombran “el alma”, se eleva para proseguir en un ciclo que rebasa los límites de la imaginación, la cual también está circunscrita al ámbito de la materialidad, pues depende de las redes neuronales. En resumen, el cuerpo no es más que un puente que une dos posibilidades (lo que fue y lo que será) y los carriles que nos permiten avanzar a través de éste son los sentidos.

Los sentidos son aquella puerta que nos permite percibir el mundo que nos rodea, así como dar paso hacia su entendimiento. Definir a los sentidos es complejo, pues cuando sentimos a través de los sentidos actúan en nosotros condiciones pensadas y no pensadas. Los sentidos se deben a los estímulos, así como a las reflexiones a que lleguemos gracias a esos estímulos, por lo que resulta imposible determinar en qué momento termina la percepción de un estímulo y comienza el pensamiento. Cuando vemos algo, por ejemplo, lo percibimos al mismo tiempo que lo pensamos; lo mismo cuando oímos, probamos, sentimos y olemos. Los sentidos nos generan pensamientos y los pensamientos nos generan sensaciones. Es decir que a partir de algo que sentimos podemos llegar a ciertos pensamientos, pero también funciona el camino de manera inversa: es posible pensar algo y que ese algo se convierta en una sensación, de ahí que la última manifestación del pensamiento pueda ser la risa, el llanto y los escalofríos, por ejemplo.

Los sentidos unidos al pensamiento son los que nos hacen sentirnos y sabernos vivos, y esto es porque entre el sentido y el pensamiento media la consciencia, que es la característica que distingue al animal humano de los animales no humanos. Todos los animales sienten y todos los animales piensan, pero no todos razonan y sólo uno de ellos, nosotros, posee consciencia, la cual, unida a la inteligencia (que también es un sentido) nos permite vislumbrar ideas en torno a lo que fue y lo que será cuando el cuerpo (el puente) abandone sus funciones y se entregue a la tierra.

Sentido, pensamiento, razón, intelecto y consciencia son los componentes del ser humano. Todos los animales humanos poseen estas cinco facultades, aunque no todos las desarrollan por igual, así podemos tener personas mucho más instintivas porque se inclinan más hacia lo que sus sentidos captan, mientras que podremos tener otras que sean más racionales, porque se abocan mayormente hacia las conclusiones que de sus sentidos han deducido.

Comprender el mundo por entero es humanamente imposible, pero al menos, gracias a la experiencia humana, gracias a los sentidos, es que podemos llegar a experimentarlo y generar con ello ciertas conclusiones no de lo que el mundo es, sino de lo que podría ser o de lo que creemos que es, pues los sentidos, además de estar determinados por la estructura biológica, en el caso del animal humano, están determinados por la cultura y este es otro rasgo que nos aleja de los animales no humanos. Las abejas y las hormigas, así como los lobos, ciertas aves y otras especies animales no humanas se organizan jerárquicamente y en grupos, pero solamente los animales humanos, nosotros, poseemos una cultura y esto es porque solamente nosotros podemos transformar la entidad instintiva del sentido en una mucho más compleja: la del símbolo.

La vida simbólica del hombre es la que nos abre las puertas a lo que fue antes de que naciéramos y a lo que será después de que muramos. Podría decirse que el sentido tiene como punto culminante al símbolo porque sólo a través de éste se puede ir más allá de lo humanamente posible, y esto es: lo sagrado, lo eterno, lo atemporal; trinidad conceptual e incomprensible a la que aspira el alma (en caso de que exista) para consumar su realización.

Puesto que sólo a través de la vida simbólica (que es consecuencia de los sentidos y de la experiencia de la carne) puede vislumbrarse lo sagrado, es que en diferentes civilizaciones aparece el mito del dios encarnado, es decir, de aquella divinidad que para alcanzar su perfección tiene antes que atravesar por el sendero del dolor y de la caída del cuerpo. Indudablemente, para los occidentales, el ejemplo más inmediato lo tenemos en Jesús (el Mesías), quien para convertirse en el Cristo (el Ungido) tuvo que entregarse a los tormentos de los sentidos. El antropólogo David Le Breton, en El sabor del mundo. Una antropología de los sentidos, dice:

«La condición humana es corporal. El mundo sólo se da bajo la forma de lo sensible. En el espíritu no existe nada que antes no haya estado en los sentidos. La carne es la vía de apertura al mundo. No es tanto el cuerpo el que se interpone entre el hombre y el mundo, sino un universo simbólico. La biología se borra ante lo que la cultura le presta como aptitud. Entre la sensación y la percepción se halla la facultad de conocimiento que recuerda que el hombre no es un organismo biológico, sino una criatura de sentido.»

El cuerpo, determinado por los sentidos, es semejante a los muros de una prisión. Puesto que sentimos al mundo, suponemos que lo conocemos y aún que lo entendemos, sin embargo, es preciso tener en claro que los sentidos, al estar determinados por la biología, son imperfectos, de ahí que cada quien perciba de diferente manera. ¿Son reales las dimensiones metafísicas de lo sagrado y del espíritu? No lo sabemos, pero tampoco contamos con evidencias para negarlas, pues en esta imperfección no somos más que una criatura de sentido.