Aunque hemos ganado terreno, persisten prejuicios que buscan relegar a las mujeres en sus campos profesionales. Un pensamiento común es que, si una mujer opera en el mismo sector que un hombre, no debe aspirar a la misma cantidad de negocios ni a los mismos beneficios. “Que se conforme con ser parte de la conversación, pero que no espere igualdad” es un pensamiento que aún se respira en las negociaciones.
Uno de los estigmas más persistentes es la idea de que las mujeres no presiden organismos empresariales debido a una supuesta falta de competencias, creencia que perpetúa el ciclo de invisibilización de nuestras capacidades. Los hombres hoy ocupan las presidencias de organismos porque el mismo sistema de dominancia masculina invisibiliza el liderazgo de mujeres capaces, beneficiándolos a ellos y dejándonos a nosotras vulnerables ante estos grupos de hombres político-empresariales.
Hace poco lo viví en carne propia. En mi experiencia como empresaria en la industria de la construcción, he trabajado por años para vincular un grupo de empresas que unan fuerzas y puedan competir de manera sólida en proyectos magnos. Consolidar alianzas de este tipo requiere tiempo, esfuerzo y una confianza que se construye paso a paso. Recientemente, uno de mis socios más nuevos sugirió incluir a un conocido suyo para “apoyarnos” en la gestión de proyectos. Lo que parecía una oportunidad pronto se convirtió en un intento de invisibilizarme.
El nuevo “gestor” empezó a operar como si yo no existiera, programando reuniones y decisiones a mis espaldas. Sin embargo, mi principal socio, respetando mi liderazgo y dándome mi lugar, me mantuvo al tanto de todo. Así descubrí que este hombre no solo intentaba desplazarme, sino que ya planeaba controlar las gestiones, dejando fuera de las decisiones a quien las había iniciado.
Gracias a la comunicación abierta con mi principal socio y a su respeto hacia mi liderazgo, se recondujo la situación. El gestor tuvo que volver a su lugar original y a reportar sus avances a través de nuestro nuevo asociado, bajo mi supervisión directa. La misoginia no permeó, y no porque este hombre cambiara, sino porque conté con el respaldo de mi socio que reconoció mi valor.
Este tipo de situaciones reflejan cómo la violencia de género no solo se manifiesta en lo evidente y lo agresivo, sino también en acciones sutiles que buscan desplazar a las mujeres de sus propios proyectos. El querer tomar decisiones sin consultarnos o socavar nuestra autoridad son formas de misoginia disfrazadas de “pragmatismo” y “visión empresarial”, pero en el fondo no son más que intentos de mantener el statu quo.
Esta historia es solo una muestra de cuántas mujeres aún luchan por mantenerse firmes en el liderazgo que han construido, enfrentando un sistema que, aunque ha cambiado mucho, sigue buscando maneras de dejarnos a un lado.
Es crucial que sigamos hablando y exponiendo estas prácticas. Cada vez que levantamos la voz y exigimos respeto en el ámbito empresarial, estamos un paso más cerca de desmantelar las estructuras que intentan marginarnos. Solo a través de la colaboración, el respeto y la visibilidad de nuestras contribuciones podremos construir un futuro en el que las mujeres sean reconocidas y valoradas en igualdad de condiciones. La lucha por la equidad de género no es solo una cuestión de derechos; es una cuestión de justicia y progreso para todos.
“Cuando los mujeres lideran, ganamos todos”