/ miércoles 27 de noviembre de 2024

El reloj me manipula

“Dios hizo todo hermoso en su momento, y puso en la mente humana el sentido del tiempo, aun cuando el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin.”

- Eclesiastés 3:11

En las horas más tiernas de la mañana y al son de mi primer acto de conciencia que resulta en estar completa e irremediablemente despierta, múltiples preocupaciones acechan - contra mi voluntad - la lucidez recién adquirida.

La primera, me susurra sobre el pendiente laboral que el fin de semana no fui capaz de resolver; la segunda, me dice que ya es momento de atender la tarea que quedó inconclusa la noche de anoche; y la tercera me tira las plantas al suelo para revisar las novedades en los mensajes y enlazar la primera llamada en vías de atender algo todavía más urgente.

El reloj me presiona, apenas son las siete de la mañana y ya me ha pedido posponer el desayuno hasta las diez, el estómago en rebeldía se estremece para exigir el alimento que le niego, pero el trabajo me exige el compromiso que le debo. El reloj cuya predicación impoluta es el paso del tiempo, me hace ver mi pecado: este día también será insuficiente. No vale la pena contradecirlo, pero el testimonio de una lucha pérdida muchas veces es más importante que cualquier victoria seca.

¿No te pasa? ¿Sentir que vives en la víspera de la necesidad o bajo la contundencia de su emergencia? ¿Será la época la que nos orilla a sobrevivir sin la posibilidad de prescindir de esto o aquello? O, quizás, no podamos hacer sino lo que nuestra naturaleza nos mandata, y aceptar nuestros límites temporales y terrenales para como dice Tarkovsky, conformarnos con esculpir el tiempo. La contrariedad está en vivir para acrecentar mientras nos disminuimos en polvo. Andar para reír llorando.

El reloj no puede renunciar al tiempo y yo no puedo renunciar al reloj, somos parte de la misma moneda. Me manipula para reordenar mis prioridades, enalteciendo lo absurdo y obviando lo indispensable. Al tiempo no se le puede ganar la guerra, pero si se le puede vencer en batallas, por eso, Napoleón optaba por evitarlo, pues, según cuentan, de las muchas cartas que recibía solicitando decidir sobre tal o cuál asunto, él simplemente optaba por no decidir al capricho de la urgencia y dejar al tiempo deshacer el nudo.

Todo es una contradicción, así como lo dijo el poeta Juan de Dios Peza “El carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son breves mascaradas; aquí aprendemos a reír con llanto, y también a llorar con carcajadas.”

“Dios hizo todo hermoso en su momento, y puso en la mente humana el sentido del tiempo, aun cuando el hombre no alcanza a comprender la obra que Dios realiza de principio a fin.”

- Eclesiastés 3:11

En las horas más tiernas de la mañana y al son de mi primer acto de conciencia que resulta en estar completa e irremediablemente despierta, múltiples preocupaciones acechan - contra mi voluntad - la lucidez recién adquirida.

La primera, me susurra sobre el pendiente laboral que el fin de semana no fui capaz de resolver; la segunda, me dice que ya es momento de atender la tarea que quedó inconclusa la noche de anoche; y la tercera me tira las plantas al suelo para revisar las novedades en los mensajes y enlazar la primera llamada en vías de atender algo todavía más urgente.

El reloj me presiona, apenas son las siete de la mañana y ya me ha pedido posponer el desayuno hasta las diez, el estómago en rebeldía se estremece para exigir el alimento que le niego, pero el trabajo me exige el compromiso que le debo. El reloj cuya predicación impoluta es el paso del tiempo, me hace ver mi pecado: este día también será insuficiente. No vale la pena contradecirlo, pero el testimonio de una lucha pérdida muchas veces es más importante que cualquier victoria seca.

¿No te pasa? ¿Sentir que vives en la víspera de la necesidad o bajo la contundencia de su emergencia? ¿Será la época la que nos orilla a sobrevivir sin la posibilidad de prescindir de esto o aquello? O, quizás, no podamos hacer sino lo que nuestra naturaleza nos mandata, y aceptar nuestros límites temporales y terrenales para como dice Tarkovsky, conformarnos con esculpir el tiempo. La contrariedad está en vivir para acrecentar mientras nos disminuimos en polvo. Andar para reír llorando.

El reloj no puede renunciar al tiempo y yo no puedo renunciar al reloj, somos parte de la misma moneda. Me manipula para reordenar mis prioridades, enalteciendo lo absurdo y obviando lo indispensable. Al tiempo no se le puede ganar la guerra, pero si se le puede vencer en batallas, por eso, Napoleón optaba por evitarlo, pues, según cuentan, de las muchas cartas que recibía solicitando decidir sobre tal o cuál asunto, él simplemente optaba por no decidir al capricho de la urgencia y dejar al tiempo deshacer el nudo.

Todo es una contradicción, así como lo dijo el poeta Juan de Dios Peza “El carnaval del mundo engaña tanto, que las vidas son breves mascaradas; aquí aprendemos a reír con llanto, y también a llorar con carcajadas.”