Autor: Mercedes Núñez Cuétara
En un mundo que constantemente nos invita a comprar o vender, que imprime el valor de las cosas en función a su precio económico o al beneficio que puedes obtener de ellas, en el que los refranes nos advierten que nada en esta vida es gratis o en el que nos hace creer que al alcance de un clic y una tarjeta de crédito podemos obtener lo que deseamos. Frente a este mundo de consumo me pregunto ¿qué sentido tiene servir? ¿qué implica servir a otros? ¿cómo ver más allá de nuestras necesidades y deseos? ¿cómo motivar a las juventudes que están en su proceso de servicio social a encontrarle sentido a este momento universitario?
Inicio este escrito con las reflexiones y preguntas que me surgen cuando escucho las inquietudes de los y las estudiantes universitarios que están en búsqueda de un espacio de servicio social. Muchas de sus preocupaciones evidencian las lógicas del mundo de consumo en el que nos encontramos. Como ejemplo, algunos comentarios frecuentes: “quiero un servicio que cubra mis necesidades”, “necesito encontrar un servicio que no me exija mucho tiempo”, “¿pueden cubrir mis gastos de traslado al lugar del servicio?”, “necesito un servicio social en línea para compaginarlo con mi trabajo”, “un servicio social fácil para poder dedicarme a mis prácticas profesionales”.
Pareciera entonces como si servir fuera sinónimo de perder algo, como si el servicio social les quitara algo valioso: tiempo, dinero o posibilidades de trabajo y/o profesionalización. En un mundo de consumo, la lógica es que todo movimiento tenga una ganancia o un beneficio para quien hace el movimiento. Por supuesto que hay evidentes ganancias para quienes sirven y que abordaré más adelante. Sin embargo, y nuevamente bajo las lógicas de consumo, las ganancias deben ser materiales y este tipo de ganancias no son frecuentes en los espacios de servicio social.
Al compartirles los pensares y sentires del estudiantado universitario frente al servicio social, no pretendo criticar sus individualidades sino evidenciar que estos sentires y pensares son causa de las lógicas del mundo social que hemos construido y que cuestiona los esfuerzos que no reditúan en un beneficio material o tangible. Prueba de ello es el debate sobre la pertinencia del servicio social que estuvo recientemente presente en la esfera pública.
En el 2023 un senador presentó una iniciativa de reforma de ley para que el servicio social no fuera requisito de titulación y para que el estudiantado obtenga una remuneración económica justa al realizarlo. Si bien la propuesta estaba argumentada en las situaciones de inseguridad que enfrentan principalmente las y los estudiantes del área de salud, y que evidentemente deben atenderse, la propuesta no estaba orientada a mejorar la seguridad. La propuesta instaba a no condicionarles la titulación (beneficio material de un título universitario) y que el servicio sea pagado (beneficio económico). En resumen, la propuesta de reforma era darle al estudiantado algo material, además del título universitario, a cambio de su servicio.
Para vislumbrar las ganancias no materiales de servir y por tanto del servicio social, quiero retomar la definición general que la RAE hace sobre la palabra servicio: “prestación que satisface alguna necesidad humana y que no consiste en la producción de bienes materiales”.
En esta definición aparece una palabra clave que hasta ahora no había aparecido en estas reflexiones, “lo humano”. Las necesidades humanas que pueden ser atendidas desde otras lógicas y con otras herramientas que van más allá de lo económico o material como el estar, el diálogo, la creatividad, la compañía, el contacto, el vínculo, los conocimientos, el reconocimiento, los aprendizajes, los cuestionamientos... Todas esas herramientas que el estudiantado pone en marcha cuando sirve. El sentido de servir al otro y por tanto del servicio social, bajo mi perspectiva, tiene un sentido humanizante especialmente para quien sirve, pero también para quienes somos testigos de ese servicio.
*La autora es Maestra en Intervención Social por la Universidad Pública de Navarra y licenciada en Psicología por la Universidad Iberoamericana Puebla. En el ámbito profesional se ha desempeñado como docente e investigadora. Realizó un experto en migración en la Universidad Pública de Navarra. Actualmente colabora en la Universidad Iberoamericana Puebla como coordinadora del Área de Servicio Social
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