/ martes 21 de noviembre de 2023

Jesús López Chargoy prometió hacer campeón al Puebla

La pasión por el futbol produce no sólo grandes jugadores y aficionados, sino también directivos comprometidos con la historia y la esencia de un equipo. Es el caso de Jesús López Chargoy, quien ama a la Franja desde muy chico, pues acude cada quince días, y desde muy lejos, al Estadio Cuauhtémoc con su hermano y su papá, con quienes vive intensamente el juego.

Como tantos otros jóvenes, Jesús practica asiduamente futbol en la prepa y en la universidad, primero como lateral derecho y luego, por su velocidad, como extremo derecho. Consciente de todo lo que puede truncar prematuramente la carrera de un jugador, Jesús opta por estudiar y mantenerse cerca del futbol desde otras trincheras.

Así, en 2008 llega al equipo camotero, donde destaca sobre todo por sus habilidades de comunicación y buen trato. En 2013, con apoyo de su hermano, le compra el equipo a Ricardo Henaine, lo que evita que otros interesados lo adquieran y se lo lleven del estado.

Lo que más agradece Jesús de su tiempo como directivo y dueño del Puebla es el apoyo de la afición, que Jesús estima es más grande de lo que se piensa, y que no desfallece a pesar de las penurias económicas y deportivas. Por varios años, el Puebla genera la tercera mejor taquilla de entre todos los equipos de la liga.

El dueño paga con la misma moneda y toma decisiones que refuerzan la identificación con el equipo y la comunión con la afición. Por ejemplo, baja el precio de las entradas al estadio, regresa al diseño original de la franja (el escudo a la altura del corazón) y reincorpora los colores oficiales.

La simbiosis es completa.

En esos años, las emociones de la afición simulan una montaña rusa ya que, por una parte, el descenso amenaza torneo tras torneo y en cada final de temporada se viven partidos dramáticos, incluso se apela a fuerzas superiores para evitar el desastre. Por otra, se disfrutan las mieles del triunfo al ganar la Copa MX en el Clausura 2015 y la Supercopa al año siguiente (son los últimos trofeos en la vitrina camotera).

Estos éxitos tienen, además, un gran valor sentimental para Jesús, pues en 2013 le promete a su papá —quien fallece ese mismo año— que hará campeón de nuevo a la Franja. Era tan grande el amor que sentía su papá por el equipo (y que transmitió a sus hijos), que pide ser enterrado con la playera enfranjada puesta.

El legado de la presidencia de Jesús se refleja en cuatro logros, a saber, ganar la Copa y la Supercopa, evitar el descenso (con todas sus consecuencias), mantener al equipo en Puebla (condición innegociable cuando lo vende en 2017) y remodelar el Estadio Cuauhtémoc.

Como su papá, Jesús también quiere vestir la camiseta poblana cuando lo entierren, algo natural para alguien que la trae bien puesta desde bebé y que lleva tatuado en su ser la franja —“soy de sangre azul”, dice orgulloso—, símbolo de identidad y una forma de vida

La pasión por el futbol produce no sólo grandes jugadores y aficionados, sino también directivos comprometidos con la historia y la esencia de un equipo. Es el caso de Jesús López Chargoy, quien ama a la Franja desde muy chico, pues acude cada quince días, y desde muy lejos, al Estadio Cuauhtémoc con su hermano y su papá, con quienes vive intensamente el juego.

Como tantos otros jóvenes, Jesús practica asiduamente futbol en la prepa y en la universidad, primero como lateral derecho y luego, por su velocidad, como extremo derecho. Consciente de todo lo que puede truncar prematuramente la carrera de un jugador, Jesús opta por estudiar y mantenerse cerca del futbol desde otras trincheras.

Así, en 2008 llega al equipo camotero, donde destaca sobre todo por sus habilidades de comunicación y buen trato. En 2013, con apoyo de su hermano, le compra el equipo a Ricardo Henaine, lo que evita que otros interesados lo adquieran y se lo lleven del estado.

Lo que más agradece Jesús de su tiempo como directivo y dueño del Puebla es el apoyo de la afición, que Jesús estima es más grande de lo que se piensa, y que no desfallece a pesar de las penurias económicas y deportivas. Por varios años, el Puebla genera la tercera mejor taquilla de entre todos los equipos de la liga.

El dueño paga con la misma moneda y toma decisiones que refuerzan la identificación con el equipo y la comunión con la afición. Por ejemplo, baja el precio de las entradas al estadio, regresa al diseño original de la franja (el escudo a la altura del corazón) y reincorpora los colores oficiales.

La simbiosis es completa.

En esos años, las emociones de la afición simulan una montaña rusa ya que, por una parte, el descenso amenaza torneo tras torneo y en cada final de temporada se viven partidos dramáticos, incluso se apela a fuerzas superiores para evitar el desastre. Por otra, se disfrutan las mieles del triunfo al ganar la Copa MX en el Clausura 2015 y la Supercopa al año siguiente (son los últimos trofeos en la vitrina camotera).

Estos éxitos tienen, además, un gran valor sentimental para Jesús, pues en 2013 le promete a su papá —quien fallece ese mismo año— que hará campeón de nuevo a la Franja. Era tan grande el amor que sentía su papá por el equipo (y que transmitió a sus hijos), que pide ser enterrado con la playera enfranjada puesta.

El legado de la presidencia de Jesús se refleja en cuatro logros, a saber, ganar la Copa y la Supercopa, evitar el descenso (con todas sus consecuencias), mantener al equipo en Puebla (condición innegociable cuando lo vende en 2017) y remodelar el Estadio Cuauhtémoc.

Como su papá, Jesús también quiere vestir la camiseta poblana cuando lo entierren, algo natural para alguien que la trae bien puesta desde bebé y que lleva tatuado en su ser la franja —“soy de sangre azul”, dice orgulloso—, símbolo de identidad y una forma de vida

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