Jorge sabe desde muy chico que su camino en la vida es el futbol. Nada ni nadie lo desviará de esa certeza. Los traspiés en su carrera, en lugar de desanimarlo, refuerzan su convicción. El primero, a los 13 años, cuando Universidad de Chile le dice, tras estar dos meses a prueba, ¡que no sirve para jugar futbol! El segundo llega casi de inmediato, pues se integra a la segunda infantil de Colo-Colo, donde no juega ni un solo minuto en el año que está ahí (eso sí, calienta como loco).
Y eso que, para entonces, ya le pega con tremenda fuerza al balón. Muy pronto se da cuenta de que tiene un arma en el disparo de media distancia y se enfoca en desarrollar la técnica de golpeo y la precisión. No duda en quedarse una hora o una hora y media tras los entrenamientos para trabajar el tiro libre desde distintas partes de la cancha.
Tanto esfuerzo recibe su recompensa en 1976, cuando Universidad Católica lo ficha. Sin embargo, tiene poca participación. En lugar de desesperarse, pide que lo presten a escuadras de segunda división, en las que acumula minutos y goles. Lo que lo motiva es demostrar a todos los que no lo han alineado que él tiene madera de futbolista profesional. A su regreso al primer equipo, gracias a su perseverancia y terquedad, debuta en primera y se afianza como el 10 titular.
Tras militar en el Valladolid, de España, y en el Deportivo Cali, donde es campeón goleador de la liga colombiana, llega a la Franja en 1988, por recomendación del técnico camotero, Pedro García, también chileno. A Jorge no le cuesta adaptarse al balompié mexicano y ya en su primera temporada, la de los récords y el liderato general, se despacha con veintiocho tantos, uno menos que el campeón goleador (Sergio Lira). Con Carlos Poblete establece una de las duplas volante-delantero más arrolladoras, pues entre los dos suman ese año cincuenta dianas.
Los goles y el liderazgo de Jorge ayudan a que la afición vuelva a emocionarse con su equipo y llene de nuevo el Cuauhtémoc. Para la temporada 1989-1990 llega al banquillo Manuel Lapuente, quien arma el equipo que lo gana todo, en parte, gracias a los morterazos que no deja de meter el chileno, y eso que, en aquella época, las barreras siempre se adelantan.
Tras vestir tres temporadas la enfranjada, Jorge deja el club como su cuarto máximo romperredes. Promedia ¡más de veinte goles por temporada! El chileno regresa a Puebla como entrenador en 2005 y encamina al equipo a ganar la Primera A. Parte de su éxito como jugador y entrenador radica en su convicción de que, por mucho talento que se tenga, sin disciplina no se llega lejos.
Jorge vistió dos camisetas que tienen una franja azul, una horizontal (Universidad Católica) y otra diagonal (Puebla). Estaba en su destino triunfar y brillar bajo ese diseño. El ser considerado por muchos como el mejor jugar de la historia del Puebla significa para él un honor enorme y un motivo de gran orgullo. En especial, considera “absolutamente impagable” el cariño y el respeto que le ha entregado la gente a lo largo de tantos años. Pocos jugadores como el chileno han transpirado con tanta pasión la casaca poblana.