Hoy, 5 de noviembre, Estados Unidos vive un momento histórico con una contienda presidencial que enfrenta a Kamala Harris y Donald Trump, en una elección que podría redefinir la economía y el liderazgo global del país. Esta jornada electoral comenzó realmente desde el 4 de noviembre, cuando la ciudadanía emite su voto. Sin embargo, a diferencia de México, el sistema estadounidense ofrece a sus ciudadanos una flexibilidad considerable: muchas personas reciben sus boletas por correo hasta 15 días antes del día de la elección, y pueden enviarlas de regreso colocando el voto en el buzón de su casa. De esta manera, el cartero se encarga de llevar su voto junto con la correspondencia habitual, haciendo del proceso algo cómodo y accesible. Sólo aquellos que esperaron hasta el último día deben acudir a un centro de votación para depositar su boleta en persona.
El resultado de esta elección se decidirá en gran medida en los llamados estados clave o "swing states" —como Pensilvania, Michigan, Georgia, Wisconsin, Arizona y Nevada—, donde el apoyo suele oscilar entre demócratas y republicanos. Estos estados, al tener poblaciones que no se inclinan completamente por un partido, son el verdadero campo de batalla donde las campañas invierten la mayor parte de su tiempo y recursos, pues aquí es donde se define la victoria en el Colegio Electoral. En el sistema estadounidense, a diferencia de México, el presidente es elegido indirectamente. Cada estado tiene un número específico de votos en el Colegio Electoral, según su población, y el candidato que gana la mayoría de votos populares en un estado se lleva todos sus votos electorales, lo que le permite sumar los 270 necesarios para ganar.
La victoria de Harris significaría un cambio hacia políticas enfocadas en la equidad económica, el cuidado del medio ambiente y el fortalecimiento del sistema de salud. Su administración se centraría en mejorar las condiciones de la clase media y en aumentar los impuestos a las corporaciones y sectores de mayores ingresos, financiando programas sociales que reduzcan la desigualdad. A nivel internacional, Harris probablemente reforzaría las alianzas estratégicas de EE. UU., especialmente en tecnología y sostenibilidad, y continuaría con la transición hacia energías limpias, lo que traería inversión en infraestructura verde y sectores innovadores, aunque con posible resistencia en las industrias tradicionales.
Por otro lado, una victoria de Trump supondría un regreso a políticas de desregulación y proteccionismo, enfocadas en el crecimiento de las industrias tradicionales como el petróleo y el gas. Esto beneficiaría a sectores manufactureros y energéticos, con menos restricciones ambientales y una estrategia de producción interna. Sin embargo, la postura de confrontación comercial, especialmente con China, podría crear incertidumbre en las cadenas de suministro.
Hoy sabremos si Estados Unidos se suma a la tendencia de liderazgos femeninos que se vislumbra en otras partes del mundo, incluido México, o si Trump retornará con su visión de una economía centrada en lo doméstico y menos intervención gubernamental en los negocios. La respuesta de los estadounidenses, plasmada en sus votos ya enviados o depositados, definirá el rumbo de una de las economías más influyentes del mundo.
“Cuando las mujeres lideran, ganamos todos”