“Las calles de Puebla” es, además del título de ese extraordinario tratado de poética diacrónica, escrito por el sabio Hugo Leich, un verso. Seis sílabas. Acento en la primera y la quinta. Predominancia fonética de la vocal abierta “a”. Suave ritmo del verso que imita al hombre peripatético que al caminar escribe. Si fuera dable esta licencia, o exceso lírico, escribiría que “Las calles de Puebla” es un hexasílabo solar y pluvial. En fin. “Las calles de Puebla” bajo el sol cristalino de ámbar de la fría mañana de La Candelaria se abren dulcemente a la mirada enamorada del aborigen, del nativo, del natural, del hombre de aquí, que las toma. Y el aire es transparente. Y el silencio adquiere peso, es como una camisa nupcial de blanca seda que se pega fielmente al cuerpo y lo purifica. Sólo el caminante y las calles. Solos. Es lugar común, cuando se habla de la Puebla, citar las palabras del versículo 11 del salmo 91, mismas que ornan su escudo; sin embargo, para mis fines, prefiero citar el primer versículo: “El que habita al abrigo del Altísimo, vive bajo la sombra del Omnipotente”. Interpreto el verso: “el hombre que vive en lo sublime, es decir, en lo inconmensurable, en lo que no tiene medida, en lo eterno e infinito, vive eternamente protegido por Dios”. Luego entonces, “Las calles de Puebla” son las calles de “Jerusalén”, son las calles de la “Ciudad celestial”, son las calles de la “Ciudad eterna” en las que camina, la dulce mañana del día de “La Candelaria”, un hombre mortal, finito, contingente, anónimo y fugaz. Un hombre que ha descubierto que la unidad de medida de la eternidad, esto es de lo sublime, es la semana. Oh paradoja: es posible que lo finito mida lo infinito y la prueba es triple: el relato de la Creación del mundo, en el Génesis; y la crónica de la Pasión y la descripción de las Siete palabras de Cristo, en los Evangelios. Escrito está en el libro sagrado que fue en una semana que Dios creó el mundo; y, también, que fue en una semana que se representó la profecía de muerte del Hijo de Dios. Leamos, en la bella y valiosa versión del padre Agustín Magaña, este pasaje del libro del Génesis: “Así pues los cielos y la tierra y todo su mobiliario quedaron terminados. Para el séptimo día había terminado Dios las obras que había hecho. Y bendijo el día séptimo y lo declaró santo; porque ese día había dejado Dios de trabajar en todas las obras que había creado y que había hecho.” Y ahora, en Lucas 22, leamos los prolegómenos de la Pasión. “La conspiración contra Jesús. Ya se acercaba la Fiesta de los panes sin levadura que se llama la Pascua. Los príncipes de los sacerdotes y los escribas buscaban la manera de dar muerte a Jesús, pero le tenía miedo al pueblo. Entonces se le metió Satanás a Judas, llamado el Iscariote, quien era del número de los Doce. Enseguida fue a tratar con los príncipes de los sacerdotes y los jefes de la policía del Templo de la manera de entregárselo, de lo cual se alegraron ellos y convinieron en darle dinero.” La semana, entonces, es la unidad de medida de lo Inconmensurable, de lo Altísimo, evocado en el escudo de la ciudad que es la Jerusalén nuestra en la tierra. Se lee en el escudo de la Puebla: “Angelis suis deus mandavit de te, ut custodiant te in ómnibus viis tuis”. (Porque Dios ordenará que sus ángeles te cuiden en todos tus caminos.) En efecto: la Ciudad que es una Puebla de ángeles no puede ser otra que Jerusalén. ¿Qué significa vivir en la Ciudad celestial? La respuesta vuela a nosotros desde “Hiperbórea”: vivir en estado de gracia. “Las calles de Puebla” es un verso…
“Las calles de Puebla” es, además del título de ese extraordinario tratado de poética diacrónica, escrito por el sabio Hugo Leich, un verso. Seis sílabas. Acento en la primera y la quinta. Predominancia fonética de la vocal abierta “a”. Suave ritmo del verso que imita al hombre peripatético que al caminar escribe. Si fuera dable esta licencia, o exceso lírico, escribiría que “Las calles de Puebla” es un hexasílabo solar y pluvial. En fin. “Las calles de Puebla” bajo el sol cristalino de ámbar de la fría mañana de La Candelaria se abren dulcemente a la mirada enamorada del aborigen, del nativo, del natural, del hombre de aquí, que las toma. Y el aire es transparente. Y el silencio adquiere peso, es como una camisa nupcial de blanca seda que se pega fielmente al cuerpo y lo purifica. Sólo el caminante y las calles. Solos. Es lugar común, cuando se habla de la Puebla, citar las palabras del versículo 11 del salmo 91, mismas que ornan su escudo; sin embargo, para mis fines, prefiero citar el primer versículo: “El que habita al abrigo del Altísimo, vive bajo la sombra del Omnipotente”. Interpreto el verso: “el hombre que vive en lo sublime, es decir, en lo inconmensurable, en lo que no tiene medida, en lo eterno e infinito, vive eternamente protegido por Dios”. Luego entonces, “Las calles de Puebla” son las calles de “Jerusalén”, son las calles de la “Ciudad celestial”, son las calles de la “Ciudad eterna” en las que camina, la dulce mañana del día de “La Candelaria”, un hombre mortal, finito, contingente, anónimo y fugaz. Un hombre que ha descubierto que la unidad de medida de la eternidad, esto es de lo sublime, es la semana. Oh paradoja: es posible que lo finito mida lo infinito y la prueba es triple: el relato de la Creación del mundo, en el Génesis; y la crónica de la Pasión y la descripción de las Siete palabras de Cristo, en los Evangelios. Escrito está en el libro sagrado que fue en una semana que Dios creó el mundo; y, también, que fue en una semana que se representó la profecía de muerte del Hijo de Dios. Leamos, en la bella y valiosa versión del padre Agustín Magaña, este pasaje del libro del Génesis: “Así pues los cielos y la tierra y todo su mobiliario quedaron terminados. Para el séptimo día había terminado Dios las obras que había hecho. Y bendijo el día séptimo y lo declaró santo; porque ese día había dejado Dios de trabajar en todas las obras que había creado y que había hecho.” Y ahora, en Lucas 22, leamos los prolegómenos de la Pasión. “La conspiración contra Jesús. Ya se acercaba la Fiesta de los panes sin levadura que se llama la Pascua. Los príncipes de los sacerdotes y los escribas buscaban la manera de dar muerte a Jesús, pero le tenía miedo al pueblo. Entonces se le metió Satanás a Judas, llamado el Iscariote, quien era del número de los Doce. Enseguida fue a tratar con los príncipes de los sacerdotes y los jefes de la policía del Templo de la manera de entregárselo, de lo cual se alegraron ellos y convinieron en darle dinero.” La semana, entonces, es la unidad de medida de lo Inconmensurable, de lo Altísimo, evocado en el escudo de la ciudad que es la Jerusalén nuestra en la tierra. Se lee en el escudo de la Puebla: “Angelis suis deus mandavit de te, ut custodiant te in ómnibus viis tuis”. (Porque Dios ordenará que sus ángeles te cuiden en todos tus caminos.) En efecto: la Ciudad que es una Puebla de ángeles no puede ser otra que Jerusalén. ¿Qué significa vivir en la Ciudad celestial? La respuesta vuela a nosotros desde “Hiperbórea”: vivir en estado de gracia. “Las calles de Puebla” es un verso…