/ martes 3 de diciembre de 2024

Los nacos y nosotros

En el municipio de Zacatlán, existe un puente al que los lugareños conocen como el “puente de Cristo”, pero no siempre llevó el mismo nombre, pues, primeramente dicho estrecho fue conocido como “el puente naco”. Todavía hoy, hay quien lo identifica de esa manera. Frontera semántica, antes que física, límite hasta donde alcanzaba la patria de unos y comenzaba el destierro para otros.

Al puente naco lo bautizaron como tal, ya que fue un punto geográfico que los indígenas aprovecharon para abrevar a su ganado en aras de continuar su camino, ya sea como transportistas a mula o como transeúntes de vereda. Naco, a pesar de la contemporaneidad de la expresión es una palabra derivada de su primitiva original “totonaco”, que significa - y es el significado que prefiero - tres corazones, en alusión a la cuna de su civilización ubicada en los territorios de Cempoala, Tajín y Teayo.

La mezcolanza racial entre españoles e indígenas, hace que el término totonaco enmarañe un significado más amplio y profundo que el que estamos en disposición de aceptar. La aculturación no sólo hizo posible la evangelización, también, engendró una raza que toma de allá y de acá resquicios de identidad. Lo curioso es que nos asumimos como una cosa distinta a eso.

Nos gusta asomarnos al aplomo de los valientes voladores de Papantla pero rechazamos cualquier parecido con ellos; portamos en ocasiones muy específicas la piel que tejen las artesanas pero les negamos la debida retribución por sus productos. Porque son los nacos y somos nosotros, allanamos una distancia artificial, y hacemos de la discriminación una herramienta para nulificar nuestras semejanzas, mucha razón tuvo Monsivaís, cuando afirmó que “naco es el insulto que una clase dirige a otra y que los mismos ofendidos aceptan y esgrimen como insulto”.

El problema es que en la actualidad el peyorativo ha trazado nuevas fronteras. Es naco el que anda a pie, naco el que escucha cumbia, naco el que no se permite vacaciones, naco el que vive al día, muy naco el que le va al América o el que sufre por el Cruz Azul, y recontra naco el que vota por morena, ya lo dijo Eduardo Rivera, son morenacos, inaugurando así, una nueva categoría electoral. Su caso no puede considerarse una equivocación, sino un reflejo, pues muchas veces trasladamos el desprecio del que también somos víctimas.

Y es que justamente la política se ha convertido en la arena donde los fifís hacen patria en marchas vestidos de rosa y los nacos asumen su reivindicación desde la 4T. La síntesis de nuestro momento político es la querella.

Los mexicanos somos tan contradictorios que una vez al año nos representamos a nosotros mismos de mexicanos. Pero no de cualquier mexicano, generalmente nos ponemos un recio bigote postizo, playeras o ropa que simulan un traje charro y tomamos tequila para rematar una simulación sesgada ¿Por qué no usamos huaraches y consumimos pulque? ¿Por qué hasta para personificarnos anteponemos el rol de hacendado al de naco?

Nos desentendemos de lo que consideramos indigno de representar y elegimos una imagen que guarda mayor fidelidad con nuestras aspiraciones más profundas. Ser servido, antes que servir. Ser señor, antes que mozo.

En el colmo del racismo, el primo hermano del naco es el indio, que bien puede considerarse un insulto para los tristes resignados que viven en la periferia cultural de nuestra sociedad. Llamamos indio al anacrónico que no entiende siquiera el español y que no puede maquillar su forma de vida agraria. Indio al que vive de las promesas de temporal y que llegado el momento, negociando con intermediarios, se apesadumbra en las pérdidas.

Vivimos disgregados en el tiempo, anegados en un crisol de identidades que no terminan por constituir lo que somos, ya lo dijo Octavio Paz: “Las épocas viejas nunca desaparecen completamente y todas las heridas, aun las más antiguas, manan sangre todavía”.