“De la vista nace el amor”, reza el dicho popular. La casa de Pablo queda justo enfrente del estadio Agustín “Coruco” Díaz, así que diario ve pasar a los jugadores y cada dos semanas escucha el rugido de los hinchas. Nada más natural que aficionarse al futbol en ese ambiente. Pero no puede dedicarse de lleno al balón, pues debe ayudar a sus papás con el negocio familiar, una casa de materiales, cargando bultos de cal o cemento y manejando los camiones de transporte. Estas tareas se revelarán como un entrenamiento formidable para apuntalar la complexión tan delgada y frágil de Pablo. Además, sus papás lo apoyan dejándolo ir a entrenar un rato cada mañana.
Entre el calor, los bultos, las condiciones económicas y el hambre de superarse, Pablo entra a las reservas de los cañeros. Aún sin haber debutado, lo llaman a la selección que acude a la Copa Mundial de Futbol Juvenil de 1979, en Japón, en la que disputa buena parte del último partido porque el arquero titular se lesiona. En tierra niponas se reencuentra con su pasado y con parte de su familia, pues sus abuelos maternos emigraron de Japón a Zacatepec a principios del siglo XX.
De regreso a México, el momento de debutar se acerca, lo que preocupa al técnico por el miedo a que, con el físico que tiene Pablo, lo lastimen. De hecho, antes de su primer partido, el 20 de septiembre de 1980, le dice “cuídate mucho, no te vayan a quebrar”. Lejos de ello, Pablo se muestra correoso y aguantador, incluso la campaña siguiente lo nombran novato del año. Ya desde entonces sale ansioso a buscar el balón fuera del área y corta afanoso todos los centros.
En 1984 pasa al Cruz Azul, con el que consigue dos subcampeonatos (1987 – 1988 y 1988 - 1989) y donde explota su potencial y alcanza la fama. Antes, tiene el honor de participar como arquero titular de México en el mundial de 1986. En 1989 llega a la Franja, donde Manuel Lapuente lo recibe muy bien. Aunque sus inicios no son alentadores —lo expulsan en el primer partido—, las cosas se enderezan y termina ganando la liga, la Copa (hace un paradón en el último minuto de la final) y el Campeón de Campeones. Le siguen la Copa de Campeones de la Concacaf en 1991 y un subcampeonato de liga en 1992.
Ese año parte a Toros Neza, invitado por otra leyenda enfranjada, Jorge “Coco” Gómez. Su otro gran momento en el Verano 97, cuando el equipo llega a la final, que pierde contra Chivas. Pablo se retira de las canchas en 1999. Vive años muy malos debido a una serie de tragedias personales y a la falta de preparación para la vida después de tanta fama.
Elástico, rápido de mente y de reflejos felinos, el bigotón Larios hizo gozar a muchos con sus atajadas imposibles y sus vuelos de mosca y sufrir a otros con sus alocadas salidas. Marcó una época con su estilo arriesgado. Más importante, con sus atajadas, ese hombre tan delgado y demostró a todos cómo hay que defender a la Franja.