En anteriores colaboraciones he mencionado la importancia de buscar la verdad y en este caso lo ratifico. Si no le decimos a las cosas por su nombre nos encontraremos con grandes problemas que trascienden a cosas tan negativas como la privación de la propia vida.
El suicidio existe desde hace milenios y el ser humano es la única especie que es capaz de realizarlo de forma conciente, es aquí donde surgen toda una serie de causas, argumentos y creencias respecto a cómo una persona atenta contra su propia vida.
Entendemos que puede haber una axiología que dicte eso, como aquellos soldados japoneses que prefirieron hacerse el harakiri antes de perder el honor; también tenemos un sentido de autoprotección como aquellos que también se quitan la vida antes de ser sometidos a una humillación o tormento, como fue el caso de Adolfo Hitler; inclusive hay quien se ha disparado a sí mismo, como Pedro Armendáriz cuando se encontraba desahuciado por cáncer.
Justamente hace unos días, el 2 de julio, se recordó el aniversario luctuoso de Ernest Hemingway, un escritor que ganó el Nobel de Literatura y fue partícipe de muchas aventuras, tanto personales como en las dos guerras mundiales, un súper macho que se rodeó de hermosísimas mujeres y que un día, por la madrugada, tomó una escopeta y se disparó. Decía otro galardonado por la Academia Sueca, Albert Camus, que el verdadero problema filosófico es el suicidio, afirmación que tiene cabida debido a las profundas contradicciones que tiene el ser humano ante la falta de un sentido universal de la existencia, pero esto sucede con mentes muy revolucionadas y no es el caso del común de quienes se quitan la vida.
Volviendo a la idea original, hoy tenemos toda una serie de manifestaciones, surgidas de los colectivos, algunos ideólogos y hasta de las políticas públicas, en el sentido de protestar y hasta ofenderse por muchas cosas, bajo el argumento de que antes la gente se tenía que aguantar, pero que ahora hay una “plenitud” en cuanto a derechos que se deben respetar.
Vemos jóvenes diciendo que no son de cristal, sino que están exigiendo lo que les corresponde. Nada más falso que eso, no porque los derechos humanos sean algo indeseable o las personas no deban estar mejor, sino porque desgraciadamente vivimos en una serie de simulaciones que resultan dialógicas, en las que la realidad dista mucho de lo que se promueve o se festeja.
Pienso ahora en un joven que toda su vida de estudiante se le ha dicho que merece todo y que hay todo un aparato estatal e institucional para salvaguardar su integridad y emociones, cuando sale a buscar trabajo se encuentra la primera gran dificultad de encontrarlo, si lo logra se vera frente a las duras realidades que desmentirán esa versión de que vivimos en entre grandes libertades y oportunidades.
Según el Inegi, en 2017 hubo 6,494; cinco años después pasamos a 8,123, notándose un aumento que contrasta con los supuestos avances sociales que se anuncian. El meollo del asunto es que la disciplina, el respeto y una cobardía surgida de querer “suavizar” todo para que no lastimar a los niños y jóvenes ha traído como consecuencia una falta de resistencia que provoca el querer salir por la puerta falsa. Debemos entender que la vida es difícil y que hay que dejar de ofenderse o tomar personal todo y dedicarse a ser socialmente útil. Hay que hacer conciencia de que ser marginado, débil o de grupo vulnerable no es un algo deseable o que obligue a los demás a ayudar, sino que sea un inicio de toma de conciencia para querer superarse y no ser un dependiente emocional o un inútil que solo quiera vivir de los apoyos sociales.
Termino con una frase de un extraordinario pensador alemán, Wilhelm Göthe, que queda ad hoc para hoy: La vida y la libertad sólo las merecen quien a diario las conquista. Hasta la próxima.
@vicente_aven