La comunidad mexicana en Estados Unidos es más que grande, es gigante en su espíritu, en su tenacidad, en su amor por sus raíces y en su contribución inmensurable. A lo largo de generaciones, estos valientes hombres y mujeres han vivido y trabajado incansablemente en busca de una vida mejor, y a través de sus sacrificios, han sostenido a sus familias en México mediante el envío de remesas que son el latido vital de muchos hogares en nuestro país.
El sueño americano, esa quimera que ha impulsado a tantos a cruzar la frontera, a menudo ha sido más un desafío que un sueño. La comunidad mexicana ha enfrentado una montaña de adversidades, desde largas jornadas de trabajo en empleos arduos hasta el doloroso peso de la discriminación y el racismo. Sin embargo, en medio de estas pruebas, han mantenido un fuerte sentido de pertenencia tanto a su tierra natal como a su nuevo hogar en Estados Unidos.
Nueva York, la ciudad que nunca duerme, es un faro de esperanza para muchos. Alberga una parte significativa de esta comunidad, con el 28 por ciento de los poblanos y poblanas llamando a esta metrópolis su hogar. En las calles de Nueva York, la cultura mexicana brilla con fuerza, y su influencia se siente en cada rincón, desde la comida hasta la música y más allá.
La reciente visita del Gobernador Sergio Salomón a Estados Unidos marcó un momento histórico. Más de 700,000 almas se unieron en una marcha que no solo demostró la fuerza de nuestra comunidad, sino que también sirvió como un recordatorio poderoso de que desde el gobierno de México, existe una obligación sagrada hacia nuestros paisanos en tierras extranjeras. Esa marcha fue el latido colectivo de corazones que laten con el amor a México y con la esperanza de un futuro mejor.
Como hija de una madre que emigró en busca de oportunidades, siento en lo profundo de mi corazón la complejidad de esta historia. Las familias separadas por océanos y fronteras experimentan una mezcla abrumadora de emociones, desde el orgullo por los logros alcanzados hasta la inmensa tristeza por la distancia que los separa. En cada carta, en cada llamada telefónica, en cada mirada al horizonte, hay un eco de amor y anhelo que nunca se desvanece.
La comunidad mexicana en Estados Unidos merece no solo nuestro apoyo, sino también nuestros corazones abiertos y agradecidos. Debemos trabajar incansablemente desde México, y especialmente desde Puebla, para asegurarnos de que nuestros compatriotas tengan acceso a la educación, atención médica y apoyo legal que necesitan. Debemos recordar que detrás de cada historia de éxito, hay un corazón que ha superado desafíos inimaginables.
La comunidad mexicana en Estados Unidos es un gigante de corazones valientes. Su contribución a ambos lados de la frontera es un testimonio de su resiliencia y amor. Sigamos trabajando juntos para fortalecer los lazos entre México y Estados Unidos y para garantizar que aquellos que han sacrificado tanto tengan las oportunidades y el reconocimiento que merecen. No están solos en esta travesía, y juntos, podemos escribir un capítulo de esperanza y solidaridad que perdurará por generaciones.