/ miércoles 9 de diciembre de 2020

Sarah, un ser de luz esperado

En verdad en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios

Jesús en Juan 2, 5

Hace como 40 años vi un documental ruso acerca de cómo unos bebes de meses de nacidos nadaban en una alberca. Los entrenadores los ponían en al agua con cuidado y seguimiento profesional, parecían peces.

¡Qué maravilla verlos nadar! Estaban rebosantes, felices. Cuando los entrenadores tomaban a los bebés éstos buscaban el agua. Se sumergían y salían a flote de manera natural mucho mejor que yo. Realmente se sorprendí.

Explicaban de forma sencilla que todo obedecía a tres factores. Uno que los bebés en el vientre materno vivían en un ambiente líquido compuesto -precisamente- de líquido amniótico y la placenta.

El segundo, que esos bebés habían nacido de parto natural en agua, cuyo ambiente había sido muy similar al del vientre materno. El tercer factor lo relacionaban a una vida más estimulante con una autoestima alta.

El 5 de noviembre, unos días antes de mi cumpleaños (el 14 de noviembre), recibí el mejor regalo. El nacimiento de mi tercera nieta. Cuando supe cómo había sido el parto -aunque mi hija me lo contó a grandes rasgos- no pude evitar las lágrimas de la emoción. Comprendí otras cosas en torno a mi vida. Quise volver a nacer, quise que mis hijos hubieran nacido de un parto en agua. Daría todo si ello fuera posible.

Solamente cuando mi hijo nació tuve la oportunidad de verlo llegar a la vida incluso antes que mi esposa. Lo vi emigrar de donde había vivido nueve meses. Por las razones que hayan sido, no fue así cuando nacieron mis hijas. Ese día me formulé varias hipótesis frente a lo que experimenté por la demora del parto. Había sido un proceso largo y doloroso, más de lo normal.

Hablando del tema sobre lo demorado del parto de mi esposa, salieron a relucir instrumentos como los fórceps para guiar la cabeza del bebé hacia su salida cuando la mamá lo empujaba hacia afuera.

También de cómo se les suben a las mujeres empujando a la criatura hacia abajo desde afuera de la barriga, para que emigre involuntariamente, porque en ese momento incluso se puede estar entre la vida y la muerte de la criatura, incluso de la madre.

Cuando eso sucede, es una lucha entre el bebé que no quiere salir de su estado de confort y la necesidad de que vea la luz porque no queda de otra.

He vuelto a llorar escuchando a mi hija y yerno narrando cada detalle de cómo fue todo. De cómo el obstetra Rodrigo Aybar y su equipo profesional, fueron sólo un vehículo humano para cumplir con un designio. Supe que han sido más de 500 asistencias a nacimientos de partos en agua.

No se atentó contra la dignidad de la madre, menos de la bebé; ella no sintió el impacto agresivo de ver la luz con más o menos 160 mil lux en la zona de intervención a un metro de distancia de sus ojos.

Sarah nació sin ser violentada, sin trauma; fue cuando ella eligió nacer. No hubo la imposición de fecha, solo era una posibilidad; tampoco hubo un dios humano que haya determinado cómo sería todo.

Sin embargo, cuando lo decidiera, había que estar preparados llegado el momento. Tampoco se sabía su era niña o niño.

Nació en su propia casa esperándola la madre, su padre y sus hermanas. Todos viendo el milagro de la vida. La felicidad y alegría invadieron toda la casa. ¡Toda!

Ella deseó llegar y lo hizo. El agua fue su nuevo espacio; fue esperada con el más grande sentimiento que se pueda sentir entre los seres humanos: ser deseado, esperado, amado. No se le golpeó para oxigenar el cerebro, lloró por hambre.

Mi hija salió de la alberca preparada, se bañó, se acostó y Sarah empezó a comer. ¡Gracias Dios, qué bendición! ¿Le suena?

En verdad en verdad te digo: el que no nazca de agua y de Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios

Jesús en Juan 2, 5

Hace como 40 años vi un documental ruso acerca de cómo unos bebes de meses de nacidos nadaban en una alberca. Los entrenadores los ponían en al agua con cuidado y seguimiento profesional, parecían peces.

¡Qué maravilla verlos nadar! Estaban rebosantes, felices. Cuando los entrenadores tomaban a los bebés éstos buscaban el agua. Se sumergían y salían a flote de manera natural mucho mejor que yo. Realmente se sorprendí.

Explicaban de forma sencilla que todo obedecía a tres factores. Uno que los bebés en el vientre materno vivían en un ambiente líquido compuesto -precisamente- de líquido amniótico y la placenta.

El segundo, que esos bebés habían nacido de parto natural en agua, cuyo ambiente había sido muy similar al del vientre materno. El tercer factor lo relacionaban a una vida más estimulante con una autoestima alta.

El 5 de noviembre, unos días antes de mi cumpleaños (el 14 de noviembre), recibí el mejor regalo. El nacimiento de mi tercera nieta. Cuando supe cómo había sido el parto -aunque mi hija me lo contó a grandes rasgos- no pude evitar las lágrimas de la emoción. Comprendí otras cosas en torno a mi vida. Quise volver a nacer, quise que mis hijos hubieran nacido de un parto en agua. Daría todo si ello fuera posible.

Solamente cuando mi hijo nació tuve la oportunidad de verlo llegar a la vida incluso antes que mi esposa. Lo vi emigrar de donde había vivido nueve meses. Por las razones que hayan sido, no fue así cuando nacieron mis hijas. Ese día me formulé varias hipótesis frente a lo que experimenté por la demora del parto. Había sido un proceso largo y doloroso, más de lo normal.

Hablando del tema sobre lo demorado del parto de mi esposa, salieron a relucir instrumentos como los fórceps para guiar la cabeza del bebé hacia su salida cuando la mamá lo empujaba hacia afuera.

También de cómo se les suben a las mujeres empujando a la criatura hacia abajo desde afuera de la barriga, para que emigre involuntariamente, porque en ese momento incluso se puede estar entre la vida y la muerte de la criatura, incluso de la madre.

Cuando eso sucede, es una lucha entre el bebé que no quiere salir de su estado de confort y la necesidad de que vea la luz porque no queda de otra.

He vuelto a llorar escuchando a mi hija y yerno narrando cada detalle de cómo fue todo. De cómo el obstetra Rodrigo Aybar y su equipo profesional, fueron sólo un vehículo humano para cumplir con un designio. Supe que han sido más de 500 asistencias a nacimientos de partos en agua.

No se atentó contra la dignidad de la madre, menos de la bebé; ella no sintió el impacto agresivo de ver la luz con más o menos 160 mil lux en la zona de intervención a un metro de distancia de sus ojos.

Sarah nació sin ser violentada, sin trauma; fue cuando ella eligió nacer. No hubo la imposición de fecha, solo era una posibilidad; tampoco hubo un dios humano que haya determinado cómo sería todo.

Sin embargo, cuando lo decidiera, había que estar preparados llegado el momento. Tampoco se sabía su era niña o niño.

Nació en su propia casa esperándola la madre, su padre y sus hermanas. Todos viendo el milagro de la vida. La felicidad y alegría invadieron toda la casa. ¡Toda!

Ella deseó llegar y lo hizo. El agua fue su nuevo espacio; fue esperada con el más grande sentimiento que se pueda sentir entre los seres humanos: ser deseado, esperado, amado. No se le golpeó para oxigenar el cerebro, lloró por hambre.

Mi hija salió de la alberca preparada, se bañó, se acostó y Sarah empezó a comer. ¡Gracias Dios, qué bendición! ¿Le suena?