Todos los días en el mundo, miles de niños anuncian a sus papás que van a ser futbolistas. Muchos olvidan su promesa conforme crecen, pero Sergio no, a los cuatro años tiene muy claro que lo suyo es el balón y a los seis ya entrena todos los días con gran tesón.
Con el apoyo de su familia, a los 12 entra a las fuerzas básicas del Puebla —el equipo de sus amores— y, en su primer entrenamiento, vestido con el uniforme oficial, se siente todo un profesional. “Esto no me lo quita nadie”, se dice, consciente de lo mucho que se ha esforzado los seis años anteriores concentrado en ser el mejor.
Hasta entonces, ha jugado de volante o de media punta por derecha, incluso de delantero, pero su papá le dice que tiene más posibilidades de triunfar como lateral, posición que nunca ha ocupado.
Ese simple comentario cambia su vida y lo proyecta a una carrera exitosa, marcada por la dedicación, la disciplina y el sacrificio.
El trabajo paga y debuta en el último partido del Clausura 2005, la derrota ante Tigres que sella el dramático descenso del Puebla. Mientras todos lloran, Sergio agradece la oportunidad de iniciar su carrera profesional en un encuentro de primera división. Se le hará un buen hábito ver el lado positivo de lo malo y transformar las experiencias negativas y difíciles en aprendizaje, una habilidad esencial para triunfar.
En su primer torneo en la liga de ascenso consigue el título con “Mortero” Aravena como director técnico, pero pierde el partido por el ascenso. Tiene que esperar otro año para regresar a Primera, esta vez de la mano del Chelís, quien ya lo conoce por haber sido director de fuerzas básicas y quien forma un grupo unido de jóvenes que sienten un fuerte apego al club y a los que guía con tacto y siempre preocupado más por la persona que por el futbolista, actitud que marca a Sergio.
A los 23 años llega al Monterrey, donde, a pesar de sus triunfos, sufre una depresión que casi pone fin a su carrera. Son tiempos difíciles, de éxito en la superficie, pero de gran soledad, extravío y aislamiento internos, de los que aprende que, cuando las cosas no van bien en la cabeza, “hay que buscar ayuda rápido, pues no todo está en tu control”.
Tras “ganarle a la cabeza”, regresa al Puebla, donde parece que su carrera toma un segundo aire (gana dos títulos), pero una grave lesión de rodilla precipita el retiro. Cumplido su sueño de niño —ser una leyenda enfranjada—, Sergio mira el futuro con optimismo, consciente de que el futbol es una gran pasión más allá de la cual también hay mucho que aprender y vivir.