/ martes 10 de septiembre de 2024

Un réquiem por la justicia

Quienes hemos experimentado un duelo nos adentramos en la profundidad de las emociones para conocer sobre todas, la frustración, porque la pérdida casi siempre deja truncado mucho por hacer o decir, terminamos advirtiendo que, frente al tiempo, la vida es un acontecimiento fortuito y la muerte el único destino posible.

Con plena consciencia de su mortalidad, artistas como Mozart o Verdi compusieron obituarios musicales con los que dieron portazos a la vida: los réquiem. Música para catarsis o catarsis musical que sintetiza un momento y que sedimenta las memorias.

Pero los réquiem no solo despiden a la persona, también anuncian el camino que en solitario la obra habrá de tener al margen del fantasma. El camino de la vida concluye, pero la marcha de la obra empieza. Cuando escuchamos un réquiem nos colocamos en un lugar distinto y distante al de cualquier recital regular, porque el réquiem es un evento al que asistimos para constatar el entronamiento de la muerte.

Y no se piense que la muerte es un fenómeno preponderantemente biológico, no. Las instituciones también mueren, la agonía de la República romana comenzó - paradójicamente - en las entrañas del Senado, pues fueron los propios senadores quienes, frente a la presión, renunciaron a ser parte de los tribunales colocando en manos del emperador la facultad de impartir justicia. Así, pasaron de ser un órgano auténticamente deliberativo a ser un apéndice de la recién instalada burocracia imperial. Mueren también las vocaciones, nacen las unanimidades.

Según el psicólogo social Eugene Enríquez, las instituciones mueren cuando dejan de representar la estructura de valores del momento o, en otras palabras, cuando la cultura las expulsa. No sé si estamos presenciando la muerte del Poder Judicial de la Federación, pero lo que estoy en posibilidades de afirmar es que nos encontramos en un campo fértil para regresar a discusiones sobre derechos, valores o formas de gobierno que hace mucho dábamos por superadas: propiedad privada, libertad de asociación y manifestación, democracia y gobiernos civiles. Muere una época.

Volvemos al punto donde radica la indefinición sobre a qué y cómo es que tenemos derechos, pero gobierna la seguridad de que alguien lo sabe, un iluminado que mira más allá de nosotros, que mira desde y para la historia. Muere la colectividad, pero nace un líder.

El momento bien podría definirse como el réquiem de la justicia, o el réquiem por la justicia. Sabemos que algo muere, pero no sabemos exactamente qué, sin embargo, si de algo podemos estar seguros, es que sobre la justicia se trata.

Hasta la próxima.

Quienes hemos experimentado un duelo nos adentramos en la profundidad de las emociones para conocer sobre todas, la frustración, porque la pérdida casi siempre deja truncado mucho por hacer o decir, terminamos advirtiendo que, frente al tiempo, la vida es un acontecimiento fortuito y la muerte el único destino posible.

Con plena consciencia de su mortalidad, artistas como Mozart o Verdi compusieron obituarios musicales con los que dieron portazos a la vida: los réquiem. Música para catarsis o catarsis musical que sintetiza un momento y que sedimenta las memorias.

Pero los réquiem no solo despiden a la persona, también anuncian el camino que en solitario la obra habrá de tener al margen del fantasma. El camino de la vida concluye, pero la marcha de la obra empieza. Cuando escuchamos un réquiem nos colocamos en un lugar distinto y distante al de cualquier recital regular, porque el réquiem es un evento al que asistimos para constatar el entronamiento de la muerte.

Y no se piense que la muerte es un fenómeno preponderantemente biológico, no. Las instituciones también mueren, la agonía de la República romana comenzó - paradójicamente - en las entrañas del Senado, pues fueron los propios senadores quienes, frente a la presión, renunciaron a ser parte de los tribunales colocando en manos del emperador la facultad de impartir justicia. Así, pasaron de ser un órgano auténticamente deliberativo a ser un apéndice de la recién instalada burocracia imperial. Mueren también las vocaciones, nacen las unanimidades.

Según el psicólogo social Eugene Enríquez, las instituciones mueren cuando dejan de representar la estructura de valores del momento o, en otras palabras, cuando la cultura las expulsa. No sé si estamos presenciando la muerte del Poder Judicial de la Federación, pero lo que estoy en posibilidades de afirmar es que nos encontramos en un campo fértil para regresar a discusiones sobre derechos, valores o formas de gobierno que hace mucho dábamos por superadas: propiedad privada, libertad de asociación y manifestación, democracia y gobiernos civiles. Muere una época.

Volvemos al punto donde radica la indefinición sobre a qué y cómo es que tenemos derechos, pero gobierna la seguridad de que alguien lo sabe, un iluminado que mira más allá de nosotros, que mira desde y para la historia. Muere la colectividad, pero nace un líder.

El momento bien podría definirse como el réquiem de la justicia, o el réquiem por la justicia. Sabemos que algo muere, pero no sabemos exactamente qué, sin embargo, si de algo podemos estar seguros, es que sobre la justicia se trata.

Hasta la próxima.