La dignidad no tiene precio. Cuando alguien comienza a dar pequeñas concesiones, al final, la vida pierde su sentido
José Saramago
Antes de mi reconversión cristiana, emprendí un giro en la lucha nacionalista en atención al progresismo de izquierda, convencido del rescate y defensa de la dignidad humana contra la explotación obrera (mi papá era obrero).
Aquel entonces también fui militante activo en la lucha por la soberanía nacional contra la invasión estadounidense a las tierras panameñas, y contra la pretensión gringa de enquistarse como quinta frontera dentro de Panamá.
Desde 1970 y en adelante hasta la última invasión armada (¡cobarde!) de los norteamericanos en 1989, gritábamos escarnios contra los connacionales que saludaban a los imperialistas con un ¡yes man!
Antes de 1969 en Panamá mandaba la oligarquía con sus arcas llenas, comodidades y excesos financieros. Esos mismos, eran los que aplaudían todo lo que el gobierno estadounidense impulsaba en su hegemonía de poder.
Decía el general Omar Torrijos Herrera (visionario militar y político panameño): “Mientras unos mueren de hambre otros mueren de indigestión”. En efecto así era.
En consecuencia, Panamá, sin ser colonia, era y es un país estratégico para los Estados Unidos para el dominio de la región latinoamericana y control del mundo.
Estados Unidos utilizaba al país como recinto armamentista tras contar con más de 14 bases militares en Panamá, para evitar que se dieran gobiernos progresistas en el continente. Precisamente, con figuras como el general Torrijos se le dio un golpe de timón al servilismo estadounidense.
En apoyo a ese nuevo planteamiento, el enfrascamiento era no permitir que volvieran los empresarios con mentalidad oligarca al poder. La lucha fue ardua porque eran dos frentes: uno contra los gringos y el otro contra los aliados internos, los ¡Yes Man!
Los soldados gringos que se drogaban para matar en Vietnam, cuando terminaban su periodo se acantonaban en las bases militares en Panamá, ahí hacían y deshacían. Además de drogarse, violaban mujeres, mataban; eran corruptos.
Algunas veces fueron arrestados, pero llegaba la presión externa. Los militares de los Estados Unidos eran reclamados para ser enjuiciados en su patria; nunca hubo evidencia de ello; el asunto es que no permitían la ejecución de sus militares aun siendo culpables fuera de su país.
En los tiempos de los gobiernos oligarcas llegaba la orden de soltar a los agresores, y los entregaban. De ahí el ¡yes man!
Era el epíteto que se le atribuía a gobernantes que son irrisión de otros porque no tenían criterios propios para tomar decisiones importantes y menos para defender la patria.
Así, hoy, brota algo similar en México. Apenas se va a pedir información sobre el arresto del general mexicano Salvador Cienfuegos, quien fue secretario de la Defensa Nacional en el Gobierno del expresidente Enrique Peña Nieto. Si bien ya se le dio la espalada.
Sin entrarle a si es culpable o inocente, lo que el gobierno mexicano debió hacer de inmediato fue pedir explicaciones, reclamar respeto por el país antes que aceptar una imputación, porque al final -como sea- el acto es un reproche contra la dignidad nacional.
Pues sabemos que hay elecciones en Estados Unidos, y estamos en la puerta de las elecciones en México. De forma que cualquier factor que haga ver cierto éxito en las políticas se seguridad del gobierno gringo puede significar votos a favor. ¿A quién le conviene?
Ante la flaqueza, debe ser reclamado, que se investigue y juzgue de ser cierto. Una vez más, hay visos de ¡Yes man! ¿Le suena?