Madrid, España. El recuerdo de una antigua frase trajo en consecuencia el descubrimiento de otro establecimiento dedicado a los mariscos en sus dos principales formas de venta en esta ciudad, en mariscada o parrillada.
Cerca de la Plaza de España le habían citado los amigos bajo una premisa “conocerás algo diferente, buenos maricos, buenos vinos y espectacular presentación”. Y así sucedió.
Eran los últimos días del mes de abril y por la mente del aventurero Zalacaín pasaba aquella frase de los viejos “En los meses sin erres, ni mariscos ni mujeres”; mayo estaba a la vuelta de la esquina y habría de aprovechar los últimos días para el consumo de los mariscos del mejor puerto de España, Madrid.
El nombre del establecimiento resultó atractivo, “La Chalana”. En su acepción ibérica se trata de un barco plano en el fondo, con la proa aguda y la popa cuadrada, era usada tradicionalmente para navegar en aguas de poco fondo, derivada del árabe “salandi, a diferencia de la definición en México, donde chalán o chalana se le dice a la persona ayudante en un oficio.
Mereció la pena acudir al sitio. Una buena botella magnum de albariño acompañó dos enormes platos, el primero espectacular, pues se trataba de una “chalana” en miniatura, una barca de madera llena de mariscos, bogavantes, centollas, nécoras, buey de mar, langostinos, mejillones y un largo etcétera.
Todos los comensales sacaron sus teléfonos y tomaron fotos de la presentación atractiva y suculenta. Del sabor, sólo bastaba chuparse los dedos, todos le entraron al consumo ayudados de pinzas, tenazas, cucharas de marisco, y por supuesto los dedos de las manos.
La charla contribuyó al espectáculo de comer, anécdotas sobre la comida rodearon el espacio mientras el aventurero preparaba una de las centollas, revolviendo parte de la carne de las ocho patas de la llamada “araña de mar” por los franceses, pero con la salvedad de la diferencia de sabores, nunca como los de las costas asturianas, contaba Zalacaín.
Y luego legó la parrillada, donde los langostinos adornaban los trozos de lubina, el pixín y el mero salpicados con sal y aceite.
El vino circuló, se hizo necesaria otra botella para ayudar a la digestión y al final, luego del café, un orujo blanco.
Si algo faltó en aquella comida fue estómago y quizá una buena queimada para sentirse a gusto, pero el local no permite el fuego en su interior.
Al salir uno de los amigos, amante de la poesía recordó a Lope de Vega:
“Reliquias ya de navegante flota
entre los pies de un empinado risco,
burla del mar, colmena de marisco,
dorada tablazón, descansa rota...".
La Chalana, marisquería digna de repetirse.
- elrincondezalacain@gmail.com