/ sábado 28 de septiembre de 2019

A la Mexicana, los huevos | El Rincón de Zalacaín

El consumo de huevos en los desayunos y almuerzos es algo verdaderamente común en todos los países

El número de recetas, la forma de preparar los blanquillos, va variando en función de las costumbres de cada región, se trata de una costumbre ancestral íntimamente ligada al desarrollo de todas las civilizaciones.

Los franceses por ejemplo dan vuelo a su tortilla de huevo, comúnmente llamada omelette, los españoles a comerlos fritos y rotos con trozos de chorizo, tocino o morcilla, o en su popular “Tortilla de patatas”, los ingleses los privilegian con carnes fritas y buenos panes, otras naciones los presentan tibios adornados con huevas de salmón o de caviar, pochados, con salmón, con verduras o simplemente revueltos con jamón.

Los mexicanos, comentaba Zalacaín a sus amigos aquella mañana, no se han quedado atrás, si bien muchas recetas proceden de las europeas, hay toques muy peculiares para definir los sabores nacionales, esos donde el toque materno, la sazón casera, difiere de los centros de consumo, las cafeterías o los restaurantes.

Así, los mexicanos presentan una enorme carta de huevos para desayunar. Los hay estrellados, montados en tortillas sofritas con frijoles y salsas, roja y verde, o de ambos y entonces se llaman “Rancheros divorciados”.

Aparecen revueltos con frijoles aguados, o secos en forma de tamal y entonces se llaman “tirados”. Algunos más revueltos con salsas martajadas aguadas y de ahí el nombre de “Chile con huevo”, un de las formas más famosas de comer huevos en la Sierra Norte de Puebla donde el tomate verde pequeño le da un sabor muy especial.

Algunos reciben además la presencia de nopales en trozos y charales, comunes en temporada de Cuaresma.

Las tendencias veganas y dietéticas los ofrecen revueltos con verduras y prescindiendo de la yema, es decir se utiliza sólo la clara del huevo. Recetas más regionales los presentan con longaniza a la parrilla, con rajas de chile poblano o colmando un buen plato de chilaquiles con cecina.

Pero hay una forma clásica donde se reúnen los colores patrios, el verde, el blanco y el rojo y toman el nombre de la nación los llamados “Huevos a la Mexicana”, donde se resumen los productos nacionales más empleados en las recetas de Puebla y de México.

Y Zalacaín se metió a la cocina y entre Rosa y él, procedieron a elaborar, en cuestión de unos cinco minutos el desayuno para los amigos.

Uno de los invitados se ofreció a preparar el café y otro a calentar las tortillas.

Con habilidad, la mano de Rosa sujetaba el cuchillo y partía una cebolla en dos para luego picarla menudamente.

Acto seguido, unos jitomates también fueron procesados en un picadillo, después aparecieron los chiles serranos, sin rabo, y fueron sujetos al corte preciso, se desprendieron pequeñas rebanadas con todo y semillas.

Por separado en un plato de barro los huevos fueron extraídos del cascarón previamente quebrado y con un tenedor se batieron, un toque de sal y pimienta, mientras la sartén se calentaba con un poco de aceite de oliva, ese le da un sabor muy especial.

En la sartén aterrizaron los trozos de cebolla, jitomate y chiles serranos, se medio sancocharon y los bañaron con los huevos revueltos; una pala de madera los agitó para evitar se pegaran a la sartén.

Apenas habían transcurrido unos cinco minutos, cuando mucho, y el desayuno estaba listo.

Huevos a la Mexicana, tan simples, tan completos, tan coloridos, tan nuestros, dijo el aventurero Zalacaín a sus amigos.

  • elrincondezalacain@gmail.com
  • YouTube: El Rincón de Zalacaín

El número de recetas, la forma de preparar los blanquillos, va variando en función de las costumbres de cada región, se trata de una costumbre ancestral íntimamente ligada al desarrollo de todas las civilizaciones.

Los franceses por ejemplo dan vuelo a su tortilla de huevo, comúnmente llamada omelette, los españoles a comerlos fritos y rotos con trozos de chorizo, tocino o morcilla, o en su popular “Tortilla de patatas”, los ingleses los privilegian con carnes fritas y buenos panes, otras naciones los presentan tibios adornados con huevas de salmón o de caviar, pochados, con salmón, con verduras o simplemente revueltos con jamón.

Los mexicanos, comentaba Zalacaín a sus amigos aquella mañana, no se han quedado atrás, si bien muchas recetas proceden de las europeas, hay toques muy peculiares para definir los sabores nacionales, esos donde el toque materno, la sazón casera, difiere de los centros de consumo, las cafeterías o los restaurantes.

Así, los mexicanos presentan una enorme carta de huevos para desayunar. Los hay estrellados, montados en tortillas sofritas con frijoles y salsas, roja y verde, o de ambos y entonces se llaman “Rancheros divorciados”.

Aparecen revueltos con frijoles aguados, o secos en forma de tamal y entonces se llaman “tirados”. Algunos más revueltos con salsas martajadas aguadas y de ahí el nombre de “Chile con huevo”, un de las formas más famosas de comer huevos en la Sierra Norte de Puebla donde el tomate verde pequeño le da un sabor muy especial.

Algunos reciben además la presencia de nopales en trozos y charales, comunes en temporada de Cuaresma.

Las tendencias veganas y dietéticas los ofrecen revueltos con verduras y prescindiendo de la yema, es decir se utiliza sólo la clara del huevo. Recetas más regionales los presentan con longaniza a la parrilla, con rajas de chile poblano o colmando un buen plato de chilaquiles con cecina.

Pero hay una forma clásica donde se reúnen los colores patrios, el verde, el blanco y el rojo y toman el nombre de la nación los llamados “Huevos a la Mexicana”, donde se resumen los productos nacionales más empleados en las recetas de Puebla y de México.

Y Zalacaín se metió a la cocina y entre Rosa y él, procedieron a elaborar, en cuestión de unos cinco minutos el desayuno para los amigos.

Uno de los invitados se ofreció a preparar el café y otro a calentar las tortillas.

Con habilidad, la mano de Rosa sujetaba el cuchillo y partía una cebolla en dos para luego picarla menudamente.

Acto seguido, unos jitomates también fueron procesados en un picadillo, después aparecieron los chiles serranos, sin rabo, y fueron sujetos al corte preciso, se desprendieron pequeñas rebanadas con todo y semillas.

Por separado en un plato de barro los huevos fueron extraídos del cascarón previamente quebrado y con un tenedor se batieron, un toque de sal y pimienta, mientras la sartén se calentaba con un poco de aceite de oliva, ese le da un sabor muy especial.

En la sartén aterrizaron los trozos de cebolla, jitomate y chiles serranos, se medio sancocharon y los bañaron con los huevos revueltos; una pala de madera los agitó para evitar se pegaran a la sartén.

Apenas habían transcurrido unos cinco minutos, cuando mucho, y el desayuno estaba listo.

Huevos a la Mexicana, tan simples, tan completos, tan coloridos, tan nuestros, dijo el aventurero Zalacaín a sus amigos.

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