“La verdadera receta era la de mi abuela” presumen las familias poblanas que se han puesto ya manos a la obra para su elaboración, porque esta temporada además de traer este suculento plato a nuestra mesa, fortalece vínculos sociales y consolida el sentimiento de identidad nacional, regional y local.
Hablar del chile en nogada es hablar de tradición, de herencia familiar, pero también de época virreinal y del acontecimiento más grande de nuestra patria: su independencia.
EL ORIGEN
Se dice que las monjas agustinas del Convento de Santa Mónica elaboraron su mejor platillo para agasajar a Agustín de Iturbide por su cumpleaños, y efectivamente, nos dice el arqueólogo Eduardo Merlo Juárez, quien se ha dedicado a la difusión de la cultura y del conocimiento de la identidad mexicana en nuestro país y el mundo: “El chile en nogada fue un platillo que el caudillo disfrutó, pero no fue inventado para él”, “era un platillo que ya existía” asegura “y no como plato fuerte, sino como postre”.
Como consecuencia de la conquista y colonización (1535) se creó el Virreinato de la Nueva España (Puebla), los primeros pobladores fueron “españoles escogidos que en su mayoría eran andaluces y estos heredaron de los árabes la más rica repostería”, “las mejores cocineras y reposteras eran las monjas y a ellas se les encargaban los platillos para las grandes fiestas señoriales”.
La corte novohispana participaba en banquetes compuestos por abundantes y variados platillos, “en ésa época un banquete en una casa señorial por lo menos tenía 14 tiempos” asegura el arqueólogo. “Las señoras de la época mandaban a hacer postres a las monjas, que ellas inventaban para que estas presumieran que era la primera vez que se servía, entre esa repostería a las monjas se les ocurrió hacer el chile”.
“El abuelo del chile es de origen prehispánico, es la ´chilaca´. Los españoles se llevaban a España todo lo que podían para que allá se conociera lo que había en estas tierras, a alguien se le ocurrió injertar la chilaca mexicana con el pimiento morrón africano y salió el Chile Poblano, que se regresó a la Nueva España y en esa época virreinal le llamaban ´Tornachile´ por haber regresado a su tierra”, afirma.
“En España acostumbraban rellenar el pimiento de algo y por eso a las monjas se les ocurrió rellenarlo de fruta fresca y capearlo para presentarlo como postre”. “El capeado es muy importante porque estamos hablando de la época barroca”, dice: “el barroco es amigo de adornarlo todo, el chile es capeado, eso no se discute”; finalmente presentaron su postre: “Chile relleno de frutas bañado en salsa de nuez”.
En 1815, sobrevino una lucha por el poder y las tropas insurgentes se dispersaron por el Virreinato. Tras haber proclamado el Plan de Iguala (1821) en el que se declaraba la independencia de México, Iturbide entró triunfante a Puebla donde ya lo esperaban con un festín. “Las monjas escucharon la historia y con mucha inteligencia elaboraron el postre (que ya existía), pero lo bañaron en salsa de nuez de castilla lo que lo daba una blancura y le pusieron verde el perejil y rojo la granada”, subraya, “se llevaron al postre a la casa del obispo donde fue el banquete y le dijeron al caudillo: mire éste ya tiene la bandera de las 3 garantías. No sabemos que dijo pero le debió de haber gustado, porque el distinguido señor al terminar de comer pidió a gritos un lugar para su siesta”.
Entonces, el postre que era como cualquier otro de la ciudad, se hizo famoso porque se lo ofrecieron al caudillo de independencia. “A medida que la economía ya no permitía las comidas abundantes los platillos se redujeron y se hicieron de otra manera. El Chile en Nogada se convirtió en plato fuerte cuando a alguien se le ocurrió meterle carne sin quitarle la fruta”.
“Las monjas dicen que este postre lo hacían en ocasión de la fiesta de su patrono San Agustín (28 de agosto) y la mente popular que no sabe distinguir, dice que lo inventaron para Iturbide por su cumpleaños” finalizó.