Educación sexual tradicional | EL SILENCIO TE HABLA

Si nos medimos en el régimen patriarcal

JAQUELIN MACHADO GARDUÑO / Psicóloga*

  · viernes 22 de junio de 2018

Si nos medimos en el régimen patriarcal de la educación sexual, el papel activo corresponde al hombre, en el cual el pene es el órgano esencial y la vagina es una “canasta” pasiva y receptora. El pene penetra y va y viene manteniendo su ritmo, sin importar más que su placer.

Este régimen, en el que muchos hombres permanecen y muchas mujeres así lo aceptan, tiene sus orígenes desde hace siglos, en los que ha predominado la dominación masculina y, por lo tanto, las mujeres han aceptado su papel pasivo como algo obvio y natural.

Este papel receptivo de la mujer se veía reforzado incluso por el significado en latín de la palabra “vagina”, que significa “vaina, forro”. Incluso la posición más frecuente en el acto sexual, la del misionero (mujer abajo y hombre arriba), expresa la dominación masculina y deja poca participación activa de la mujer en la copulación.

Otro aspecto que se presenta en el régimen sexual patriarcal es el hecho de que se supone que el hombre es el que sabe perfectamente cómo se realiza el acto sexual y, con ello, la mujer no se atreve siquiera a mencionar, respecto a su desempeño sexual, su torpeza o su ignorancia o, incluso, ambas al mismo tiempo. Esto, por supuesto, generó una gran represión e ignorancia, ya que a los hombres también se les mantenía alejados de todo aquello que implicara sexo.

El cuerpo desnudo era tabú, a tal punto que una gran mayoría de mujeres que hoy son abuelas vivieron una época en la que se expresaba que las monjas y las muchachas bien educadas se bañaban con camisas. En el caso de las “muchachas educadas”, al convertirse en madres y con ese mito de desaprobación hacia el cuerpo, las condiciones de un encuentro sexual de placer sin culpa eran casi imposibles.

Con este tipo de educación sexual tradicional, por supuesto, los adultos tenían innumerables procedimientos y estrategias para que los jóvenes de ambos sexos se mantuvieran separados. No obstante, a pesar de todas las precauciones que tomaban los adultos para evitar que se encontraran, estas fueron burladas y se daban citas secretas entre los jóvenes, en las que buscaban arreglos para verse en lugares poco accesibles o a horarios que adrenalizaban los encuentros.

Todo este tipo de situaciones hablan de una sexualidad muy reprimida y con una gran ignorancia que, obviamente, ha desencadenado embarazos no deseados, embarazos adolescentes, mitos, tabús sexuales de índoles múltiples, enfermedades de transmisión sexual, culpas, resentimientos, miedos, prejuicios, violencia sexual, acceso a sustancias para “relajarse sexualmente”, desviaciones sexuales, etc…

Como el sexo se consideraba y, en muchos casos se sigue considerando, pecaminoso, una adecuada iniciación sexual en los jóvenes era imposible. Así, a falta de una iniciación sexual adecuada, los muchachos eran necesariamente torpes, por lo tanto, decepcionantes y las muchachas tampoco eran lo que se dice más despiertas o hábiles. Además, en sus encuentros se manifestaba siempre el factor del pecado.

En estas condiciones es imposible esperar que, una vez casados, estas parejas formadas tuvieran una vida sexual rica, plena y creativa.

Actualmente la educación sexual se imparte ya en los colegios, sin embargo, es muy básica y se queda, en la mayoría de los casos, en funciones fisiológicas de desarrollo sexual y genital, sin abarcar el gran espectro que es en sí la sexualidad integral.

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