El complejo de inferioridad y la baja autoestima siempre van de la mano y se gestan desde que somos niños, o sea, en nuestra infancia. Para un pequeño, lo que dicen sus padres y los adultos significativos es la verdad absoluta.
En esta etapa de la vida no tenemos la capacidad de discernir y formular pensamientos abstractos como: “mamá o papá me acaban de decir que soy un niño insoportable y horroroso, pero no lo soy; me lo dicen porque tienen muchos problemas en el trabajo o les duele la cabeza”. El pequeño simplemente introyecta lo que se dice acerca de él y esto se convierte en la única verdad. Todo lo que el niño escucha sobre sí mismo, va formando su autoconcepto.
Y así, de tanto escuchar que es malo, cochino, desordenado, tonto, burro, grosero, o cualesquiera que sean las palabras con las que se exprese, se va a convencer de que es eso, y de que no vale. Si son para él las personas más importantes y significativas en su vida los que se lo dicen, él lo toma como que eso es.
Así, también, algunos actos de los padres le mandan a un niño el mensaje de: “me importas menos que otros, te amo menos, vales menos”. Por ejemplo, cuando a un hijo le hacen una gran fiesta de cumpleaños y al otro no, a uno le compran ropa y al otro no, cuando, por la misma conducta, a uno se le pega o castiga y al otro no se le hace nada, cuando a un hermano le creen y al otro no, cuando le habían prometido llevarlo a cierto lugar, y con la mano en la cintura no se le cumple porque surgió algo “muy importante”, o simplemente, porque los padres fueron tratados y los educaban con palabras hirientes y, por falta de consciencia, repiten lo mismo, y no se dan cuenta del daño que hacen también a los hijos, así como ellos fueron dañados.
Sobra explicar cómo todas estas palabras y actitudes de los padres van dejando impregnado en el hijo el mensaje de que no es suficientemente valioso, generándose un complejo de inferioridad.
Cuando nos convertimos en adultos, la tendencia natural e inconsciente es compensar ese complejo de inferioridad volviéndonos exitosos, obteniendo logros y destacando de alguna manera en diversas áreas de la vida. Esta sería, en todo caso, una forma sana de resolver nuestro complejo de inferioridad.
Pero lamentablemente esto no es lo que a todos les sucede. Para muchas personas este problema se vuelve como un tatuaje que llevan durante toda la vida, una cárcel que les impide salir adelante y tener éxito en sus relaciones, su profesión, su economía y en toda su vida en general.
Ya sea que la persona adulta sea capaz de compensar su complejo de inferioridad con logros o no, éste la mortifica, le causa pena y dolor y le hace la vida mucho más difícil.
Algunos padres tratan de ayudar a sus hijos a superar su complejo de inferioridad presionándolos para que hagan ciertas cosas o criticándolos por ser como son. Tal como una madre hacía con su niña, a quien constantemente le decía: “¿qué no te molesta ser ‘tan poquita’?”, acompañando sus palabras con un tono de voz y un lenguaje corporal realmente humillantes. Es más que obvio que la presión o la crítica no sirven sino para reforzar y empeorar el problema.
Lo que sí puede ser eficaz para ayudar a tu hijo a superar su complejo de inferioridad es llevar a cabo acciones como las siguientes:
* Háblale de lo que sí hace bien, de lo que sí te gusta de él o ella. Dile muchas cosas positivas y valiosas sobre sí mismo, pero nunca las inventes, porque mentir sobre esto es peor que no decirlo. Exprésale solamente lo que en verdad creas.
* Enrólalo en actividades extraescolares que vayan de acuerdo con sus intereses, habilidades y talentos, porque en ellas experimentará muchas veces la sensación de logro, capacidad y éxito.
* Cuando le llames la atención dirígete y corrige sus acciones, no a su persona. No le digas “eres un cochino”, mejor dile: tu recámara está muy sucia, estoy molesta porque no has recogido tus juguetes. No dañes a su ser, corrige la acción y no dañarás su autoestima, ni sentirás culpa.
* Motívalo de manera amorosa y respetuosa para que se atreva a hacer cosas o enfrentar situaciones que le asustan, haciéndole saber que se sentirá increíblemente bien y orgulloso de sí mismo después de haberlo hecho, ayudándole a ver que ahí estás tú apoyándolo para lo que necesite. También ayúdale a tomar consciencia de los siguientes factores, ya que hacerlo nos sirve enormemente para perder el miedo a enfrentar ciertas cosas o por lo menos para bajarlo de intensidad: ¿qué es lo peor que puede pasar si te atreves a hacerlo? En caso de que sucediera, ¿te das cuenta de que no es el fin del mundo?, etcétera.
* Ámalo incondicionalmente, hazle saber que, sea como sea y haga lo que haga, o si las cosas salen bien si se equivoca, de todas maneras lo amas.
* No trates de cambiar a tu hijo, acéptalo como es y dícelo cada vez que puedas. Recuerda que lo que no nos gusta y nos molesta de las demás personas, es lo que uno mismo es o tiene, por eso nos molesta. Mejor trabaja en ti como padre. En la mayoría de los casos, el problema somos los padres, no los hijos.
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