La noticia hizo necesario un repaso de algunas lecturas, especialmente de uno de los capítulos del tratado de Honoré de Balzac “Dime cómo andas, te drogas, vistes y comes… y te diré quién eres”, cuyos referentes fueron escritos en cuatro tratados: Teoría del andar, Tratado de los excitantes modernos, Fisiología del vestir y Fisiología gastronómica, aparecidos al público entre 1830 y 1833 y los cuales son considerados por los expertos como los primeros esbozos de los personajes de “La comedia humana”.
Escribió Balzac: “una corbata bien puesta completa, cual exquisito perfume, todo el traje; es el traje lo que la trufa a una cena”.
La reflexión se basaba en el artículo personal ideal para diferenciar las clases sociales de quien la portaba. Para Balzac, la Revolución Francesa no solo cambió los órdenes en lo civil y político, también en la manera de vestir pues en el Antiguo Régimen “cada clase social tenía su traje; se conocía por el traje al señor, al burgués, al artesano. Entonces, la corbata no era más que una pieza necesaria, de tela más o menos fastuosa, pero sin consideración y sin importancia personal. Los franceses pasaron a ser por fin todos iguales, en sus derechos, y también en su manera de vestir, y la diferencia de tela o de corte en los trajes ya no distingue una de otra las condiciones sociales”.
Balzac se preguntaba entonces cómo reconocerse en medio de esa uniformidad, y la respuesta era: “la corbata”.
Balzac definió muy bien en su tiempo el buen vestir, la trascendencia del traje y moldeó de alguna manera al personaje identificado en Francia e Inglaterra con el “Dandy”, nombre adjudicado, según el poeta, escritor y narrador madrileño de la llamada Generación del 68, Luis Antonio de Villena, a la persona cuya forma de vestir es usada como una manera de disidencia, quien “se viste bien, con prendas buenas, pero nunca como los demás. Introduce elementos transgresores en su forma de vestir… el dandismo es poner prendas que puedan llamar la atención, dentro de un aire de elegancia, pero que a la vez destaquen”; así se lo describió a Julio Tovar en una entrevista aparecida a finales de 2013 bajo el título “España está política muy mal, culturalmente peor”.
Toda esta reflexión y lecturas vinieron a cuentas por la noticia, la muerte de Tom Wolfe, el llamado “padre del nuevo periodismo”, pero más bien reconocido por el aventurero Zalacaín como “el Dandy del periodismo”, un norteamericano excéntrico, poseedor de una narrativa sin igual y protagonista de varios momentos estelares a partir de marcar en su manera de comportarse, y vestir, como diferente a los demás.
Wolfe había vivido casi 9 décadas y se definía como un cronista de las costumbres, se le reconocía por sus ojos de un azul brillante e intenso y por sus trajes de tres piezas, hechos a mano por un sastre inglés radicado en Washington, siempre blancos, combinados con camisas también confeccionadas a la medida en seda y a rayas con cuello blanco siempre almidonado, pañuelos multicolores y brillantes de seda, corbatas de iguales características, zapatos blancos o de dos colores, también fabricados a mano y a la medida y unos calcetines muy selectos, sin faltar el sombrero negro o blanco en combinación con la vestimenta.
Alguna vez alguien le preguntó cómo definiría su atuendo, y respondió: “Neopretencioso”.
El autor de “La hoguera de las vanidades”, su primer y gran éxito literario, siempre se sentaba a la mesa vestido de traje y existía una condición para convivir con él, no alzar la voz para llamar a alguien a la otra habitación, hacerlo, era tan criticado como poner los codos sobre la mesa o hablar con la boca llena.
Zalacaín recordaba a pocos hombres en la aldea angelopolitana con esa exquisitez para el buen vestir, pero a ninguno prácticamente, con la costumbre de usar un traje blanco de tres piezas todos los días.
Quizá algún amigo ya adelantado a la otra vida le recordaba la perfecta combinación entre la chaqueta, la corbata y el pañuelo en el bolsillo, el reloj y los zapatos; hubo otro, un lejano personaje conocido en la Puebla de antes como el “Marqués de San Andrés”, un empresario avecindado en el Fraccionamiento San Francisco quien se pasaba un rato parado en la esquina de la Avenida Reforma, casi esquina con 5 de Mayo, con su bastón, disfraz de una delgada espada, a veces con chamarra, otras con chaqueta sport y siempre con un sombrero diferente, a veces gracioso y otras veces un tanto excéntrico, con plumas de aves exóticas.
En fin, se ha transformado el uso de la ropa, las nuevas generaciones rechazan al antiguo sistema de prendas de vestir, para algunos quizá sea más informal, para otros es más cómodo y para la minoría una forma de distinguirse de los demás, de convivir con la soledad, pues bien decía Wolfe “la más segura cura para la vanidad es la soledad”.
Este periodista fallecido hace unos días transformó la forma de escribir reportajes y narrativa y se convirtió en el modelo a seguir por las nuevas generaciones de la segunda mitad del siglo pasado, y tenía además una peculiar afición a la comida en familia, de donde Zalacaín recordaba una de sus frases: “No hay espectáculo en la tierra más atractivo que contemplar a una mujer hermosa cocinando para el hombre que ama”.