Llegaste a mi vida en enero, justo después de las vacaciones navideñas que habrían dejado en mí un sabor amargo y como fiel compañera a la soledad, luego de un desbarajuste sentimental que había sacudido de más mi mundo y mi corazón tal vez. Pero enero, para mí como para el resto del mundo, planteaba en verdad esforzarme por salir de esa oscuridad, necesitaba ser feliz y estaba dispuesta a esforzarme cada día porque así fuera, ya había tenido demasiado sufrimiento en mi vida.
Entre mis planes prevalecía el objetivo de reencontrarme a mí misma y reconstruir los pedazos de mí, y es que me di cuenta que querer demasiado pasa factura, sobre todo si no es correspondido y has insistido en lo mismo durante mucho tiempo (3 años prácticamente). Y fue así como ese día, en el que llegaste a mi vida, me dispuse al despertar y el disfrutar de cada día, teníamos una cita ya, sin conocernos y sin planearle, y es que ni tú ni yo esperábamos coincidir en tiempo y circunstancia tan perfectos.
Esperaba con un par de amigos del trabajo en la sala de juntas en la que habías solicitado te esperáramos, yo me disponía a repasar la entrevista planeada para la columna de la que habías aceptado participar, mientras tanto mis amigos me animaban a encontrar el amor, y entre bromas y chistes, la discusión se tornó en un reto para mí “¿Acaso creen que no puedo enamorarme? La cosa es que no he encontrado a la persona indicada, pero presiento que será pronto, muy pronto, lo seduciré y enamoraré tanto que no querrá ya a nadie más en su vida…” entre risas mis amigos replicaron al unísono “¿Cuándo es pronto amiga?” y sin pensarlo contesté inmediatamente “¡Ahora!” y de pronto, la puerta de la sala se abrió e intempestivamente llegaste tú.
Nos miramos fijamente y por un momento no hubo nada ni nadie más en la habitación, esa sensación de conocerte de toda una vida, de que fuéramos parte tal vez de nuestros sueños, y de inmediato un temblor recorrió todo mi cuerpo, el corazón se aceleraba mientras tú te acercabas para saludarme y entonces percibí que te pasaba lo mismo, yo no sabía si esto era lo que comúnmente la gente suele llamar amor a primera vista, pero sencillamente no era una sensación familiar.
Mientras uno de mis acompañantes se disponía a comenzar a grabar, noté que lo especial de nuestro encuentro se hizo evidente cuando el camarógrafo me intentaba comunicar a señas para que no lo notaras, que todo estaba más que bien entre ambos “¡Vas!” leí en sus labios y comenzamos esta entrevista que a gusto parecía más una conversión con tintes extremadamente seductores, no parábamos de sonreír y coquetear, aunque también veía en ti la misma incógnita que surgía en mí “¿Eres tú?”.
Al terminar la charla intercambiamos teléfonos y la conversación siguió para febrero, marzo y abril, hasta que finalmente en mayo, justo antes de abordar un avión a Texas, gritaste intrépidamente en las escaleras eléctricas mientras yo te miraba, mientras te ibas, “¡Me encantas!” y para junio que volviste contaba los días para volverte a ver y sí, darte ese beso grande que te prometí al llegar a México.
De camino a casa tomaste de manera suave y encantadora mi mano, a lo que correspondí apretando la tuya y sin temor te dije “Si, eres tú…” y aunque sé que no sabías de donde nacía esta frase pude saber que lo dedujiste de inmediato cuando me sonreíste, te sonrojaste y aprovechaste el alto del semáforo para darme un beso tierno y encantador que terminarías mordiendo mi labio inferior.
Entonces me diste la prueba más pura de que el amor a primera vista existe, es real, es inesperado, pero también es de las sensaciones de la vida que ocurren pocas veces en el lugar y momento precisos, sin necesidad de un plan, sólo sucede, tal y como el amor debe ser en sus múltiples modalidades y manifestaciones: espontáneo y dulcemente tentador.
CONTACTO:
Dr. Joaquín Alejandro Soto Chilaca
Médico Psiquiatra, Sexólogo, Psiquiatra Forense y Psicoterapeuta.
Director de Mindful. Expertos en Psiquiatría y Psicología.