/ jueves 5 de noviembre de 2020

“Elegir es renunciar” | EL RINCÓN DE ZALACAÍN

Las compradoras, convertidas en expedicionarias y aventureras en los mercados populares, necesitaban oler y tocar los productos

Las nuevas formas de comprar en línea no acaban de gustarle a Zalacaín, tampoco a Rosa, su cocinera, y como ellos muchos poblanos se topan con la pantalla donde aparecen los nombres y precios de los productos, a veces acompañados de una buena fotografía, pero al llegar los productos de la compra, no se parecen del todo a lo visto.

Esposas de amigos de Zalacaín, amigas y conocidas habían coincidido en una premisa, preferían arriesgar un poco, cubrirse la nariz y la boca con el incómodo tapabocas, a manera de bozal, y a veces recubiertas con una mica transparente y hasta guantes de látex en algunos casos.

Las compradoras, convertidas en expedicionarias y aventureras en los mercados populares, necesitaban oler y tocar los productos, las frutas, el jitomate, observar la frescura de las hortalizas, los ojos de los pescados y ver al carnicero cortar la carne elegida.

Esa experiencia la había aprendido Zalacaín en su niñez cuando era llevado al mercado por la abuela, las tías o su madre, quienes discutían y a veces regateaban con las marchantas y vendedores luego de aceptar una “probadita” del queso, la cecina, el mamey...

A veces se topaban con alguna marchanta enojona y un cartelito junto a los jitomates: “si no compra no malluge”, una frase reconocida por el Diccionario de Mexicanismos, y no faltaba alguna de las tías intentando orientar a la vendedora sobre la forma correcta de escribir la acción de romper el tejido de un alimento, “maguyar”. Las discusiones ayudaban a conseguir el mejor precio y el mejor producto y entonces la abuela decía “siempre ponen al frente los productos más vistosos y te despachan los de atrás, no los ves y te llevas sorpresas”.

Con el paso de los años esta percepción fue cambiada cuando su madre compraba en el supermercado, era al revés, los productos más viejos se colocaban al frente y atrás los recién llegados, lo cual convertía en una odisea laboriosa, quitar los del frente para sacar los de hasta atrás.

Estas experiencias se han convertido en anecdóticas, referenciales de una charla de sobremesa pues las compras en línea son un tanto, compras a ciegas.

Zalacaín recordó entonces una reflexión compartida años atrás por su amigo Abraham García, escritor y restaurantero de Madrid quien en las cartas de Viridiana acostumbraba escribir de puño y letra algunas frases, poemas y textos siempre en relación con la comida.

Zalacaín había tomado la fotografía de esta referencia titulada “Elegir es renunciar” donde Abraham describía su jornada de ir de compras al mercado:

“Entre dos luces me desarropa el día, y desenfrenado, maldiciendo el tráfico, corro al feliz encuentro.

Si alguna adversidad me impide esa temprana cita, desespero con la ansiedad que solo los amantes conocen.

Durante años de irrefrenable poligamia les he sido infiel en algunas ocasiones; aun sabiéndolo, mis mercados favoritos me siguen recibiendo a diario abiertos de puertas, lujuriosos y complacientes.

Apenas hay público en esa hora temprana, cuando la Plaza se despereza antes de engalanarse como una cortesana para seducir a sus pretendientes.

Los primeros, invariablemente somos los cocineros, que errabundos y como enajenados peregrinamos avizor por sus sabrosos pasillos.

En tan gratísimo viacrucis, donde el mercado me va desvelando sus misterios gozosos, caigo reiteradamente en las redes de las pescaderías, pico su anzuelo, me dejo seducir, succionar, como Jonás por la ballena.

Marejada de peces que arribaron con nocturnidad por el palangre de la autopista; o incluso ciertos mariscos en la panza de una avioneta, ballena voladora.

Hijos de la mar en estado de revista, listos para el casting como caballos de altas crines que antes de la carrera giran en el anillo del paddock, círculo de miradas.

Pescados tan variados y apetitosos, que decantarse por uno, dos, tres, entre la docena y media que me llaman, me produce cierto desasosiego. ‘Elegir es renunciar’”.

Y por supuesto, tenía razón.

  • www.losperiodistas.com.mx
  • YouTube: El Rincón de Zalacaín



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Las nuevas formas de comprar en línea no acaban de gustarle a Zalacaín, tampoco a Rosa, su cocinera, y como ellos muchos poblanos se topan con la pantalla donde aparecen los nombres y precios de los productos, a veces acompañados de una buena fotografía, pero al llegar los productos de la compra, no se parecen del todo a lo visto.

Esposas de amigos de Zalacaín, amigas y conocidas habían coincidido en una premisa, preferían arriesgar un poco, cubrirse la nariz y la boca con el incómodo tapabocas, a manera de bozal, y a veces recubiertas con una mica transparente y hasta guantes de látex en algunos casos.

Las compradoras, convertidas en expedicionarias y aventureras en los mercados populares, necesitaban oler y tocar los productos, las frutas, el jitomate, observar la frescura de las hortalizas, los ojos de los pescados y ver al carnicero cortar la carne elegida.

Esa experiencia la había aprendido Zalacaín en su niñez cuando era llevado al mercado por la abuela, las tías o su madre, quienes discutían y a veces regateaban con las marchantas y vendedores luego de aceptar una “probadita” del queso, la cecina, el mamey...

A veces se topaban con alguna marchanta enojona y un cartelito junto a los jitomates: “si no compra no malluge”, una frase reconocida por el Diccionario de Mexicanismos, y no faltaba alguna de las tías intentando orientar a la vendedora sobre la forma correcta de escribir la acción de romper el tejido de un alimento, “maguyar”. Las discusiones ayudaban a conseguir el mejor precio y el mejor producto y entonces la abuela decía “siempre ponen al frente los productos más vistosos y te despachan los de atrás, no los ves y te llevas sorpresas”.

Con el paso de los años esta percepción fue cambiada cuando su madre compraba en el supermercado, era al revés, los productos más viejos se colocaban al frente y atrás los recién llegados, lo cual convertía en una odisea laboriosa, quitar los del frente para sacar los de hasta atrás.

Estas experiencias se han convertido en anecdóticas, referenciales de una charla de sobremesa pues las compras en línea son un tanto, compras a ciegas.

Zalacaín recordó entonces una reflexión compartida años atrás por su amigo Abraham García, escritor y restaurantero de Madrid quien en las cartas de Viridiana acostumbraba escribir de puño y letra algunas frases, poemas y textos siempre en relación con la comida.

Zalacaín había tomado la fotografía de esta referencia titulada “Elegir es renunciar” donde Abraham describía su jornada de ir de compras al mercado:

“Entre dos luces me desarropa el día, y desenfrenado, maldiciendo el tráfico, corro al feliz encuentro.

Si alguna adversidad me impide esa temprana cita, desespero con la ansiedad que solo los amantes conocen.

Durante años de irrefrenable poligamia les he sido infiel en algunas ocasiones; aun sabiéndolo, mis mercados favoritos me siguen recibiendo a diario abiertos de puertas, lujuriosos y complacientes.

Apenas hay público en esa hora temprana, cuando la Plaza se despereza antes de engalanarse como una cortesana para seducir a sus pretendientes.

Los primeros, invariablemente somos los cocineros, que errabundos y como enajenados peregrinamos avizor por sus sabrosos pasillos.

En tan gratísimo viacrucis, donde el mercado me va desvelando sus misterios gozosos, caigo reiteradamente en las redes de las pescaderías, pico su anzuelo, me dejo seducir, succionar, como Jonás por la ballena.

Marejada de peces que arribaron con nocturnidad por el palangre de la autopista; o incluso ciertos mariscos en la panza de una avioneta, ballena voladora.

Hijos de la mar en estado de revista, listos para el casting como caballos de altas crines que antes de la carrera giran en el anillo del paddock, círculo de miradas.

Pescados tan variados y apetitosos, que decantarse por uno, dos, tres, entre la docena y media que me llaman, me produce cierto desasosiego. ‘Elegir es renunciar’”.

Y por supuesto, tenía razón.

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