Tal vez en algún punto perdí la necesidad de explorar y encontrar mi propio placer y mi concentración se centró en la búsqueda del placer de mis anteriores parejas, al final del día y de forma inconsciente, perdí el rumbo, y en esta pérdida, el principio que regía mi conducción debajo de las sábanas era dejar satisfecho a mi compañero.
Esta triste y desagradable realidad la descubrí posiblemente en el peor momento, si, en mi primer encuentro con el que consideré sería un niño bonito más con el que salía eventualmente, luego de que amigos en común nos presentaran; y es que este tipo de encuentros planeados eran usuales desde mi ruptura amorosa con mi novio, mis amigos pensaban que el conocer gente me haría salir del caos en el que habitaba luego de tan dolorosa ruptura.
Y vaya que me tome en serio eso de conocer gente, y aunque podría tenderse a intenciones promiscuas, la realidad era que mi instinto me pedía acusadamente la exploración, el problema era que buscaba en los claroscuros del sexo y el erotismo sin saber exactamente que buscaba con certeza.
Fue hasta ese primer encuentro con mi compañero que despertaba en mi cierta curiosidad, que me percibí tratando de acelerar el ritmo, nuestros ritmos a la hora de amar, pues, mientras que él se conducía con paciencia, delicadeza y ternura, de mi recibía actitudes arrebatadas, agresivas y hasta grotescas, como si tratara de ser el sueño porno de mi acompañante.
Al proponerle recrear una de aquellas escenas sexuales de la que tenía la certeza mi hombre disfrutaría, percibí cierto rechazo en su mirar, traté de pasar desapercibido esa impresión, y seguí, pero sobrevino lo impensable: él me besó y se separó de mí, busco verme a la cara y entonces refirió “¿No te das cuenta? Es que no solo se trata de lo que a mí me apetezca hacer, quiero saber ¿Qué quieres hacer tú? ¿Qué te gusta? No eres tú misma con esas palabras prefabricadas, el sexo se hizo para disfrutarse, y eso te incluye a ti también”.
Tal cuestionamiento me cayó como balde de agua fría, es decir, no sólo no me había detenido a auto percibir mi sobre actuación erótica, pero eso no era lo peor, lo realmente complicado y embarazoso era que no tenía una respuesta, en verdad no sabía lo que quería, lo que me gustaba y llevaba al límite, había pasado tanto tiempo tratando de complacer a los demás que sacrifique mis deseos.
Ese primer encuentro tuvo un desenlace inundado por la incertidumbre, él me pidió que tomara mi tiempo para darle una respuesta, agradecí su paciencia y compresión, pero, por otro lado, no sabía exactamente por dónde empezar para conocer la respuesta, así que finalmente y después de mucho pensarlo, decidí llamar a mi antiguo terapeuta, sin tener noción alguna de como mi sentido del sexo estaba a punto de cambiar.
Y es que a la consulta expresa de cómo lograr saber lo que quería no esperaba que la primera réplica de mi terapeuta fuera: "Partimos del auto conocimiento, de lo que te gusta hacer a solas que te lleva al orgasmo, si esto no es claro, tienes mucha tarea para esta y todas las noches restantes antes de poder dar una respuesta sincera".
La recomendación fue simple: autoestimulacion para descubrir mis placeres, el problema es que no era una práctica común para mí, es decir, mi idea del sexo siempre había estado preconcebida con la interacción de alguien más y que en este orden, predominaba mi necesidad de otorgar placer sin dar oportunidad a mis necesidades, por lo que el reto para mí era grande, pero después de pensarlo mil veces decidí darme un fin de semana para hacerlo.
Y ahí estaba, sola, en ropa interior, frente a un espejo, tratando de redescubrirme como la mujer exploradora de su erotismo, comencé a tocar cada parte de mí cuerpo, probando diferentes sensaciones, fue complicado llegar debajo de mi ombligo, y es que no sabía ni cómo empezar, intenté una, dos, tres, tal vez muchas veces, hasta que mis dedos se posicionaron en un punto que me hizo tambalearme tan solo con el tacto suave.
Pero aún la guerra no estaba ganada, comencé a acariciar lento, pero mi cuerpo comenzó a reaccionar y pedir caricias cada vez más profundas, rápidas y contundentes, cada uno de mis poros se erizaba, de manera casi instintiva, mi otra mano busco por debajo de mi blusa, mi respiración se entrecortaba, tuve la necesidad de tomar fuertemente mi cabello y por un momento entré en un estado de ligereza y placer inigualables, casi irreal, esta era yo teniendo un orgasmo después de descubrirme e identificar lo que mi sexualidad exigía.
El momento fue tan placentero que lo repetí en ese fin de semana en incontables ocasiones y circunstancias, cada vez que lo hacía se agregaba algo más a mi lista de deseos, lo que me hizo sentir plena y convencida de lo que quería, pronto fue lunes y yo estaba lista para hacerle saber a mi hombre lo que quería que sucediera en nuestra intimidad.
CONTACTO:
Dr. Joaquín Alejandro Soto Chilaca
Médico Psiquiatra, Sexólogo, Psiquiatra Forense y Psicoterapeuta
Director de Mindful. Expertos en Psiquiatría y Psicología