Foto: Jesús Manuel Hernández
De paseo por el Centro Histórico de Puebla, el aventurero, afectado por el calor primaveral y la ausencia de lluvias, intentó beber algo en alguna de las terrazas, nuevas, por cierto, de la ciudad.
La camarera le ofreció un coctel. Zalacaín preguntó por la especialidad de la casa. Los nombres recitados no coincidieron con el deseo del diletante, apasionado por el vodka y el ginebra; si bien algunas de las bebidas sugeridas se basaban en la moda de mezclar ginebra con frutos secos, cítricos, frutas naturales y una buena variedad de tónicas según la capacidad del bolsillo.
Pero nada original, nada nuevo, nada para sorprender, pensó Zalacaín.
Optó entonces por sentarse en la barra, charlar un poco con el hoy llamado “bartender”, e intentar con ello descubrir cuáles serían sus habilidades para pedir una bebida, refrescante, seca, no abundante, sin gases ajenos con repercusiones posteriores en el vientre. Simplemente un coctel de los de antes, de media tarde.
El bartender ofreció un “Martini seco”, algo, según el aventurero, muy pretencioso, dada su altísima exigencia.
No quiso remontar sus experiencias en el bar del Krasnapolsky de Amsterdam o en el Harri’s bar de Venecia, sería demasiado intentar comparar.
Lo más cercano a sus recuerdos, inmediatos claro está, fueron los dos emblemáticos sitios de Madrid.
El clásico, sigue siendo el bar del Palace, sobre todo ahora cuando el Ritz está en restauración y donde la competencia por ofertar un buen Martini Seco de ginebra o vodka es siempre bienvenida.
Pero hace algún tiempo le apetece beber el Martini en el “Dry by Javier de las Muelas”, la sucursal del original de Barcelona, adquirido por ahí de 1996, sitio convertido ya en todo un emblema de su firma, donde se ofrecen los mejores y más variados cocteles, pero con énfasis en el Martini.
La casa de Madrid adopta el nombre de “Dry By Javier de las Muelas” muy cerca de la Plaza Colón en el Gran Meliá Fénix, con una estupenda terraza.
La peculiaridad del Dry Martini de Javier de las Muelas es el registro de la visita. Cada cliente, parado en la barra pidiendo un Dry Martini es merecedor, primero de ser tomado en cuenta con un número de asistente, así aparece en un pizarrón electrónico el número de la bebida a servirse; y segundo, con una buena dosis de Martinis a bordo, el cliente recibe un documento donde se demuestra su asistencia, y el número de bebida ingerida, eso lo hace no solo más exclusivo, también atractivo.
¿Cuál de los Dry Martinis de Madrid es mejor? Le había preguntado el bartender de la terraza angelopolitana. Y la verdad, se trabó un poco en la respuesta. Quizá sea el momento, quizá el calor externo, tal vez, la ansiedad o las ganas de elevar una copa y colocarla entre los labios, la frescura del líquido siempre y cuando el tropiezo de la mezcla del ginebra o el vodka con un poco de vermut seco, sea un cítrico, a lo más una aceituna bien escurrida o una cebollita cambray, igualmente bien escurrida.
Pero no, ninguna de esas condiciones ayudaba a beber el mejor Martini. La soledad es sin duda importante, hay momentos para tomarlo solo, es decir, sin compañía, en medio de la reflexión o simplemente de la observación, condición, esta última preferida por el aventurero Zalacaín.
Pero, le dijo al bartender angelopolitano, la compañía, sobre todo si es femenina, es la cualidad “sine qua non” para obtener el mejor sabor, la mejor reacción, el condimento ideal para degustar y convivir.
Tal vez por eso, Javier de las Muelas suele ocupar la frase de la escritora estadounidense, especializada en las costumbres neoyorkinas, Fran Lebowitz, cuando se refiere al Martini: “No permitas que los niños mezclen martinis. Es indecoroso y utilizan mucho vermouth”.
¡Salud!
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