Perdonar no es tarea fácil, ya que los eventos de nuestra vida que son susceptibles de ser perdonados tienen una carga de sentimientos muy dolorosos: rechazo, desilusión humillación, traición. Nos sentimos profundamente lastimados y expresamos cosas como: “más lo perdonaré”, “después de lo que hizo, ¿todavía perdonarle?”, como si al disculpar le estuviéramos haciendo un favor al otro.
La verdad es que mientras no perdonamos, no podemos tener una paz interior, pues los seres humanos no estamos “diseñados” para tener al mismo tiempo dos sentimientos opuestos como rencor y paz, la segunda no podrá llegar si no nos liberamos del primero. Perdonar es entonces un gran favor que te haces a ti mismo.
Perdonar es posible, por supuesto que lo es, pero es necesario permitirnos vivir las diferentes etapas que nos llevan a la curación interior y al perdón; al verdadero, o a ese que es más racional que real, cuando decimos, “ya le perdoné”, pero tenemos insomnio crónico, (si no es por causas orgánicas) o manejamos la llamada agresión pasiva hacia esa persona, como ridiculizarla en público, hacer bromas sarcásticas y pesadas con respecto a él o ella, “olvidar” citas, cumpleaños o cosas importantes para esa persona, o quizás tener “accidentes involuntarios”, como quemar su pantalón favorito, tirar el café sobre sus papeles.
Claro, “involuntariamente”. La verdad, es que todos estos incidentes son indicativos de que estamos en negación, la cual es una respuesta psicológica activada por nuestro inconsciente, que nos impide aceptar nuestro resentimiento, porque reconocerlo nos haría sentir malos o avergonzados. Cuando salimos de esa negación y reconocemos nuestro rencor y resentimiento, cuando aceptamos que en realidad no hemos perdonado, entonces damos un gran paso hacia el perdón.
Como resultado de esta aceptación, de forma inevitable entraremos a otra etapa donde muy probablemente experimentaremos la culpa; podemos creer que de alguna manera somos los causantes de lo sucedido. Nos repetiremos en nuestro interior pensamientos como: “si hubiera sido mi delgada…”, si hubiera sido cariñoso…”, “si me hubiera dado cuenta a tiempo…”, “si hubiera hecho…”, “si no hubiera hecho…”.
Ante esto es necesario hacer un inventario de las situaciones o comportamientos de ambas partes que propiciaron ese evento doloroso en nuestra vida, para darnos cuenta de que solo tenemos una parte de responsabilidad. Y algo muy importante: no evaluemos el pasado desde la mirada, la experiencia y la madurez del presente, ya que en aquel momento hicimos lo mejor que pudimos y usamos las únicas herramientas de que disponíamos entonces.
Para dejar de sentir culpa, la cual es un sentimiento muy difícil de tolerar, inconscientemente nos movemos hacia otra etapa en la que nos ubicamos en el papel de víctima; así volcamos toda la responsabilidad de lo sucedido en el otro. Pensamos y expresamos aseveraciones como “me hizo”, “pobre de mí, yo que siempre me porté tan bien, me tratado me trató tan mal”.
La actitud de víctima es tan cómoda que hasta puede resultar peligrosa, puesto que podemos quedarnos años o el resto de la vida atorados en esa etapa en que todos tienen la culpa menos yo, en que todos son responsables de mi vida y mis sentimientos, excepto yo. Por supuesto, la víctima no es feliz y vive una constante sensación de vulnerabilidad y baja autoestima. La próxima semana seguiremos con este tema, para saber cómo podemos dejar atrás ese papel de víctima.
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