Hacía muchos años el aventurero Zalacaín escuchó de una abulense cómo la familia de su padre tenía por costumbre comer Cocido, ese potaje en alguna época llamada “olla podrida o poderosa”, donde se mezclaban las carnes frescas o saldas, ahumadas, con garbanzos y algunas verduras.
El guiso constituía toda una aventura gastronómica, pero Zalacaín tenía una frustración con el comentario de la amiga aquella, su abuelo comía, contaba, todos los días del año cocido, hiciera frío, hiciera calor, a veces más sopa, a veces menos, quizá algún día omitía los embutidos o aumentaba la cantidad de gallinas y disminuía otras carnes, pero siempre, todos los días en casa de su padre había cocido.
Aquella charla derivó en hablar de la importancia de las especias en la comida. Zalacaín le había contado cómo al descubrirlas la humanidad empezó a cambiar la cocina, la forma de preparar los alimentos.}
Sin duda el descubrimiento del fuego fue el actor más importante de la cocina, pero el segundo fue el uso de las especias, pues si bien la técnica de cocina sirve para mejorar el sabor y el aspecto de la comida al mezclar los ingredientes y convertirlos todos en un nuevo alimento, la asistencia de las especias vino a mejorar todo lo conseguido, pues ayudaban a preparar el paladar y aumentar el apetito, sin su presencia, comentaba Zalacaín aquella ocasión los alimentos hubieran terminado por ser repugnables al ser humano, y todo ello influye en el carácter de quien los come, por tanto el cocido bien condimentado no le aburría nunca al abuelo.
Muchos tratados sobre el sabor tenía Zalacaín en su biblioteca, algunos de ellos dedicados específicamente a la historia de las especias. Alguna vez alguien le preguntó sobre los efectos medicinales de las especias, pues la madre del amigo padecía de muchas flatulencias y todos los médicos la remitían a pastillas, cambio de alimentación, movimientos después de comer, bajo consumo de frijoles, lentejas, lechuga, etcétera.
Zalacaín le recomendó el consumo del “Comino”, una especie originaria de Egipto y de Turkestán, con alta producción hoy día en Oriente Medio, Irán, India, Indonesia, China y algunas partes del mediterráneo.
Según los historiadores hay registros de su consumo al menos desde hace 5 mil años, fue citado en la Biblia, los romanos lo privilegiaron y algunas culturas de África usan el comino molido mezclado con miel y pimienta y es dado como complemento a los jóvenes casaderos pues, dicen, tiene propiedades afrodisíacas insuperables.
Al amigo aquel no le gustó mucho esa característica, su madre ya era una persona mayor y además viuda. Zalacaín le explicó las otras bondades, la especia se usa mucho en la cocina árabe, su olor fuerte gusta mucho al paladar, y es un ingrediente infaltable en la preparación del cuscús.
Pero las culturas de Medio Oriente lo tenían clasificado como una especia medicinal con propiedades digestivas únicas, estomacales pues en forma de tónico ayuda al proceso digestivo. Y, además, tiene propiedades antiespasmódicas y carminativas, es decir, evita las flatulencias. Y por si fuera poco también se usaba para bajar la fiebre y evitar el insomnio.
El amigo se puso un poco nervioso y apenado por el término usado por Zalacaín, pues al momento de explicarle los beneficios del comino, le recitó unas líneas de la “Oda al Pedo” del mismísimo Francisco de Quevedo:
“Alguien me preguntó… ¿Qué es un pedo?
y yo le contesté muy serio:
El pedo es un pedo,
con cuerpo de aire y corazón de viento
“El pedo es como un alma en pena
que a veces sopla, que a veces truena,
es como el agua que se desliza
con mucha fuerza, con mucha prisa.
“El pedo es como la nube que va volando
y por donde pasa va fumigando,
el pedo es vida, el pedo es muerte
y tiene algo que nos divierte…”
Y ahí lo tenéis, le dijo Zalacaín a su amigo, con un frasco en la mano, un puñado de cominos con una misión que cumplir.
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