Una de las cosas que sin duda acaparaban las noches en la recámara de nuestro recién alquilado departamento para dos, era la tecnología manifestada en televisión, tablets, laptops y celulares, y es así como pronto la loca idea de mudarnos a vivir juntos, rodeada de cierto toque de pasión al tenernos el uno al otro, se había ensombrecido en apenas 8 meses.
La idea de vivir juntos no era un plan que Paulina y yo tuviéramos en mente, antes de decidirlo tendríamos 6 meses saliendo, y una noche, al salir de su departamento, de manera casi instintiva tuve la necesidad de volver a la recámara, darle un beso y proponerle vivir juntos, a lo que sin dudar respondió que sí.
En un principio debo admitir que, al llegar a casa, en lo único en lo que nos concentrábamos era en nosotros y en culminar ese deseo insaciable apartándonos de todo el mundo, pero pronto, comencé a traer a la recámara distractores que nos apartaron el uno del otro y que, en consecuencia, la falta de atención fuera una constante que nos condujera a discusiones interminables.
El problema se hizo tan grande que en mi visita al terapeuta referí mi preocupación, era clara nuestra intención de seguir juntos, pero ¿cómo?, a lo que mi terapeuta replicó: “La forma más sencilla de recuperar esa habitación es la charla de almohada”.
Este ejercicio consistía en poner en práctica la escucha mutua de cosas positivas acontecidas durante el día, compartir y hacer sentir al otro nuestro afecto, lo que, agregando el escenario de la cama, propiciaba el sitio idóneo para hacerlo sin perder el contacto físico, acercamiento emocional y el ambiente idóneo para dos.
Me precipité a llegar a casa y sacar de la habitación todos aquellos distractores, puse música suave y las luces tenues, Paulina pronto llegó, algo sorprendida pero halagada, se dejó conducir por mí, hablamos de nosotros, de lo mucho que deseábamos este momento, de lo mucho que nos extrañábamos, porque incluso estando juntos, parecía que no lo estábamos, y de lo importante que éramos el uno para el otro.
Hicimos el amor de la forma más dulce, como si en cada caricia y beso reafirmáramos que estábamos otra vez aquí, en esta aventura que habíamos emprendido hacía 8 meses, pero esta afirmación no se dio a través de un buen orgasmo, ni de la sensación placentera del cansancio después del sexo, la reafirmación de tenernos el uno al otro apareció en cuanto nos desnudamos sin quitarnos la ropa, siendo reales y mostrando lo que somos y lo que queremos para nosotros, lo que resultó ser mucho más atractivo y excitante que situaciones más explícitas.
CONTACTO:
*Médico Psiquiatra, Sexólogo, Psiquiatra Forense y Psicoterapeuta
Director de Mindful. Expertos en Psiquiatría y Psicología